Diario de abordo, sexto día. «Demasiado viento y hay que abortar la operación», suelta Flinn, el patrón de uno de los 13 barcos que harán un movimiento marítimo precioso. De alineación. Precisión. Simetría. Son palabras que se repiten. Como las banderas. Estamos frente a Ermionida, un precioso y auténtico pueblo heleno. Es un fondeadero denominado Ormos Kapari. El movimiento del ancla debe ser preciso. Es la segunda, incluso la tercera vez, que se intenta dibujar una flor con las embarcaciones. Quedan únicamente dos para completar el círculo. Seremos los últimos. «Jodidamente poderoso. Jodidamente intenso», suelta un miembro del equipo. Dos botes guían a los barcos. Unas cuerdas van uniéndolos a la vez. Me ceden el privilegio de poner el ancla. Llega a una profundidad de 50 metros. Los pasajeros celebran danzando.
En el barco de al lado está Gerard, un español que vive en Stuttgart. A quien sus amigos dejaron solo en esta correría, pero igual no cesa de bailar. A su vera, un compañero de yate con la espalda tatuada con un guerrero japonés, una sudafricana tan rubia que su pelo parece blanco...
En los mástiles hay banderas de EEUU, Brasil, España, México, Italia, Uruguay, Colombia, Irlanda, Alemania, Francia... y la de Isla de Mann, donde nació Finn. Esta travesía es considerada una aventura empresarial única. Hace 18 años, los fundadores descubrieron que había un nicho de mercado en la idea de viajar en barco en flotilla. Que gente joven de todo el mundo se conociera. Y se divirtiera. De un puñado pasaron a decenas, de decenas a cientos. Ahora manejan más de 1.300. Han facturado más de 100 millones de euros desde que comenzaron.
Suena en uno de los yates el Columbia de Quevedo. ¿Así termina esta aventura coral? Volvamos al inicio.
DÍA 1. VELERO DE 2023. Comienza la experiencia en Atenas, en el puerto de Alimos, exactamente en el muelle 2. Esta noche se duerme en el barco, para zarpar mañana a primera hora. Es un velero de 16 metros de eslora. Con tres baños. Capacidad para 12 personas en total. Cocina completa, aire acondicionado y cuatro cabinas para pasajeros. Botado en 2023, es casi a estrenar. El precio del viaje oscila —de media— entre 2.500 y 22.000 euros, dependiendo del número de huéspedes que albergue y el lujo que se solicite. Puede hasta alquilarse un barco únicamente para usted. En el nuestro, iban sólo seis pasajeros. Más dos miembros de tripulación, Finn, el patrón (skipper, en inglés), y nuestra anfitriona y chef, Lucy (host). En total es un flotilla de 13, entre catamaranes, monocascos y veleros. Noche nigérrima.
DÍA 2. ESE TÚNEL MARINO. Seis de la mañana. El motor resuena en todo el barco. El amanecer se ve límpido, entre azules y ocres, sin mayor obstáculo que la bahía. El objetivo del día es hacer el primer dibujo con los barcos, un túnel marino cerca de Egina y Angistri. Antaño había piratas por estos lares y las naves encallaban por el oleaje. Tierra de naufragios. No parece el mejor lugar para hacerlo, pero el mar está calmo. Extremadamente quieto. Se llega al destino sobre las 16 horas.
Hay un patrón de patrones que dirige las operaciones para también asegurar la simetría de las embarcaciones con cuerdas y anclas. Una hora más tarde, las 13 están perfectamente alineadas. Apenas hay oleaje, parecen vibrar más los altavoces que se encienden. Los DJs parecen soldados de una diversión que durará por horas. Aquí bailan en el agua desde ejecutivos de las Big Four —Deloitte, PwC, Ernst & Young y KMPG— hasta graduados Ivy League —Harvard, Brown, Princeton...—, llegados de tierras cercanas como Gerard, catalán que ejerce en Alemania, a un fotógrafo que arriba desde las Antípodas. Es el punto real de partida...
«Más allá de la fiesta: el auge del negocio de The Yacht Week», ha titulado Forbes. Aquí las relaciones sociales van lejos, muy lejos. Simplificando: gente poderosa se relaciona con gente que va a ser poderosa. Y viceversa. Aquí, por ejemplo, un empresario conoció a un líder político demócrata, y terminaron —después de tanta parranda— reuniéndose en la mismísima «fiesta de Navidad de la Casa Blanca» y «siguen siendo amigos», describió The Wall Street Journal, en el reportaje que le dedicó a estas travesías. Es uno de los itinerarios del mundo donde más contactos se puede hacer. En aquello que los anglosajones llaman networking, este es uno de los epicentros más selectos.
DÍA 3. BELLEZA CERÚLEA. La llegada a Poros es a cámara lenta. El mar Egeo luce turquesa por momentos. Depende del ángulo del sol para que se torne cerúleo. «El mar es el Lucifer de la luz. El cielo caído por querer ser luz», escribía Federico García Lorca. Aquí cobran sentido pleno sus palabras. El barco va a su ritmo, como si fuera a la deriva. Pero lo controla Finn que busca amarre. En una de las islas más bellas, encontrarlo es tan complicado como aparcar en la Gran Vía madrileña. De tan hermoso y auténtico, uno de los patrones de Países Bajos que comparten nuestro periplo se la ha tatuado cerca de la entrepierna. El mapa de Grecia y una X en el lugar donde hoy nos encontramos. «Es el lugar más bello del mundo», sentencia. Finn consigue un lugar entre un barco de unos 40 metros de eslora y un yate de 20. Lo encaja limpiamente, ante la mirada preocupada de los dueños de las otras embarcaciones. Ni un rasguño. Poros es belleza anacrónica, sin decorados nórdicos, sin comida fusión. Muebles de madera y paredes pintadas con cal. Cual perla en una concha milenaria.
DÍA 4. LIGERA TEMPESTAD. La proa corta el mar agitado. El sosiego ha desaparecido. Finn se mantiene firme. Es de esos personajes que parece salido de una novela, puede navegar bailando al son de Britney Spears o saltar con una canción marinera de su isla. Es un resiliente. No por nada, su tierra es de marinos y su símbolo son tres piernas de armadura formando una suerte de estrella. La frase que les guía es Quocunque Jeceris Stabit («dondequiera que lo arrojes, permanecerá»). A sus 29 años, comenzó en un pesquero, pasó a súper yates, hasta terminar en este barco, una pequeña joya náutica. «Creo que siempre soñé con estar en el mar», apunta mientras juguetea con las amarras. Se descarta por hoy la visita a Hidra. Las aguas del golfo Sarónico no lo permiten. Tampoco dibujar la flor con las embarcaciones.
Aquí, aparte de jóvenes burgueses y millonarios, o ambos dos, hay historias de jóvenes que trabajan a un ritmo incesante y milimétrico. Que se despiertan de madrugada para organizarlo todo. Lucy, anfitriona y chef, 24 años, se levanta sobre las 6:30. El desayuno está preparado para las 7:30. Fruta de temporada fresca, huevos escalfados en su punto, tortitas... Pequeñas delicias dentro de un velero. Siguientes destinos posibles para la tripulación: Croacia, donde se inició todo, Costa Esmeralda (Cerdeña), las Islas Vírgenes (Caribe)... Lucy, licenciada en Historia por la Universidad de Edimburgo, es una de los talentos de la academia de la compañía.
El ascenso en la empresa puede ser vertiginoso. Tanto como lo fue su creación. Todo lo iniciaron dos jóvenes suecos. William y Erik, ex oficial de artillería y ex ejecutivo de medios, respectivamente . Acababan de sacarse su licencia como patrones de barco. Quisieron organizar una fiesta con todos sus amigos. Ambos son ya millonarios.
Fuera de la cúpula, los sueldos de los tripulantes varían desde los 450 euros semanales hasta los 950, limpios. Eso sin incluir propinas, que —dependiendo del pasaje— suele ser de no menos de 100 euros por viajero. Aquí hay todos los perfiles: profesora de yoga de California, licenciado en psicología de Sudáfrica... Incluyendo un gallego, patrón de barco, que —cuentan— prefiere mantener el anonimato. Ellos denominan a lo que hacen «el mejor trabajo de verano del mundo». Una canadiense presume que pasa de la montañas de Aspen y los Alpes a los mares más primorosos.
DÍA 5. HORA DORADA. Los DJs están en plenitud de fuerzas. Viajan tres en la expedición. Dos son de origen colombiano. Andrés Dale Play y Mara hacen las fiestas latinas más trepidantes de Bélgica. Les ha convocado Alex Ebs, un veinteañero de raíces francesas y holandesas. Los latinoamericanos parecen salidos de un relato de García Marqués. Andrés, en los 40, comenzó su vida como soldado, aprendió a disparar en la selva. Vio pasar la muerte en la época más dura del narco y la guerrilla. Aún recuerda con nostalgia alguna noche solitaria, entre alcoholes y estrellas, en medio del Amazona. Ruidos de insectos y matorrales. «Duro, duro», dice constante. Si antes lucía camiseta militar, hoy es de Balenciaga.
Mara, treintañero, llegó a Bruselas de niño. Hijo de la inmigración, creció en la ciudad del Europarlamento, y rápidamente se hizo un nombre en las pistas de baile. Juntos han formado una alianza a la que llaman, en honor al pasado, Bajo Mundo. En su listado de canciones suenan Quevedo y Rosalía. «En lugar preferente, son lo más escuchado a nivel mundial», recalca Mara. Toca la consola... «Los dos sabemos que es verano y que tal vez/ Cuando termine agosto no nos volvemos a ver.../ La isla se hizo pequeña cada vez que nos miramos». El Columbia del cantante canario, retumba como banda sonora del momento. Su compañero quiere ponerle «más flow» y completa su sesión con la catalana. «Pongo palmas sobre la Guantanamera/ Llevo a Camarón en la guantera (de la Isla)...», perrea al lado de J.Balvin y su Con Altura.
El tercer DJ es residente de este entramado de barcos. Alex, niño prodigio entre los pinchadiscos de su país, desde adolescente acumula éxitos. Él es el artífice de que esta fiesta esté plagada de música en español. Piloto de helicópteros, empresario, e hincha del Real Madrid, luce la camiseta merengue durante la velada. Ellos son el triángulo de las Bermudas del jolgorio. Aquí se vive a otro ritmo, Alex ya piensa en el retiro musical, su negocio navega practicamente en automático y ahora le apetece más surcar los cielos, ascendiendo y descendiendo verticalmente. El atardecer cae sobre Cabo Bianco. A este rato le denominan Golden Hour.
DÍA 6. LA REGATA. Tras conseguir, al fin, que los veleros se unan cual flor, queda la regata: 13 barcos navegando juntos en el Egeo. Finn mira a sus pares para coordinar los movimientos. Observa a babor y estribor. En el mar, un descuido y terminas dañando el casco. La mezcla sencilla y meticulosamente organizada de estos movimientos de veleros y catamaranes, el networking y los DJs han conseguido que The Yatch Week sea un fenómeno viral con más de 800.000 seguidores en sus redes sociales (sólo sus 10 vídeos más vistos en TikTok acumulan 28,5 millones de reproducciones). No sólo es una epifanía en la red, en el mundo marino pasó de mover un puñado de barcos a administrar por encima de los 1.300. Su facturación desde su creación, en 2006, ya supera los 100 millones de euros.
DÍA 7. DESPEDIDA. Vuelta a Atenas y la canícula que no cesa. Nos despedimos de nuestros otros compañeros de viaje, el sudafricano Eduan y el indio Shariq. Con este último, ahora parte de la empresa, comentamos que el negocio de los yates es el presente. Que hasta Uber se está metiendo, con el lanzamiento en Ibiza de su servicio por ocho horas... Es crecimiento incesante de lo que llaman «el epítome del lujo». Y una de las razones por las que Shariq ha cambiado trabajar en una potente empresa de software por esta multinacional del hedonismo. Los abrazos se multiplican por centenares. Los móviles se sobrecalientan de tanto intercambiar cuentas de Instagram. Frase repetida: «Nos vemos pronto» Y Finn coloca las amarras.