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La muerte por Covid-19 del negacionista (y conspiranoico) Hans Cristian

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Con sus fiestas e iniciativas provocó un brote del que no es la única víctima mortal. Creía en los marcianos y, como Bosé, reclamaba una especie de tribunal popular que juzgase a los "responsables de la conspiración del coronavirus".

Hans Kristian Gaarder (60 años)
Hans Kristian Gaarder (60 años)CRÓNICA / EL MUNDO

Por supuesto que el negacionista noruego Hans Kristian Gaarder no murió de coronavirus. Nadie muere de una «gripe leve», aseguran sus compañeros de lucha en las redes sociales. Para ellos existen explicaciones bastante más creíbles: armas electromagnéticas, radiaciones 5G, el clásico infarto...

En cualquier caso, lo que sí es seguro es que Gaarder, que a sus 60 años era uno de los conspiranoicos más activos de Escandinavia, falleció el pasado 5 de abril contagiado de Covid 19 y por causas compatibles con esta infección, según indica el informe preliminar de la autopsia, que no será definitiva hasta dentro de dos meses.

De confirmarse el resultado, resultaría irónico que el virus haya matado a quien probablemente fuese el negacionista más notorio de Noruega, país que tiene la segunda tasa de mortalidad más baja de Europa (135 fallecidos por millón de habitantes), sólo por detrás de Islandia (85) y a gigantesca distancia de la mayor parte del resto del continente.

Activista, escritor y economista de carrera, Gaarder organizaba conferencias en el Kulturlåve, el granero cultural, que es, efectivamente, un granero junto a su casa, en la localidad de Gran.

Probablemente se contagió en marzo en alguno de los últimos eventos allí celebrados. Él y al menos 15 asistentes más, uno de los cuales, una mujer de 70 años, también ha muerto. Aparte de a Gran, el brote afectaría a ocho municipios más y casi un centenar de personas se encuentran ahora mismo en cuarentena. La mujer fue hallada sin vida en su domicilio el 4 de abril.

La terquedad negacionista de la víctima y su agonía subsiguiente, sin duda similar a la sufrida por Gaarder, quedó tristemente reflejada en una nota de prensa emitida por el médico jefe de Gran, Are Løken: «La familia de la mujer nos confirmó que empezó a tener problemas respiratorios, pero no quiso que se le hiciese un test y se negó a recibir tratamiento cuando se puso más enferma. Hablaron con ella por teléfono el sábado y hallaron su cuerpo sin vida el domingo».

Para el 6 de abril, un día después de su fallecimiento, Gaarder tenía convocado un taller que debía discutir uno de sus grandes objetivos: el establecimiento de un tribunal popular que juzgase a los presuntos responsables de la supuesta conspiración del coronavirus. Muy en la línea de ese «nuevo tribunal de Núremberg» que mencionó Miguel Bosé en su entrevista con Évole («¡Se van a cagar!»). El último punto de discusión del día era: «¿A quién se debe juzgar primero? Delitos prioritarios y candidatos a acusación».

Si Bosé echaba la culpa al Foro de Davos y sus «multimillonarios psicópatas», Gaarder, gran admirador de Donald Trump, llevaba años denunciando que el mundo está controlado en la sombra por lo que denominaba como el «Triángulo de Hierro», es decir, el Vaticano, que representaría el poder religioso; la City londinense, que representaría el poder económico; y Washington D.C., escrito tal cual, que representaría los poderes político y militar.

Curiosamente, su última conferencia, que no pudo dar porque se murió, trataba sobre el establecimiento del Núremberg del Covid.
Curiosamente, su última conferencia, que no pudo dar porque se murió, trataba sobre el establecimiento del Núremberg del Covid.CRÓNICA / EL MUNDO

En este eje del mal Gaarder incluía también a los jesuitas, a la Orden de Malta, a la industria farmacéutica y a las autoridades noruegas. Desconfiaba especialmente del servicio secreto noruego, al que en 2012 acusó en un programa de televisión de haberlo atacado con un arma de radiaciones para «plantar pensamientos en su cerebro».

La publicación de referencia de los conspiranoicos noruegos es un diario online llamado Nyhetsspeilet (el espejo de las noticias). Gaarder era su editor. Entre sus temas predilectos figuran los alienígenas, con quienes aseguraba haber hablado; el revisionismo del Holocausto y la posible supervivencia de Hitler a la II Guerra Mundial; versiones alternativas sobre quién estuvo realmente tras la matanza de Utøya; y, como gran tema recurrente, las terribles vacunas.

Gaarder llevaba clamando contra ellas desde al menos 2009, cuando ingresó en Vaksineaksjon, una organización que afirma que las vacunas contienen tanto restos de fetos como, al igual que los vendajes, elementos que explotarán en cuanto se expongan a la radiación de la red 5G. Gaarder se involucró tanto que en 2014 el diario Dagbladet le dedicó un comentario titulado «El portavoz de los locos».

Decía que el mundo estaba controlado por lo que llamaba el Triángulo de Hierro: el Vaticano (poder religioso), la City londinense (poder económico) y Washington DC (poder político y militar).
Decía que el mundo estaba controlado por lo que llamaba el Triángulo de Hierro: el Vaticano (poder religioso), la City londinense (poder económico) y Washington DC (poder político y militar).CRÓNICA / EL MUNDO

Tras su muerte, el fundador de Vaksineaksjon, Kjetil Dreyer, habló sobre él para el diario VG: «Era un tipo increíblemente jovial y agradable. Tenía muchas opiniones interesantes, algunas que compartía y otras que no, pero aún así nos respetábamos. Algunas personas creen en los unicornios, o en elfos y hadas, y se les debe permitir hacerlo».

«Lo importante para él era sacar a relucir su verdad», añadió. «Estaba cada vez más ansioso por descubrir la verdad y antes de morir planeaba establecer un tribunal popular para que todo esto pudiera aclararse». Como muchos otros colaboradores de Gaarder, Dreyer no cree que lo matara el Covid-19: «Creo que las autoridades y los medios se han apresurado a establecer la causa de la muerte. Un informe final de la autopsia, en el que se demuestre que se ha aislado el virus en un laboratorio, es lo único que debemos aceptar como respuesta. Nadie dice que el coronavirus no exista, pero no es más que un resfriado».

En estos días han desfilado ante los medios que acudían a Gran numerosos vecinos de Gaarder. Era al parecer un hombre apreciado que no respondía al estereotipo del conspiranoico hostil. «Nunca intentó imponernos sus convicciones», decían.

FIN DE CARRERA

Quienes le conocieron durante su juventud no le recuerdan obsesionado por las conspiraciones. Estudió Economía en la NHH, la Escuela de Empresa de Bergen, y trabajó tanto en el Ministerio de Finanzas como en la Autoridad de Supervisión Financiera de Noruega. Su tesina de fin de carrera, no obstante, indicaba ya cierta tendencia a lo alternativo. Se titulaba «Monopolio espiritual legal en las escuelas noruegas en detrimento del desarrollo de los niños». Más tarde publicó (1987) un libro basado en la tesina cuyo mensaje central era que los niños son creativos y piensan a través de las emociones, por lo que «la sociedad del mañana necesitará adultos que sean niños».

Pese a la admiración de Gaarder por Trump y a los artículos revisionistas sobre el Holocausto, expertos en extremismo y teorías de conspiración, como Didrik Søderlind, descartan que fuese ultraderechista: «El antisemitismo corre como un hilo conductor en este entorno. Muchos de quienes empezaron a escribir en Nyhetsspeilet se han convertido en extremistas de derecha, pero el diario nunca siguió ese camino. Digamos que se quedó en el andén cuando el tren salió en aquella dirección».

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