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A la salida del cine, una amiga vio el futuro: Aitana Sánchez-Gijón trabajaría con Richard Gere. Eran adolescentes. Cuatro años más tarde, la actriz se reunía con el estadounidense en un hotel. Se trataba de la primera toma de contacto para una película que no se llegó a rodar. Décadas después, en San Sebastián, le entregaría el premio Donostia. En la 39ª edición de los Goya, volvieron a pasar por el mismo escenario. Él se llevó el galardón internacional. Ella, el de Honor. Lo incluyó en su discurso: con permiso de Alejandra Silva, tenía frente a sí al "amor de su vida". También a sus hijos, que "la iluminan". Y a su madre, Fiorella, que confió en ella. Maribel Verdú, a quien besó à la Britney Spears, rebautizó el premio. Aquel no era un Goya de Honor, sino, como Sánchez-Gijón delataba en su repaso por los triunfos de otras mujeres cineastas, de Amor.
- La desconcertó el anuncio del premio, pero a los 29 también era la presidenta de la Academia de Cine.
- Todo tiene que ver con lo pronto que empecé a trabajar, de niña. A los 22 tenía mi propia compañía. A los 29, presidenta. Y ahora, esto. Siento que llevo 45 años de carrera y me ha dado tiempo a hacer muchas cosas. No lo he buscado ni pretendido, pero así está siendo. Creo que es un premio que se tiene que dar a gente con trayectorias más largas, cuando has hecho todo tu recorrido. Pero hay otros casos en los que se ha entregado en plena actividad y esplendor profesional. Después de estar tan abrumada, me he relajado y solo siento el agradecimiento y el amor. Quiero intentar disfrutarlo, porque soy muy de buscarle tres pies al gato todo el tiempo.
- En los momentos de ser pionera, ¿coge fuerza o la obliga a reexaminarse desde fuera?
- En el caso de la presidencia, también me veía demasiado joven y sin experiencia en gestión de nada. Me lo propusieron y yo no iba a aceptar. Dije que me lo pensaría, por educación. Después hablé con una persona de mucha confianza que me dijo: "si ellos están confiando en ti es porque ven que algo puedes aportar, confía también tú en ti". Fue un ejercicio de ver a través de los ojos de los demás que quizás tenía que dar un paso adelante.
- ¿A qué ha renunciado para darlos?
- Yo he tenido una vida con todas las etapas en plenitud. Profesión y vida son una cosa. En Hollywood las carreras están en un lugar muy distinto al nuestro y más en el momento en el que yo empecé. Ahora quienes empiezan también están sobreexpuestos a una presión que nosotros no teníamos. Pero al comenzar tan jovencita sí he sentido una responsabilidad muy grande de demostrar que podía hacer las cosas bien, que era algo más que una cara bonita, que quería ser apreciada por mi inteligencia y mi talento, que no se quedaran solo con la belleza. Siempre ha sido una lucha para mí.
- Es la otra cara del pretty privilege, las ventajas de la belleza.
- Incluso hay personajes que no te dan porque eres demasiado guapa, dicen, ¿no? Cada uno tiene que remar con las condiciones que tiene. La belleza abre puertas y es un facilitador porque el cine está muy basado en la imagen. En los años en que yo fui joven, estar dentro del patrón clásico de belleza me colocaba como objeto de deseo en las historias. Pero en cuanto pasé la barrera de los 35 te das cuenta de que hay algo que no funciona. De repente eres bella, pero con el paso del tiempo encima, a los 50, socialmente algo te rechaza. Te has salido de la etapa de frescura y las cosas cambian.
- ¿Ha afectado a la imagen que tiene de sí misma?
- No, al revés. Lo que veo en mí misma es que cada vez tengo más fuerza y mis ojos cuentan más cosas. Y mi cuerpo. He hecho un trabajo de confianza corporal en el teatro que me ha dado una herramienta más completa que la que tenía de joven. Tengo más medios para contar que antes. Cuando el cine dejó de contar conmigo, ahí estaba el teatro.
- ¿Ha llegado a sentir rencor hacia el cine?
- Jamás. Cómo voy a sentir rencor cuando soy de las poquísimas actrices que han podido vivir de este trabajo. Soy parte del 7 % que puede vivir de su profesión. Solo agradecimiento.
- Con profesiones creativas y vocacionales, como la interpretación, se toleran circunstancias económicas excepcionales.
- Con eso se juega mucho en esta profesión. Yo siempre he peleado mucho por estar bien pagada. Pero hay proyectos que son personales, como Tierra baja, donde casi lo financia una sola persona, con un equipo mínimo, y no pasa nada por bajar el caché porque quiero hacer esa película. O hago publicidad. Compenso por otro lado para poder tomar elecciones artísticas que me satisfacen mucho. O en el teatro, que estoy bien pagada, pero no podría tener la vida que tengo. Es un juego de equilibrios y una carrera de fondo, un oficio. Te llena artísticamente, pero también es lo que te paga las facturas. El proyecto perfecto no existe, solo se da con él de vez en cuando. Hay que hacer las cosas que dignamente puedes hacer.
- ¿Recuerda alguna gran victoria en las negociaciones?
- Sí. Fue maravilloso. Cuando me ofrecieron hacer Los 80, yo estaba embarazada de mi segunda hija, que en el rodaje tendría dos meses. Yo les dije "soy madre lactante, pero si no me hacéis venir más de tres días a la semana, no me citáis antes de las 8 porque no duermo por las noches, tenéis un camerino para mí para que me eche y otro para la persona que me va a acompañar con mi bebé y me respetáis las tomas porque yo doy a demanda, sí". Hasta los ocho meses iba con ella. Pero fíjate cómo es el cuerpo que no me tenían que esperar más de diez minutos. Nunca me reclamaba más. Estábamos conectadas. Era un equilibrio muy bonito. Esa es la conciliación. Pero estaba en un momento en el que podía permitirme pedir esas cosas.
- ¿En qué acontecimientos de su vida detecta la suerte, lo fortuito?
- En el hecho de que yo viviera en una urbanización llena de gente que pertenecía a la Asociación de la Prensa y de trabajadores de TVE. De niña iba a la tele a hacer programas infantiles y un amigo de mi padre le dijo que Pedro Masó estaba haciendo pruebas. Me facilitó entrar en este mundo.
- Y así acabó con Richard Gere regalándole un kiwi tras una reunión.
- Y después le entregué el premio Donostia. Él me dijo que se acordaba perfectamente. Yo lo dudo. Y el hecho de que la vida nos vuelva a juntar de esta manera -ese hombre tan bello y tan magnético que nos arrebataba a todas y a todos- es como un círculo precioso. Qué suerte tengo de repente. Desde el narcisismo, que yo no tengo, parece que lo hubiera hecho a posta por mí.
- Quería a ser filóloga. A Jacques Audiard no le gusta tanto el español. Dice que es el idioma de los pobres.
- Me da mucha pena esa ignorancia abismal de alguien que viene de un país tan rico en cultura como el nuestro. Me parece muy triste que sea tan ignorante.
- ¿Y su actriz, Karla Sofía Gascón?
- Estoy muy sorprendida por sus declaraciones, por sus tuits. Siento que, en cualquier caso, cualquier manifestación pública de xenofobia no genera más que violencia, exclusión y odio. A mí esas declaraciones me dejan paralizada porque no las comprendo ni tolero interiormente. Me rebela. Respeto el derecho a expresarte, pero no lo que estás expresando. Me espanta. Para mí su actuación sigue siendo tan brillante antes como después, pero no sé qué decir. Todo cobra una dimensión como de hoguera pública furibunda en la que yo me quedo muy perpleja. Es algo que me supera. Ese tipo de paliza mundial me espanta también.
- ¿Se puede separar al artista de la obra, entonces?
- Yo creo que Alice Munro es tan buena escritora como... Pero depende de las gafas que te pongas. De Michael Jackson me apasiona su música, pero tengo un pinchacito. Me genera contradicción.
- Siempre se ha pronunciado en público. ¿Se contendría hoy?
- Me ha dado un poco siempre igual, a lo mejor porque no me ha afectado laboralmente. Si lo hubiera hecho, a lo mejor tendría más prudencia. En la última gira de teatro sí que hubo un par de ayuntamientos que amenazaron con cancelar la obra porque yo me había significado mucho en contra de la censura de obras por ayuntamientos cogobernados por la extrema derecha porque había participado en lecturas de la obra de Santa Teresa, la obra de Pablo Becerra. Y la productora dijo que lo sacaría a la luz. Estuvieron a punto de censurarnos. De censurarme a mí, exactamente.
- ¿Qué preferiría no haber aprendido?
- Me habría gustado no aprender estrategias para escurrirme en situaciones incómodas en las que había actitudes machistas y abusivas. Me habría gustado aprender lo que están aprendiendo las mujeres jóvenes, que tienen más claro dónde poner los límites.
- Vive con su hija veinteañera. ¿Qué le enseña su generación?
- Son mucho más libres en sus relaciones y en su forma de encararlas.
- ¿Lo llega a envidiar?
- Lo admiro. Y siento que nunca es tarde.