Si Sabino Arana, haciendo honor a la fecha, levantase la cabeza este domingo de Resurrección, y se diese un paseo por la plaza vieja de Bilbao, sufriría un infarto de efectos fulminantes. Es la primera vez en la historia del partido que él fundó en la que tres maquetos, como él los llamaba con desprecio, tres personas con apellidos no vascos y cuyos orígenes están en la pura Castilla o incluso en Andalucía, dirigen o representan en los lugares más determinantes a la formación jetzale, la siempre guardiana de las esencias nacionalistas vascas, que nació precisamente para defenderse del maquetismo y para alejarse del resto de España. Y este Aberri Eguna, día de la Patria Vasca, en las celebraciones que el partido ha convocado en el cogollo de la capital vizcaína, también lo representarán. Bien pensado, no es poca la paradoja.
Una de esas personas, además, se constituye en el colmo de la provocación porque es mujer. La tríada que debe estar haciendo que los restos del fundador —reconocido «racista» y «machista» por los historiadores de todo signo— se revuelvan en su tumba es la compuesta por el lehendakari Imanol Pradales, con 16 apellidos castellanos y determinado, sin embargo, a buscar un nuevo estatus para la comunidad autónoma; el flamante presidente del partido Aitor Esteban, con cuatro apellidos castellanos, una comprensible querencia por Cañamaque, el pueblo soriano donde nació su madre, y que reivindica un lema, Somos Euskadi, somos mundiales, que hasta supera las fronteras europeas; y su sustituta al frente de la portavocía del Congreso de los Diputados, Maribel Vaquero Montero. «Con ellos, el PNV ha clavado una estaca en el cadáver incorrupto de Sabino Arana», dirá a Crónica el historiador y doctor en Ciencias Políticas en la UPV, Pedro Chacón, quien está convencido de que el partido «ya no es lo que era sino otra cosa cuya identidad está por descubrir». Uno de los militantes más veteranos de la formación añadirá: «En estos momentos, el PNV es un partido sin épica, un partido que ya no es aquel irredento con notables personalidades perseguidas, sino con tecnócratas de la Universidad de Deusto al frente que asumen a un Sabino Arana light, sin calorías». Y sin embargo...
Una vez consolidada una tríada inédita hasta el momento, la cuestión de los apellidos, que en cualquier lugar del mundo desarrollado es un asunto superado y sin importancia, viene a cuento con el PNV y con el País Vasco precisamente por los criterios establecidos por su fundador, que se prolongaron sin modificaciones durante cuatro décadas y cambiaron después lentamente hasta hoy —hubo un momento considerado ya de evolución, en el que no se exigían cuatro apellidos sino uno—. Y sirven para abrir el interrogante sobre qué le ha pasado a la sociedad vasca o al partido para llegar a este punto, si es que les ha pasado algo.
"UNA RAZA AFEMINADA"
Por orientarse un poco, el fundador Arana lo dejó bien claro. De familia carlista, aseguró en sus artículos que su hermano Luis fue quien, tras encontrarse con un santanderino que le reprochó que los vizcaínos eran malos españoles porque preferían esgrimir los fueros en lugar de pagar los impuestos como todos, le hizo llegar a la conclusión de que lo de ser mal español no le parecía algo tan oprobioso. Tardó un año en pergeñar sus ideas, pero, para disgusto de su bien posicionada familia, acabó concibiendo la ikurriña, enseña actual del País Vasco, eligió la palabra Euzkadi para referirse al territorio, decidió fundar un partido que cambiaba el lema carlista Dios y Fueros por Dios y Leyes antiguas y redactó unos estatutos en los que dejaba bien claro que, para entrar al batzoki, sede del partido (la que fuera casa familiar y que hoy responde al nombre de Sabin Etxea), había que tener cuatro apellidos vascos, no ocho, como dice la película exageradamente.
Según Arana, los españoles eran «una raza afeminada e inferior a la vasca, corta de inteligencia», y el pueblo vasco había ido «degenerando» al ser «invadido» por ellos. Los maquetos eran los culpables de todo, «desde la impiedad hasta el crimen o el libre pensamiento». Como quiera que consideraba que la raza vasca estaba identificada por los apellidos y no por el lugar de nacimiento, estableció un control de calidad por los nombres (realizó un tratado etimológico de los apellidos euskéricos) que se revelaría difícil de mantener. («Tenía una inventiva de la pera», opina el historiador Chacón). Para casarse con la que sería su mujer dijo investigar sus antepasados hasta encontrar 126 apellidos vascos, cosa absolutamente incierta, mientras su hermano Luis cambiaba el apellido de su esposa, que era aragonesa, después de comentar que su novia anterior era «poco vasca». Sabino Arana alegó que prefería que ningún vasco hablase euskera antes de que lo hablase un solo maqueto porque la lengua, «siempre que haya una buena gramática y un buen diccionario puede restaurarse, aunque nadie la hable, mientras la pureza de raza, en cambio, no puede resucitarse una vez perdida».
Lugder Mees, historiador y catedrático de la UPV, uno de los autores de El péndulo patriótico, sobre la historia del PNV, sostiene que, tanto al personaje como a su ideario, «hay que colocarlos en su contexto histórico». «Era un hombre todavía decimonónico», explica, «y en aquel entonces, tras Darwin, la idea de la raza era considerada una idea absolutamente científica, moderna, y no tenía ese sentido peyorativo que tiene hoy. Él no es un iluminado que aparece de la nada, el éxito lo tiene porque detrás hay algo, llega al sitio adecuado en el momento adecuado y eso es lo que ve mucha gente del PNV actual».
ÉXITO Y COHERENCIA
Chacón, autor de La identidad maqueta, un libro que hace apología y orgullo del maquetismo defiende que lo que había «detrás» eran las «reivindicaciones de la oligarquía local, decaído el carlismo, a través de una demanda agresiva, victimista, racial y emocional para recuperar la hegemonía». El hecho es que, efectivamente, Arana, tuvo éxito. Otra cosa es que la coherencia brillase por su ausencia ya desde el principio, sacrificada por beneficios mayores, un comportamiento que podría considerarse la manifestación iniciática del transcurrir histórico del partido, que si una vez busca la ruptura, la otra, la practicidad.
El catedrático Santiago de Pablo, otro de los coautores de El péndulo patriótico explica que, a pesar de la contundencia al establecer los límites de entrada al mundo nacionalista, «una cosa fue la teoría y la otra la práctica». Porque desde el primer momento, aparte del apaño con los apellidos de las esposas, «alguno de los hombres de confianza de Arana, como Miguel Cortés, llevaban apellidos castellanos y los primeros diputados en Cortes, en 1918 (Arana falleció en 1903), fueron Ramón de la Sota, Arturo Campión o De la Torre».
El PNV vive desde entonces en un desasosiego respecto a la figura de su fundador. «Su figura ha sido durante mucho tiempo muy potente, y eso hacía que se cambiaran las cosas que él había dicho, pero sin decir nada contra él. Es un referente simbólico separado de su propia realidad y de su propio pensamiento. En el País Vasco francés hasta se venden actualmente camisetas con su efigie como si fuese el Che Guevara. Nadie sabe quién es, pero es su icono. Los jetzales han tenido tiempo para elegir otros referentes como José Antonio Aguirre o Manuel Irujo, pero le mantienen porque otra cosa sería traumática. Ahora bien. No verás que empleen ninguna frase suya más allá que la de "Euzkadi es la patria de los vascos" y nadie va a querer editar sus obras, ni siquiera escogidas», añade De Pablo.
Los nombres de Aguirre e Irujo vienen a colación porque, según algunos historiadores, fueron el primer lehendakari y su equipo quienes cambiaron el sustrato racista del PNV y lo transformaron en homologable. «Yo creo que aquellas exigencias de los apellidos son tiempos muy pasados», señala Mees, «hoy desde luego es un tema absolutamente asumido hasta por los sectores más cerrados. No es relevante por lo menos desde los tiempos de la Segunda República, cuando el PNV gira al centro de espectro político y pacta en la guerra con los partidos del Frente Popular». La guerra, y que luego llegó Hitler y organizó el Holocausto, y las ideas racistas y etnicistas pasaron a ser inasumibles. Aunque en 1977, cuando se celebra la que se llamó Asamblea de Iruña, el PNV todavía adoptó una postura «intermedia en cuanto a la definición de la nación vasca». Es decir, se determinó que sería «fruto de una identidad étnica, cultural y de voluntad común», pero también que «la cualificación primera de pertenencia a un pueblo no lo constituye la sangre ni el nacimiento sino la voluntad integradora, la impregnación cultural y la aportación a su desarrollo».
UN BAILE SOBRE LA TUMBA
Y ahí entran los abuelos de Pradales, que ya habían nacido en Euskadi, el padre de Aitor Esteban, que empuja a su hijo a meterse en el PNV y la voluntad de Maribel Vaquero que puede considerar un triunfo —ella y todas las dirigentes del PNV (no tantas como debieran)— poder bailar simbólicamente sobre la tumba de un señor que aseguraba, a contracorriente de los poetas románticos del XIX, que la mujer es «vana, superficial, egoísta, nada sin el hombre, bestia de carga e instrumento de su bestial pasión».
Queda claro por qué los jetzales pata negra asumen a Sabino Arana. El ex presidente del PNV y después lehendakari Iñigo Urkullu, hombre templado y prudente, se revolvía en 2011 para defender a quien fundó «pie a tierra, una organización dinámica y muy cercana a la realidad social de su época». Lo hacía como respuesta precisamente a unas críticas de Chacón al fundador. Para algunos, pueden quedar claros también los motivos de la evolución del partido. Según el catedrático de Historia del Pensamiento, Javier Fernández Sebastián, «si se hubieran quedado como decía el fundador, no venderían una escoba; en el batzoki, los afiliados no son de origen étnico y el racismo está muy mal visto».
Fernández Sebastián va más allá: «La raza (en contra de los principios del fundador, pero con buenos resultados) se ha sustituido por la lengua. El nacionalismo ahora es el orgullo de ser vasco: "vivimos mejor, en Madrid no hacen más que pegarse". Eso lo han conseguido ETA y el PNV y no tienen sentido de culpa, están orgullosos igual que el franquismo convencía a la gente por sus resultados, traía riqueza, la gente vivía mejor. El PNV hace lo mismo. No necesita ser racial porque vende gestión».
Pero, ¿qué podía llevar a un maqueto (y más si es mujer) a formar parte del PNV? «Era la manera de integrarse en la sociedad a la que llegas y en lo que es propio de esa sociedad, y no sólo ocurrió con el PNV, había zonas con bastante inmigración que votaban Herri Batasuna», dirá De Pablo. El también historiador Juan Olabarría añade que también es importante el hecho de que el PNV haya extendido una red clientelar que garantiza la inclusión de quien la asume.
Lo que está palmariamente claro hasta la perplejidad es que la evolución sociológica ha llenado el análisis de paradojas. Porque, efectivamente, las oleadas de inmigrantes procedentes de otras zonas del país no se pararon en las primeras de finales del XIX, principios del siglo XX, como se temía Arana. En los años cincuenta y sesenta, se produjo una verdadera avalancha.
LOS 'COREANOS'
Un artículo de 1998 en la revista Empuria contrastaba los datos del padrón con los apellidos. El 50% de las personas nacidas en el País Vasco no tenían ningún apellido vasco, el 30% tenía uno sí y otro no, y sólo el 20% tenía los dos apellidos euskéricos. Y eso que la cuenta incluía el apellido García como vasco. Y que, desde 1998, ha habido todavía más movimiento demográfico que incluye la migración extranjera. Ya entonces había más apellidos vascos en el resto de España que en Euskadi, y no sólo por la diáspora provocada por ETA.
Otro trabajo elaborado por Manu Montero y publicado en la revista Sancho El Sabio analizaba los cargos de representación en las instituciones y concluía que hay una evidente selección en favor del apellidismo. Por eso, también, a pesar de Pradales y de Esteban, a pesar de las estadísticas, la abrumadora mayoría de los miembros del aparato del PNV tienen apellidos vascos. No es el caso de ellos ni de Vaquero, pero en el País Vasco hasta hoy mismo ha sido muy común la euskerización de apellidos castellanos en busca de la integración.
Fernández Sebastián recuerda cómo en su juventud, además de maquetos, a los llegados desde resto de España se les llamaba coreanos porque iban con abrigos de borrego como los protagonistas de las películas de la guerra de Corea que se emitían en blanco y negro. «El barrio de los coreanos, decían, y eran andaluces o de Burgos. Un porcentaje muy alto de profesores de euskaltegi tienen esos orígenes por el efecto del converso», dice.
Se da la circunstancia, además, de que los jetzales nunca han hecho ascos, sino al contrario, a una buena iniciativa excluyente. Nadie levantó la voz cuando su presidente Xabier Azalluz, a finales de los noventa habló del RH negativo que caracteriza a los vascos, o cuando varios dirigentes aseguraban que sólo se era vasco si se era nacionalista, o cuando el PNV se reunió con ETA en el Pacto de Lizarra comprometiéndose a no pactar jamás con el PP y el PSOE cuyos miembros eran asesinados.
A diferencia de Ludger Mees, Juan Olabarría asegura que «el etnicismo es un dogma que se profesa en el País Vasco y que la sociedad vasca en general está penetrada por el dogma etnicista, que no se reduce a los apellidos. Ahora lo que pesa es la ideología, profesar la doctrina».
El ascenso de Pradales, Esteban y Vaquero no ha sido ajeno a la casualidad. No estaba previsto, pero ha ocurrido. El de Pradales porque el anterior presidente del PNV, Ortúzar, agobiado por la evolución de Bildu quiso moverle la silla al lehendakari Urkullu con un hombre joven y, según algunos autores, que las bases, mayoritariamente sin apellidos vascos, encontraran cercano. El de Esteban porque Urkullu se la devolvió a Ortúzar, le animó a presentarse a la presidencia del partido y ganó, aun con un índice de participación bajísimo. Vaquero porque, a pesar de los malos resultados del partido en Guipúzcoa, a los eguibaristas (los más soberanistas) les tocaba una porción del pastel y ella llevaba tiempo sobrado en el Senado y en el Congreso para obtenerlo.
El historiador Chacón juega con la paradoja de que nos estemos encontrando con «dos personas que son españolas pata negra que te dicen que el pueblo vasco tiene derecho a la independencia y hay que conseguirla. No tiene ni pies ni cabeza». Pero, al parecer, esa no es la historia. La historia es que, efectivamente, Arana puso en marcha un artefacto perfecto para la supervivencia del nacionalismo, aunque lo dirijan maquetos.