Las cartas de Conchita están sobre la mesa de un piso cerca de la estación Nation de París. Están perfectamente alineadas. Sus sobres han sido abiertos por la parte superior con mimo. Apenas tienen arrugas. El papel se ha tornado un tanto amarillento, como si fuera un reloj de arena; tienen algunas más de 75 años. Han viajado, como nosotros, de España a Francia.
Esas cartas son la pieza fundamental para contarnos quién es Conchita. Haciendo un rápido viaje en el tiempo, ella es una niña que nació a principios de siglo, en Valencia. Se mudó pronto a Francia. Sobrevivió a la II Guerra Mundial. La postguerra le pilló en un legendario cabaret lésbico, donde estuvieron desde Marlene Dietrich a María Félix. Enamoró y encandiló a mujeres casadas y solteras. De ellas recibió misivas dulces y seductoras. También reproches. La persiguió la policía secreta... Murió el 4 de enero de 2002. Diez días después, su correspondencia apareció en un basurero. Tras ello, un corazón roto, un suicidio...
LA VIDA DE CONCHITA
Los ojos topacio de Florence Evrard se iluminan al hablar de Conchita. Por los ventanales penetra la luz del boulevard. El ajetreo del Distrito 11 se cuela por una rendija. El aire es templado. Ella sujeta una carta de Conchita, su tesoro. Evrard ha reconstruido la historia de esta valenciana que vivió intensamente la fiesta de París. Que recibió escritos de España, Francia, Túnez, Egipto, EEUU, Suiza, Inglaterra, Alemania... Cual detective, lleva desde hace más de dos décadas investigando quién es Conchita Marín López. «Ha sido emocionante y apasionante», reconoce esta escenógrafa con alma de investigadora que se encandiló con su historia... Resulta grato verla en persona, tras intercambiar emails desde principios de año para hacer posible este encuentro.
Coloca las cartas sobre la mesa de madera maciza de su salón. Y la ficha policial de Conchita, donde está su única foto. Nosotros le llevamos su partida de nacimiento, fotos de los lugares de España que fueron importantes para ella... La primera, de la calle Las Almas, en Valencia, donde el 30 de agosto de 1916 vino al mundo una pequeña a la que bautizaron Concepción. «Hija legítima» de la murciana Carmen López Luna y del valenciano José Marín Pérez, de 29 y 27 años, respectivamente. Muy pronto, con tres años de edad, Conchita se mudaría al otro lado de los Pirineos.
«Entró en Francia a los tres años, en 1919. Asistió a la escuela municipal de París», relata Evrard con precisión. La huida se explica tras las secuelas de la Primera Guerra Mundial, una inflación desbordada, una crisis política... Aún sólo había sufragio masculino y las acusaciones de fraude en las elecciones generales eran vox populi.
«Cuando era pequeña, fue internada en un hogar de acogida en el Champ du Parc, en Thorigné sur Dué (departamento de Sarthe, región de Países del Loira, a 182 kilómetros al suroeste de París). Sus dos hermanos fueron allí "de visita"... Ella mantendrá un apego a este lugar durante toda su vida». Su madre sería uno de los puntales de su vida. Su padre, un misterio, como tantos otros en su existencia.
EN LA SORBONA
En la ficha policial que consiguió Florence Evrard, se señala que antes de la II Guerra Mundial, Conchita «estudió en la Sorbona». Todo un logro para una emigrante española que hablaba un «francés impecable». A su vez, dominaba el arte de la costura y el diseño.
En 1937, a los 21 años, ya independizada de sus padres, trabaja en una casa de moda. Pero pronto caería seducida por las lentejuelas de los cabarets. Conchita quiere vivir su libertad en plenitud. No había lugar para la hipocresía. Ni mejor lugar para ella que los locales de Pigalle, donde acudían lesbianas de todo el mundo a ser ellas mismas. Eran los lugares ideales para el espionaje, por eso a sus trabajadoras las tuvieron siempre controladas. Y más si detrás de uno de ellos estaba Frede, o Suzanne Jeanne Baulé, ese mito andrógino de iris azules que sedujo a Marlène Dietrich y Anaïs Nin. Un mundo pequeño y exclusivo donde todas se conocían. Conchita era sólo dos años menor que Frede.
La primera carta de Conchita es de cuando apenas tenía 22 años. «Ayer pensé en ti», confiesa la remitente. En abril de 1938, ella recibía el escrito firmado por Fritzi desde Londres. Como todas las primeras misivas que le envíaban era sutil, serena y emocional. Confirmaba que Conchita conocía a la cantante Jane Stick, seudónimo de Émilie Joséphine Jeanne Briard. Actriz y directora artística, Stick dirigía desde un año antes de esa misiva un lugar llamado Sirocco, al que después pondría su nombre. «Un cabaret de mujeres —es decir, un club lésbico— en la rue de Ponthieu, cerca de los Campos Elíseos», escribe Denis Cosnard, autor de un reportaje espléndido titulado «El enigma de las cartas de la Línea 6», publicado en enero en el Magazine de Le Monde, donde narra la búsqueda de Florence y la vida de Conchita.
LOS CABARETS DE PIGALLE
«Ella fue entrenadora en cabarets lésbicos en Pigalle. Primero en el Fétiche, luego en La Silhouette, el primer club abierto por Frede, con el apoyo de Marlene Dietrich. Durante la II Guerra Mundial, reanudó las clases como auditora en la Escuela Práctica de Altos Estudios. Allí escuchó al archivero-paleógrafo Marcel Poëte disertar sobre la historia de París». Cosnard mismo ayuda a reconstruir parte de lo que aconteció. Es autor de una celebrada biografía de Frede, «una de las heroínas de Patrick Modiano (premio Nobel de Literatura 2014)». El círculo de Conchita se hace más interesante cada vez... Sus más íntimas le llamaban ya Cony, más corto que Concepción, más fácil de pronunciar en francés e inglés que Conchita.
Entonces, recordando a Hemingway y a la generación perdida, París era una fiesta (aún). Pero del espionaje. La Gestapo actuaba en Pigalle, epicentro de la prostitución y las mafias, durante la invasión nazi. Los servicios secretos de medio mundo, también.
Pasó la invasión y volvió el glamour de las cenizas. Otra de las cartas revela dónde estaba trabajando Conchita. En el Carroll's de Frede. El amor de Marlene Dietrich volvió a lo grande tras haber estado huida por Biarritz, a donde mudó la fiesta, hasta que se tuvo que resguardar en un pueblito de la Borgoña. En Carroll's se reencuentran nuestra Cony y Frede. Los registros policiales de 1949 corroboran que en ese club trabajó la valenciana.
Ubicado en el número 36 de la rue de Ponthieu, era sinónimo de sofisticación y celebración. Acudía Charles Aznavour, Brigitte Bardot y Françoise Sagan, como parte de la más que notable selección gala. Hollywood no resistió tampoco a su fascinación: Marlon Brando, Orson Welles, Gary Cooper, Rita Hayworth y, siempre, Marlène... Incluso acudían estrellas de otras constelaciones como la mexicana María Félix, la Doña. Eran telúricos los encuentros entre ella y Frede. Y allí estaba —una vez más— Conchita, a quien le enviaban cartas a esa dirección. Como la de Benita, desde Alicante, en 1952, cuatro años después de que Frede tomara el control del cabaret. Benita le pide que se cuide. Que la noche puede ser peligrosa para su salud.
LOS AMORES DE CONCHITA
Las cartas corroboran que había mujeres que conocía y enamoraba allí, y que le mandaban escritos al trabajo porque no conocían su lugar de residencia. Y a las tan íntimas que le daba la dirección de su casa, y que incluso les había presentado a su madre, que vivía con Cony. Una buena parte españolas que —se intuye— conoció en el club donde las mujeres bailaban juntas, «mejilla con mejilla».
A otras las conoció en los viajes que había hecho al volver a su lugar de nacimiento. Una de las más enigmáticas y temperamentales es Hermi, que le responde desde Valencia. Le escribe con su puño y letra, firmada con su nombre en el interior. Con las iniciales R.H. en el remitente del sobre. En ese mismo 1952, se puede ver cómo entonces debían tener cuidado en España...
«Ayer cuando te fuiste... tenía muchas ganas de llorar pero me tuve que aguantar porque en la estación había mucha gente y nada más hacían que mirarme... De tanta tristeza me voy a poner enferma». Carta de Hermi a Conchita, 12 de septiembre de 1952.
También se denota, en su forma de escribir, incluso en su caligrafía, el paso del romance a la desesperación por la indiferencia. Y los reproches. «Desde que te has ido yo te he escrito tres cartas y tú una postal, en eso se demuestra quien quiere a quien...Te quiero y soy tuya, así es que tú sabrás lo que te haces». Carta de Hermi a Conchita, 29 de septiembre de 1952.
Cony rompió un corazón tras otro. Pero también es un confesionario. Benita le vuelve a escribir en septiembre de 1953, ahora desde Burgos. Más tristezas. Partió allí «para estar al lado de su marido que cumple una condena de 11 años de prisión, tiene hijos. Trabaja en una clínica», rememora Florence Evrard. «Conchita, a diferencia de otras mujeres lesbianas, no se casó. No tuvo hijos».
DOS TORBELLINOS
Otra española que sucumbió a sus encantos fue la actriz y cantante catalana Mireia Xapelli. Deslumbrante y talentosa, intentó competir en Eurovisión. A su vez, fue una investigadora interesada en los derechos de la mujer. Dos torbellinos encontrados. Le escribía desde su magnífico piso en la calle Balmes, en pleno Sarrià-Sant Gervasi. Lo visitamos. No la recuerdan. Los nuevos propietarios sólo rememoran que allí vivió una mujer famosa y que, tras su muerte, la vivienda estuvo mucho tiempo vacía. Una propiedad como la de Xapelli actualmente supera de largo el millón de euros.
Casada, con un hijo, Mireia hace como si no existiera el marido. Pasa de la euforia y el amor eterno, a la amistad. Todo sucedió entre 1958 y 1959. «Mi vida. Te soy fiel, y no tengo el más mínimo deseo de mis antiguos amores. Estoy bastante delicada y tomo diariamente inyecciones de vitaminas para fortalecerme. ..pues me dejaste "pa, el arrastre" como decimos aquí. Yo también quisiera, que nuestra amor durará siempre, y por mi parte creo que no se romperá, ya que contigo lo encuentro todo...». Carta de Mireia a Conchita, 18 de noviembre de 1958.
Asimismo, le cuenta de un esposo con el que no tiene sexo, que la abandonará para irse a América. Ella va creciendo como artista. Hace gira con Los Paquitos por Lyon, Ginebra, Frankfurt, París... Un año después ya son sólo colegas. Aún así le manda una foto, en sus palabras, «muy sexi».
EL ROMANCE PERPETUO
Nada se detiene en el París de Conchita. Por problemas con los propietarios del local, el Carroll's original cerró en 1960. Reabrió después en otra dirección, en el número 12 de la Rue Sainte-Anne. Allí solía acudir Dalí. Y el imán Dietrich, cuyo magnetismo garantizaba su supervivencia. En esa década, Cony se relacionaría con Jacqueline, a quien conoció en un cabaret. «Conchita es 27 años mayor que ella. Fue amor a primera vista. La contratan en el mismo club nocturno que ella. Conchita maneja la caja, Jacqueline anuncia los números en varios idiomas», describe en Le Monde, Denis Cosnard.
En 1971, el amor perduraba. Hay un testamento junto a las 27 cartas encontradas en el metro. Es de Jacqueline que, a punto de pasar por una complicada cirugía, entonces con 28 años, le dejaba su residencia en Thorigné-sur-Dué a Conchita. Ya no existía Mireia, ni Benita, ni Herni... Vivieron juntas. Se convirtieron en una. Ellas y sus dos perritos hasta que Conchita murió por enfermedad el 4 de enero de 2002, con 85 años, en el número 11 de la rue Chardon Lagache, en el Distrito 16 de París.
Diez días más tarde, la desconsolada Jacqueline dejó las cartas en la estación de metro de Nation. Quizá con la esperanza de que llegara a las manos de alguien como Florence. Las encontró la expareja de Evrard, Mathieu Duflot, gerente y cazador de tesoros que le entregó las misivas a ella. Investigó con su amiga, la interprete Corinne Hémier, hasta desenredar lo más posible la madeja de la vida de Conchita. Recuerda siempre que todo comenzó queriendo devolverles las cartas a su propietaria. Y terminó en la reconstrucción de una existencia apasionante. Como impulso ayudaba «el amor por España, por el flamenco, por el arte», añade Evrard, mientras coge los papeles amarillentos. Los protege rauda y ágil de una copa de vino rosé que está sobre la mesa. Casi es el fin...
EPÍLOGO
Florence consigue llegar a la casa de Jacqueline. Ella no resistió mucho tiempo más sin su Cony. En octubre de 2002, se arrojó por la ventana de una quinta planta, a escasos minutos de donde vive Florence. Hubo un encuentro con la propia madre de Jacqueline. La incomprensión personificada. La falta de empatía. Rechazó las cartas. Ella misma había tirado el resto de fotos y recuerdos de Conchita. Así, Evrard se quedó con lo único que queda de Conchita Marín López. Cony para quienes la querían. Veintidós años después de su muerte, está preparando un documental. «Calculo que será de una hora». Le haría ilusión que, si un día existe una película, un biopic, «la dirigiera Almodóvar». Lo dice a la vez que mueve las manos. Debajo de sus dedos está el rostro de la valenciana. Esa foto en blanco y negro de su ficha policial, la que se ha recobrado también gracias a Florence. «Se le ve fuerte». Enigmática y orgullosa, cual si hubiera resucitado.