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La memoria, como el propio amor, tiene eco. Si hacemos caso a la mitología, Eco, con la E mayúscula, fue una ninfa esencialmente desgraciada. Primero fue castigada y su don para contar las más bellas historias con la voz más dulce se convirtió por imperativo de la celosa Hera en una muy triste disfunción: sin voz propia quedó condenada a repetir lo último escuchado. Sus desgracias no quedaron aquí. Luego se enamoró del muy narcisista Narciso e, incapaz de declarar su amor pues de su garganta solo salían palabras ya oídas, fue objeto de la peor de las burlas por precisamente el sujeto de su pasión. Y, sin embargo, y pese a todo, cabría imaginar que la condena que sufrió la ninfa bien podría no serlo tanto. Quizá ella no solo reproducía lo que oía, sino que lo modulaba, le otorgaba relevancia y gracias a ella, la palabra misma adquiría su verdadero y más profundo sentido. Narciso no cayó en la cuenta por la sencilla razón de que él estaba a lo suyo en el más estricto de los sentidos.
Morlaix es una película plagada de ecos, en el mejor sentido. Se diría que toda ella no es más que eco. Desde la primera escena en pantalla ancha presentada con los colores apagados de una Bretaña misteriosa y empapada de su propio vaho, la música y la imagen reverberan en la memoria. Por alguna razón, el paisaje de una ciudad que no conocemos se antoja la mejor definición de un sitio perfectamente nuestro. Acto seguido, la pantalla se transforma en un blanco y negro cortante, esquinado y con aristas que nos sitúa en el dolor compartido y reconocible del entierro de un ser querido. La protagonista a la que da vida Aminthe Audiard primero, de joven, y Mélanie Thierry, después, de menos joven, vela la muerte de su padre. Durante todo lo que dura el nuevo trabajo de Jaime Rosales —el más fascinante, enigmático y preciso de todos ellos— el espectador es conducido por un laberinto de formatos mutantes, de voces que llaman a voces, de recuerdos que se duelen de sus propios recuerdos, de amores eternos que se miran en pasiones fugaces. Suena tremendo y, en verdad, es solo eso, el eco de una palabra que, de repente, adquiere su verdadero y más profundo sentido.
Pero no nos despistemos. Lejos de Morlaix la tentación de lo provocadoramente abstracto. La narración sigue los pasos a una adolescente enamorada. Tan sencillo y tan desconcertante a la vez. Ella vive con su hermano, los dos solos, y ahora más que nunca tras el fallecimiento del padre. Pero vive tranquila en un mundo ordenado y conocido. Y así hasta que a Morlaix, así se llama el pueblo bretón inundado de brumas y atravesado por un viaducto descomunal, llega un joven de París de melena larga, vocación artística y lejanamente parecido al mismísimo Narciso. Ante ella, la decisión de amar (sí, es una decisión). O sigue con su novio de siempre o se arroja a amar al mismo amor en ese primer impulso definitivo que, por fuerza, es el primer amor. Y así hasta que un día, ella y sus amigos entren en el cine y sobre la pantalla vean reproducido con una precisión que asusta el eco de sus propias vidas, de su propio amor, de sus propias voces. En un bucle prodigioso, la película se dobla sobre si misma hasta, de nuevo, dar a la palabra y al propio cine su verdadero y profundo sentido. Hemos llegado.
Morlaix es una película que habla de la memoria, del tiempo y de la muerte. Morlaix es una película que aspira a hablar de todo porque, ya se ha dicho, la vida quizá no es más que el rastro con forma y dolor de herida que deja el eco de todas las palabras. Morlaix es una película sobre el amor, sobre ese primer amor trágico y adolescente que todo lo define, y sobre ese otro amor adulto, pausado, eterno y algo cómico que todo lo ordena. Pero, sobre todo, Morlaix es una película sobre el eco de la memoria, sobre el eco de un amor en el otro, sobre el eco del cine en la conciencia del espectador, sobre el eco del mismo eco. Rosales ha regresado a su cine, a la más alta, vívida y pletórica idea de sí.
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Dirección: Jaime Rosales. Intérpretes: Aminthe Audiard, Samuel Kircher, Mélanie Thierry, Àlex Brendemühl, Jeanne Trinité. Duración: 124 minutos. Nacionalidad: España.