El lunes 21 de agosto de 2017, en pleno duelo y estado de shock de la sociedad catalana por el sangriento atentado islamista del 17-A, Carles Puigdemont tiene concertadas sendas entrevistas con la CNN y The Washington Post y, además, comparecerá en rueda de prensa junto al jefe de los Mossos, José Luis Trapero, ante decenas de informadores de los medios más importantes del mundo.
Buen conocedor de las dinámicas periodísticas, Puigdemont exprime la oportunidad y aparece en la CNN una hora y media después de lo acordado, a las siete y media. Ese día vuelve a hablar con Mariano Rajoy y constata los mismos tics presidenciales que en las horas posteriores al atentado de las Ramblas. El presidente del Gobierno y líder del PP insiste en que le llame a un número privado que le había proporcionado con anterioridad.
A Puigdemont le desconcierta que Rajoy le ceda todo el protagonismo en la comunicación sobre la muerte del último terrorista de la célula islamista de Ripoll. Y aún más, la insistencia en que no le llame por los canales habituales, sino a un móvil personal. Puigdemont concluye que Rajoy no puede fiarse de nadie de su entorno, que quienes le rodean son un coladero de filtraciones y que pretende que nadie sepa que mantiene una comunicación fluida con el presidente de la Generalitat.
EL SUQUET
A Puigdemont se le acumula el trabajo después de atender la agenda mediática. Aún tiene que acudir a otra de las fiestas político-sociales del verano catalán, el suquet de Pere Portabella en el restaurante Mas Ventós de Palau-Sator, en el Ampurdán. Rodeado de políticos, empresarios y notables de la sociedad catalana, Puigdemont es el centro de atención.
Aprovecha para extender la buena nueva de la independencia empleando para ello la respuesta de la Generalitat y de los Mossos ante los atentados. Está convencido, y así lo escribe en sus memorias, de que «el Estado ha perdido muchas fichas en esta partida. Muchas, porque la gente ha visto lo que significaba la independencia. Significa esto: una policía democrática, que informa al minuto, que está al servicio del ciudadano: una policía que no es la de las cloacas, ni la del terror, ni la del dictado político. Tenemos una policía que no causa vergüenza».
El líder de Junts está convencido, además, de que la publicación de noticias y reacciones en torno al aviso de la CIA a los Mossos sobre un posible atentado que la policía catalana habría ignorado es un complot del Estado, una de tantas maniobras para desacreditar al independentismo, una suerte de guerra sucia desatada para arrebatar a los Mossos sus méritos.
El atentado coincide con los preparativos del 1-O. Puigdemont casi no duerme más de cuatro horas seguidas desde hace cinco días. Su cabeza no para de dar vueltas sobre el origen, pero también las consecuencias de los atentados en su plan para la independencia. Uno de los asistentes al suquet es el líder del PSOE, Pedro Sánchez. A pesar de las trágicas circunstancias, la cita en el Ampurdán no se ha cancelado y el líder socialista es quien le hace la pregunta al presidente catalán: ¿Cambiarán estos atentados la hoja de ruta independentista? Puigdemont explica que no, que el referéndum del 1 de octubre se mantiene en pie.
La conversación se produce en una sala del Mas Ventós a la que se han retirado para poder hablar con calma y sin testigos. Se conocen y se respetan, aunque Puigdemont cree que tiene calado al que tiempo después se convertiría en presidente del Gobierno.
EL PRIMER ENCUENTRO
«Está claro que hoy Sánchez no viene a trabajar de verdad, sino a construir un relato. A él le interesa la fotografía porque lo contrapone a Rajoy, que no mueve ficha. Y a mí también me va bien». Así pensaba Puigdemont antes de la primera reunión que tuvo con el líder del PSOE en el Palau de la Generalitat, el 15 de marzo de 2016. Ese día el presidente de la Generalitat, envalentonado, da un capón a Sánchez solo comenzar su entrevista: «No puedo aceptar, y te pido que no la hagas nunca más, esa apelación constante al hecho de que hay un problema de convivencia en Cataluña. No existe ninguno [...]. Estamos haciendo esfuerzos para que nuestra sociedad sea muy convivencial y democrática, y lo estamos consiguiendo», le espeta. Sánchez entona el mea culpa: «Es cierto. Lo reconozco [...]. No te preocupes, que no será necesario hablar de este tema nunca más».
Poco después, el dirigente socialista le ofrece impulsar un nuevo Estatut, a lo que el president le pregunta si ha oído a algún catalán que lo reclame. «No, no claro», reconoce Sánchez, dando pie a que Puigdemont ponga sobre la mesa la consulta legal: «Aquí lo que queremos es un referéndum. Si tú admites la posibilidad del referéndum, nosotros te ayudaremos; podemos entendernos». Sánchez duda. Rompería la soberanía nacional, avisa, pero tampoco lo descarta.
«Si se hiciera, debería votar toda España», remarca, sorprendiendo al propio Puigdemont, que cree haber abierto una ventana de oportunidad porque Sánchez «se ha situado, seguramente sin querer, en el escenario del referéndum; habla de él como si fuera posible».
Puigdemont es sensible a la peripecia de Sánchez, que ha logrado recuperar las riendas del PSOE después de que sus compañeros le hubieran puesto directamente de patitas en la calle. Valora la determinación y la cintura del socialista. En sus reuniones previas han hablado sin tapujos y Puigdemont aprovecha esa cita de agosto tras los atentados del 17-A en Cataluña para decirle que no hay vuelta atrás, que los catalanes han sido insultados, perseguidos y despreciados y que, por tanto, han desconectado por completo de España. Sánchez comprende. El ambiente en el suquet es cordial. Quedan en volver a verse pasados tres días, el 25 de agosto en el Palau.
REUNIÓN PROVECHOSA
Esta también será una conversación a fondo, larga y provechosa. El todavía líder de la oposición sondea a Puigdemont, da por descontado que se celebrará el 1-O y le propone la creación de una comisión parlamentaria el día después para reformar la Constitución si no remata la operación independencia. Le llega a decir que «yo tengo claro que Cataluña es una nación y que tiene que ser reconocida como nación», según las anotaciones de Puigdemont.
El president le ofrece una opción: que el socialista le anuncie una moción de censura acompañada de una propuesta para Cataluña podría facilitar alguna clase de maniobra tras el 1-O. Sánchez lo descarta. Alega que aún quedan tres años de legislatura y la moción todavía no está madura.
Todo llegará. Sánchez le informa de sus planes para aliarse con Podemos, en ese momento un partido al alza, e insiste varias veces en que el problema es el PP. «Cuando hemos gobernado las izquierdas siempre nos hemos entendido con el nacionalismo catalán», le dice. Sánchez obvia que el PP también se ha entendido en el pasado con los nacionalistas. Y muy bien.