Un misterio recorre las calles de Valldemossa en la primera mañana otoñal del año. Los vecinos bisbisean y comentan la noticia. La comparten, se miran con cierto recelo. Se preguntan con las manos y con las cejas qué habrá pasado, por dónde estará brotando esa enigmática fuente de dinero en la que ellos no se han refrescado.
«Aquí vive gente rica... pero nosotros no somos ricos», repiten como un mantra, negándose casi siempre a hablar con nombre y apellido, todavía algo incrédulos ante el dato que esta mañana de octubre ha traído a un reportero hasta su puerta. «Incluso ha venido una cámara de Telecinco», dicen sorprendidos, con la típica alergia de los mallorquines a la sobrexposición.
Hacienda acaba de publicar la clasificación de municipios españoles de más de 1.000 habitantes que más dinero por habitante declararon en concepto de IRPF durante el ejercicio fiscal de 2022. Y Valldemossa, una idílica localidad turística de la Serra de Tramuntana situada en el norte montañoso de Mallorca, ha protagonizado el subidón del año.
Con 2.000 residentes y apenas 1.130 personas declarantes de renta, este pueblo empedrado y húmedo a 23 kilómetros de Palma ha pasado de estar en el puesto 55 a ocupar de golpe la segunda plaza. Solo ha sido superada por Pozuelo, la elitista zona residencial del extrarradio madrileño donde viven grandes empresarios y futbolistas.
Un ascenso como el de Valldemossa nunca se había registrado y el anuncio es la comidilla del pueblo. El diagnóstico colectivo es prácticamente unánime: tuvo que ser algún vecino (o un puñado de ellos) que se mudó y reventó el medidor del dinero.
Según ese ranking del fisco —la liga del dinero blanco y tributado— la renta media per cápita en el pintoresco pueblo mallorquín fue en 2022 de 67.527 euros, muy superior a los 40.542 euros por habitante del año anterior. Y netamente por encima de la media nacional. De hecho, en la lista de los 15 primeros, y con la excepción de uno valenciano, Valldemossa es el único municipio que no es de la comarca de Barcelona o Madrid, polos de la riqueza. Aunque el dato, como suele pasar en las frías clasificaciones, tiene trampa.
«Alguien nos está rompiendo la estadística, eso está claro», dice Vicenç Colom, concejal en el pueblo y trabajador del sector de la construcción. «Basta con que haya alguna o algunas personas con mucho dinero que tengan casa y se hayan empadronado aquí para que todo se distorsione, probablemente extranjeros o gente de fuera», explica, sin tener todavía ninguna respuesta clara. «Somos pocos y con una sola fortuna la media se dispara».
Con 800.000 turistas al año, Valldemossa no es un pueblo pobre y tiene mucho comercio. Pero sus vecinos no son todos ricos, ni mucho menos. «Aquí hay gente que vive bien pero este no es un pueblo de ricos que vayan conduciendo un Porsche, es gente discreta que vive sin ostentación», añade el edil sin lanzarse a dar una explicación concluyente. El Ayuntamiento, además, no puede identificar el origen por la protección de datos.
«Por supuesto, nosotros no sabemos cuánto dinero tiene la gente en el banco», añaden desde el Consistorio, donde dicen que Valldemossa es un pueblo de «gente normal, trabajadora y comerciante» y donde —como corroboran los vecinos— a nadie le ha tocado últimamente la lotería. Al menos que se sepa. Y en la plaza de este pequeño pueblo famoso por sus cocas de patata y su monasterio de cartujos, prácticamente todo se sabe.
Especulaciones con el enigma
La explicación más plausible, según ha señalado el propio alcalde a los medios, es que el incremento se deba a que se ha empadronado gente nueva con ingresos muy elevados.
Nadie quiere nombrar a ninguno públicamente, pero por el pueblo se especula estos días con varios nombres. Hace unos años se instaló allí Bruno Entrecanales, miembro de una de las sagas empresariales más importantes de España (dueños de Acciona). Filántropo y discreto, compró la finca Son Moragues e impulsa en el pueblo una fundación muy activa dedicada a la conservación de la naturaleza y el patrimonio local y etnográfico en la Serra de Tramuntana.
Otro de los nombres ilustres que suenan es el de Michael Douglas, que tiene casa en la zona, aunque se da por hecho que no reside fiscalmente en España. En este rincón de Mallorca tenía también mansión Manuel March, nieto del banquero Juan March, que pactó la venta con un potentado empresario venezolano. Finalmente la acabó vendiendo a un matrimonio extranjero en 2022.
La familia Swarovsky también tenía villa, así como un grupo selecto de hoteleros, herederos de ricas familias europeas, directivos de multinacionales (se dice que el del gigante sueco Ericson) o artistas, atraídos por la belleza y la luz de unas montañas que invitan a la bohemia pero que, como comprobó el pianista Chopin en el siglo XIX, son severas en invierno. A las afueras, en la discreta y lujosa urbanización George Sand, se venden villas por cinco millones de euros con vistas al infinito azul mediterráneo.
La historia arquetípica del rico que se retira del mundanal ruido en Valldemossa no es nueva en un pueblo donde se respeta mucho la privacidad —Douglas celebró allí su 80 cumpleaños en la plaza como un mayor más, bebiendo horchata— y que antes de vivir del turismo siempre tuvo alma campesina.
En el siglo XIX se mudó allí el archiduque Luis Salvador de Austria, primo de la emperatriz Sissi. Llegó de incógnito y con seudónimo a un pueblo de gente que se sudaba el jornal en las grandes fincas de montaña, recogiendo aceituna o haciendo leña y carbón.
El noble no quiso que su alcurnia le precediera y se hizo llamar conde de Neudorf. Se enamoró de la zona, construyó palacios y caminos y cartografió su flora y su paisaje. Con los años, se convirtió en una figura capital en la historia divulgativa de Mallorca.
Un siglo y medio después, esa historia se repite. Sigue funcionando el efecto Neudorf. Sólo que ahora, Hacienda también lo controla.