El 26 de abril de 1478, durante un solemne servicio religioso que ofició el joven cardenal Raffaele Riario, sobrino del papa Sixto IV, en el Duomo de Florencia, Giuliano de Médici fue atacado y apuñalado salvajemente; las heridas fueron tantas y tan graves que no hubo forma de salvarlo.
La conspiración contra los Médici, urdida hacía tiempo, fue dirigida de manera formal por Jacopo y Francesco de Pazzi, miembros de una noble y rica familia florentina en conflicto con los Médici por razones políticas y financieras. Sin embargo, la confabulación encontró también fuertes complicidades fuera de la ciudad, en algunos Estados italianos que envidiaban la grandeza de los Médici y el poder florentino. Incluso el papa, instigado por su ambicioso e insidioso sobrino Girolamo Riario, había dado algo parecido a un tácito plácet para el golpe de Estado.
En realidad, dicho golpe era contra Lorenzo el Magnífico. Lorenzo, el primogénito, educado en persona por Cosimo en su refinadísima escuela de praxis política, era mucho menos cauteloso que su abuelo, menos apto para los negocios y más terco y presuntuoso.
Sin embargo, fue Giuliano quien cayó. Giuliano era el segundogénito, al que su hermano mayor mantenía siempre alejado de los asuntos políticos. Era su sombra confiable, dócil ejecutor de la voluntad del hijo mayor, que, en su papel de jefe de la familia, se imponía con una actitud casi despótica. Giuliano se lamentaba de esta sujeción en privado con personajes importantes cercanos a los Médici. Una vez le dijo a Sagramoro Filippi da Rimini, embajador del duque Galeazzo Maria Sforza, que el papel secundario al que Lorenzo se obstinaba en relegarlo lo hacía sentir un hombre infeliz.
¿Por qué fue Giuliano el que murió? ¿Qué fue lo que determinó ese increíble y trágico error? Ciertamente, no se puede atribuir a la impericia de los atacantes, pues Francesco de Pazzi y Bernardo Bandini Baroncelli se abalanzaron de inmediato sobre Giuliano, ignorando a Lorenzo, que era el verdadero objetivo de la conspiración y que en el lado opuesto de la catedral solo fue herido de refilón por uno de los conspiradores, que parecía menos decidido que los otros dos.
Las razones de la muerte de Giuliano aún están por determinarse. Un dramático e ilustre caso sin resolver que yace en los pliegues del Renacimiento italiano más espléndido.
El funeral tuvo lugar el 30 de abril en la iglesia de San Lorenzo, de la que los Médici ostentaban el patronato y, a pesar de que Giuliano no ocupaba ningún cargo público, fueron solemnísimas exequias de Estado. Todos los jóvenes florentinos participaron en el rito e iban vestidos de luto en su honor.
GIULIANO, EL CABALLERO PERFECTO
Angelo Poliziano, el poeta amigo de Lorenzo y su salvador, ya que logró encerrarse con él en la sacristía cerrándoles la puerta en la cara a los conspiradores, describió los dramáticos acontecimientos en un tratado titulado Coniurationis commentarium (Comentario de ls conspiración). En la parte final, nos deja un breve retrato de Giuliano, a quien describe como una persona alta, de complexión robusta, con ojos y cabello negros, y tez aceitunada. Debió de ser un joven muy admirado y amado por las mujeres, puesto que poseía todas las cualidades típicas de un brillante noble de su tiempo, y que ahora llamaríamos «atléticas»: cabalgaba con valentía, competía en las justas con maestría y se distinguía tanto en el combate como en las competiciones de lanza. También amaba profundamente la pintura, la música y todas las cosas bellas, incluida la poesía, en particular del tipo amoroso. En resumen, todas estas virtudes lo hacían muy admirable para el pueblo, así como querido por los miembros de su familia.
¿Fue acaso precisamente esa predilección la que marcó su condena? Puede ser. Un pasaje del historiador florentino Francesco Guicciardini, que escribió unas décadas después de la conspiración, parece eclipsar esta posibilidad. Según él, Giuliano «era muy querido por la gente», y los florentinos lo habrían reconocido gustosos como su líder en el caso de que su hermano hubiera sido asesinado.
Incluso Lorenzo, años después de la muerte de su hermano, llegó a admitir que Giuliano podría haberlo sucedido con dignidad: «Tenía todas las cualidades para sustituirme en mi ausencia» (Storia d'Italia, VIII).
Hay quienes incluso insinúan que detrás de la muerte inexplicable de Giuliano estaba la mano fratricida de Lorenzo, pero ello, además de carecer de pruebas creíbles, es de verdad exagerado incluso para una novela.
Aunque brillante, Lorenzo era egocéntrico, y simplemente subestimó las dotes de su hermano. Sólo después de haberlo perdido, se dio cuenta de lo útil que era la colaboración de Giuliano, un caballero perfecto desde todo punto de vista en las relaciones diplomáticas con otros personajes poderosos, además de valiosa para el prestigio de los Médici.
Poco después del asesinato de Giuliano, nació su hijo natural, quien fue bautizado al día siguiente con el nombre de Giulio (en 1523 se convertiría en papa con el nombre de Clemente VII).
En 2017 tuve la oportunidad de encontrar en los fondos del Archivo Secreto del Vaticano el documento original con el que, años más tarde, el papa León X, hijo de Lorenzo, pretendía legitimar a su primo Giulio. La madre aparecía con el nombre de Fioretta di Giovanni, hecho que la identifica como hija o sobrina del pintor Giovanni di Ser Giovanni, conocido como Scheggiau, hermano del famoso Masaccio.
Fioretta era una mujer de un estatus social mucho más bajo que los Médici, hasta el punto de que la hipótesis de un matrimonio ni siquiera era concebible, además de que ella no fue el gran amor de Giuliano. El libro Estancias, escrito por Poliziano en 1475 con motivo del famoso torneo caballeresco en el que Giuliano se cubrió de gloria, inmortalizó sus sentimientos por Simonetta Cattaneo, nacida de una noble familia ligur y esposa del comerciante florentino Marco Vespucci.
Sabemos muy poco acerca de ella, aparte del hecho de que también fue celebrada fuera de Florencia por su extraordinaria belleza: le dieron el sobrenombre de sans par, es decir la sin igual o inigualable.
En ese tiempo no era un hecho especialmente escandaloso que los hombres de la clase alta, en particular aquellos con cierta notoriedad política, manifestaran sin reticencias su pasión por una mujer hermosa ya casada. Entonces los poderosos podían hacer cualquier cosa, y cortejar en público a una bella dama, lejos de ser motivo de vergüenza, lo era de orgullo.
De hecho, no es casualidad que el duque de Milán, Galeazzo Maria Sforza, llegara a tener cuatro hijos con la encantadora Lucrezia Landriani (retratada en una famosa pintura de Pollaiolo hoy expuesta en la Gemäldegalerie de Berlín), sin que ello llegase a afectar su amistad con el conde Gian Piero Landriani, su esposo.
UNA OBSESIÓN DESENFRENADA
Incluso Lorenzo, antes de casarse con la noble romana Clarice Orsini, coqueteaba mucho con Lucrezia Donati, una bella adolescente que se quedaba sola durante largos periodos, pues su marido, de edad avanzada, a menudo estaba ocupado en viajes de negocios. Se hablaba bastante mal de la pareja clandestina, se hacían comentarios sobre los opulentos regalos y las suntuosas fiestas que el vástago de los Médici organizaba para rendir homenaje a su amada.
Sin embargo, no hay pruebas reales que indiquen que el amor entre los dos fuera más allá de una esfera platónica. En todo caso, después de la boda de Lorenzo, este cortejo terminó, dejando en su lugar un cordial sentimiento de amistad entre Donati y la pareja Lorenzo Clarice, hasta el punto de que los dos cónyuges fueron los padrinos de bautismo del hijo de ella.
En cuanto a Giuliano, su pasión por la estupenda musa que inspiró las pinturas de Botticelli parece haber excedido todo límite aceptable para este tipo de desenfrenos juveniles. En pocas palabras, no se trataba de un juego social, sino de una especie de obsesión.
Cuando Simonetta murió el 26 de abril de 1476, por razones desconocidas, Giuliano cayó en la melancolía más profunda. Con una prepotencia que hoy puede parecernos descarada, hizo que el viudo Marco Vespucci le entregara su ropa y su retrato.
Aunque Simonetta llegara a ser para Giuliano el amor de su vida, no era su esposa. De hecho, antes de su prematura muerte, se hablaba de encontrarle a Giuliano una esposa adecuada; es decir, una mujer que aportara lazos políticos ventajosos tanto para los Médici como para Florencia.
Atractivo, galante, inteligente, audaz, y muy rico, Giuliano era el soltero de oro con el que toda joven de familia importante soñaba, y en efecto fueron muchas las potenciales novias que quedaron decepcionadas.
Al principio, el Magnífico pensó en comprometerlo con la hija del riquísimo comerciante Giovanni Borromei, heredera de una fortuna tan grande que luego, cuando todo ese dinero fue heredado por Jacopo de Pazzi, Lorenzo tuvo que forzar ilegalmente los mecanismos de la Signoria para que se votara una ley ad hoc, capaz de sustraer el patrimonio Borromei a la familia rival. El plan fracasó porque Giuliano, pese a todo su dinero, no quiso saber nada de ese matrimonio. Luego les fue ofrecido a los Médici un pacto nupcial para casar a Giuliano con una Riario, sobrina de Sixto IV, pero también esto se desvaneció.
Una visita de Giuliano a Mantua puso en boca de todos un compromiso con una joven de la familia Gonzaga. Las brillantes cualidades del joven atraían elogios y desataban pasiones en poco tiempo y por todos lados. Así sucedió cuando viajó a Venecia, donde tomó cuerpo la idea del matrimonio con una de las hijas de Marco Correr, un miembro prominente del patriciado veneciano. El proyecto comenzó en 1474, pero se descartó después porque Lorenzo parecía preferir r a Giuliano como sacerdote, con posterioridad cardenal del Sacro Colegio.
EL 'ALTER EGO' DE LA DIFUNTA
El proyecto se volvió a discutir en 1477, cuando la idea recobró fuerza debido a la alianza entre Florencia y Venecia. Aunque entonces no se llegó a nada concreto, probablemente no fue por razones de conveniencia política. A ese año, es decir, pocos meses antes de la muerte de Giuliano, se remonta su compromiso con Semiramide Appiani, hermana de Jacopo IV Appiani, señor de Piombino. Por supuesto, había razones políticas de peso: el señorío de Piombino daba al mar Tirreno e incluía la isla de Elba, con sus reservas minerales, pero sobre todo era un territorio muy codiciado por razones estratégicas, dada su ubicación; eso lo hacía motivo de disputa entre el rey de Nápoles, que la usaba como cabeza de puente para expandirse a la Toscana, y los Sforza, que la habrían querido como salida al mar para el ducado milanés.
En ese año, 1477, Lorenzo y Giuliano arrendaron las minas de hierro de la isla de Elba, las únicas en Italia, y puede ser que el matrimonio con Semiramide sirviera para adjudicar a la casa Médici los derechos de explotación a manera de dote.
Sin embargo, los documentos muestran otras maquinaciones ocultas que la sola lógica comercial no logra revelar. Monseñor Gentile Becchi, durante un tiempo tutor de Lorenzo, escribió que la boda de Giuliano tendría lugar «siguiendo el rastro de Simonetta». Esto quiere decir que, de alguna manera, la quería como un alter ego de la difunta amada, porque ambas mujeres eran parientes y probablemente muy parecidas. Eso se deduce del hecho de que las obras maestras más famosas de Botticelli, El nacimiento de Venus y La primavera, en las que el retrato de Simonetta tiene un papel central, fueron pintadas para Lorenzo di Pierfrancesco de Médici, primo del Magnífico, que se habría casado con Semiramide Appiani después de la conspiración y la muerte de Giuliano.
Puesto que Botticelli comenzó las dos obras en 1477, cuando Giuliano [cuyo rostro aparece en personajes de esos lienzos como Marte o Mercurio] aún estaba vivo y comprometido con la joven, y sólo años más tarde llegó a completarlas, no debe excluirse la posibilidad (hoy sólo una hipótesis) de que la bellísima mujer retratada como la Venus no fuera Simonetta, sino su muy parecida prima.
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