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El sábado 29 de marzo, el youtuber estadounidense Mykhailo Viktorovych Polyakov (24) se embarcó en un bote inflable hacia uno de los pocos territorios insulares donde está totalmente prohibido poner un pie: la isla Sentinel del Norte. Desde 1956, las visitas a este enclave del océano Índico están restringidas, ya que en él habitan los sentineleses, uno de los últimos pueblos indígenas del mundo que permanece completamente aislado del contacto con el exterior.
La aventura del influencer fue, en gran parte, catastrófica, pero también afortunada. Fue catastrófica, porque al ser avistado por unos pescadores, el turista fue arrestado por las autoridades de la India (país que administra la isla) tras buscar contactar, sin éxito, a los nativos. Y fue afortunada precisamente por esto; porque en ocasiones anteriores, los acercamientos por parte de forasteros habían terminado en tragedia.
El caso más reciente fue el del misionero John Allen Chau, quien, en 2018, se embarcó a lo que él definió como «el último bastión de Satanás en la Tierra», para tratar de difundir el cristianismo entre sus habitantes. La misión terminaría con su muerte.
El también estadounidense intentó en dos oportunidades -con regalos y canciones- acercarse a los sentineleses, pero fue repelido tras recibir una flecha que impactó en su Biblia. Lejos de desistir, Chau hizo un tercer intento el 15 de noviembre, pero esta vez no logró regresar. La misma suerte corrieron dos pescadores que, en 2006, se acercaron ilegalmente a la isla; así como un fugitivo indio, quien, en 1986, tras huir de la colonia penal británica y varar en Sentinel del Norte, fue hallado muerto con múltiples heridas de flecha y la garganta cortada. En 1974, en tanto, un documentalista se salvó por poco tras ser herido con una flecha.
También ha habido quienes, sin quererlo, han encallado en la isla. Según Atlas and Boots, en 1867 un barco mercante indio naufragó en sus aguas y las personas que iban a bordo fueron atacadas por los sentineleses. El capitán, que fue uno de los supervivientes, retrató en un escrito a sus agresores como hombres «perfectamente desnudos, con el pelo corto y la nariz pintada de rojo».
¿Qué explica que esta civilización rechace el contacto con el exterior?
La portavoz del movimiento Survival International, Laura de Luis, explica a Crónica que los pueblos indígenas son conocedores, ya sea por experiencia propia o de sus antepasados, de los «estragos a los que les aboca el contacto». En 1880, por ejemplo, un oficial británico lideró una expedición que resultó en el secuestro de una pareja de ancianos y cuatro niños sentineleses. Los cautivos enfermaron rápidamente, y los ancianos fallecieron. «Poblaciones enteras son exterminadas por la violencia que ejercen los foráneos que les arrebatan sus tierras y sus recursos, y por la propagación de enfermedades como la gripe y el sarampión, frente a las cuales no tienen inmunidad», explica De Luis.

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Aislarse es, entonces, su deseo expreso, y «si no se respeta éste, ni sus derechos territoriales», los sentineleses, cuya población se estima entre 50 y 400, podría enfrentarse a su desaparición.
La segunda mitad del siglo XX presenció nuevos intentos por parte de las autoridades de la India para establecer contacto. No obstante, salvo algunas excepciones (de los antropólogos Triloknath Pandit y Madhumala Chattopadhyay), los encuentros continuaron siendo peligrosos. En 1996 se cancelaron las misiones regulares tras constatarse que los intentos de contacto ponían en riesgo a la tribu. «Funcionarios y expertos empezaron a reconocer entonces que los sentineleses vivían de forma autosuficiente y saludable sin intervención externa», señala la portavoz de Survival International.
Aun así, hay quienes, cada cierto tiempo, insisten en ingresar a la isla para establecer un contacto que no solo pone en riesgo a los visitantes, sino que podría derivar en la aniquilación de esta comunidad indígena.
«El riesgo colectivo que corren los sentineleses si se produce un contacto es catastrófico, pues podría desembocar en su desaparición completa. Sería un genocidio», señala Laura de Luis .