Hay una viñeta en las primeras páginas del cómic en la que el joven Eadweard se despide de su madre en el muelle del puerto de Londres antes de zarpar rumbo a Nueva York. Año 1855. "Madre, o llego a ser alguien, o no volverás a saber de mí", le promete.
"¡Allá vamos, América!".
Arranca así la fascinante aventura de Eadweard James Muybridge (1830-1904), un tipo que no fue nadie hasta que se convirtió en casi todo. Inventor incansable, creador de la fotografía en movimiento, padre del gif mucho antes de que existiera el gif, pionero del cine... y asesino ocasional. Un personaje tan desconocido como fundamental en la historia de la acción en todas sus vertientes.
"En nuestros teléfonos de hoy en día todavía hay un poco de Muybridge", apunta el dibujante canadiense Guy Delisle, autor de Una fracción de segundo (Ed. Astiberri), una novela gráfica que se sumerge en la vida real del hombre que logró domar el movimiento hace un siglo y medio.
Delisle (Quebec, 59 años), célebre por sus cómics autobiográficos y, sobre todo, por sus cuadernos de viajes por Asia y Oriente Medio (De Shenzhen a Pyongyang pasando por sus Crónicas birmanas y las Crónicas de Jerusalén) se traslada ahora al lejano Oeste para contar la historia de Muybridge en un periodo en el que la pintura entra en declive, la fotografía cambia la forma de ver el mundo y asoman los primeros cinematógrafos.
"Compré el libro de Muybridge sobre La figura humana en movimiento cuando era estudiante de animación. Es una referencia muy buena cuando quieres aprender sobre acción", recuerda Delisle sobre su primera aproximación al personaje. "Más tarde vi un documental sobre él y me sorprendió descubrir la vida de locos que había tenido. Como no era muy conocido, pensé que podría ser una buena historia y que la gente merecía conocer su trabajo".
Volvamos un momento a la escena en el puerto de Londres. Con apenas 25 años, el joven Eadweard decide emigrar a Estados Unidos para buscarse la vida. Ser alguien o no ser nada. Trabaja durante cinco años entre Nueva York y San Francisco vendiendo y encuadernando libros hasta que un viejo amigo le descubre la fotografía, una actividad en plena ebullición a mediados del siglo XIX tras la invención en 1839 del daguerrotipo, un artilugio de Louis Daguerre que -le cuenta aquel colega en otra de las viñetas- permite "embalsamar el tiempo, vencer a la muerte".
Muybridge queda asombrado con unas panorámicas del valle de Yosemite y decide abandonar California cansado de los libros. De regreso a Nueva York en diligencia sufre un grave accidente que le deja nueve días en coma. Cuando despierta, tiene ya la barba blanca y el carácter asalvajado. Vuelve a Londres para recuperarse junto a su madre y bajo los cuidados del doctor William Gull, de quien se dijo años después que era el álter ego de Jack el Destripador. Pasa por Francia para promocionar sin demasiado éxito su primer gran invento, una lavadora de manivela, y prueba suerte en el mundo de las finanzas. Pero nada le seduce como el recuerdo de aquellas panorámicas, así que zarpa de nuevo rumbo a América cargado con un equipo de fotografía que paga con la indemnización por su accidente. Trabaja como retratista, se especializa en capturar paisajes naturales y monta un estudio ambulante.
En 1867 conoce a Leland Stanford, un personaje que le cambiaría la vida. Stanford, el magnate, abogado y político que da nombre hoy a la Universidad de California, era el Elon Musk de la época, una suerte de Jeff Bezos con mostacho. "Sé que la mayoría de los grandes de Silicon Valley han estudiado en la Universidad de Stanford, pero Stanford estaba más interesado en los caballos que en la inteligencia artificial", bromea Delisle.
Leland Stanford encarga primero a Muybridge un reportaje gráfico sobre el nuevo estado de Alaska y unos años después le recluta con el único objetivo de ganar una apuesta. El empresario sostiene frente a la opinión de un grupo de amigos con los que acude a las carreras de caballos que durante el galope hay un instante en el que el animal no toca el suelo. Le toman por loco. Después de muchos meses probando cachivaches y obturadores, ensayando disparos e ideando nuevas técnicas con el caballo de Stanford como modelo, Eadweard Muybridge consigue probar que el magnate tenía razón. Durante una fracción de segundo, el caballo vuela. ¡Clic!
"La icónica escena de 'Matrix' en la que Neo esquiva las balas a cámara lenta es un buen uso del invento de Muybridge"
En paralelo a sus experimentos, que publicaría más tarde con el título El caballo en movimiento (1878), Muybridge descubre también que su mujer, que acaba de dar a luz a su primer hijo, lleva meses siéndole infiel. Eadweard enloquece y asesina al amante de su esposa de un disparo en el pecho. El jurado del Tribunal de Napa City, formado íntegramente por hombres, le declara no culpable por homicidio justificable: "Todos habríamos actuado de la misma manera".
Tras su absolución, Muybridge vuelve a las fotos, perfecciona su técnica, publica sus secuencias, aparece en revistas científicas de todo el mundo y patenta, esta vez sí con éxito, su invento: un sistema con una batería fija con hasta 24 cámaras, obturadores graduables y temporizadores que permite captar el más mínimo instante de una acción. "La icónica escena de Matrix en la que Neo esquiva las balas a cámara lenta es un buen uso del invento de Muybridge", explica hoy Delisle. "Es exactamente el mismo método que utilizó él en 1878 para fotografiar el caballo. La única diferencia es el número de cámaras. Muybridge usó 24 mientras que en Matrix usaron más de 100".
-¿Qué otras lecciones deja la obra de Muybridge para la tecnología actual?
-En el teléfono de hoy todavía hay un poco de Muybridge. Aunque sea digital, cuando haces una foto hay un sonido que el fabricante ha puesto en el teléfono. Es el sonido del obturador. En los teléfonos digitales no hay obturador, pero el sonido está relacionado con Muybridge, porque él inventó el obturador para sus famosas fotos de caballos.
Después de los caballos probó con ciervos, con perros y gatos, y con cerdos, monos, toros, búfalos, elefantes, avestruces, pájaros... Y también con humanos en las posturas más inverosímiles. Vestidos y desnudos. E inventó el zoopraxiscopio, un artefacto para poder proyectar sus imágenes sobre una pantalla creando una ilusión de movimiento. Si a usted le fascina mandar gifs de gatitos, déle las gracias a míster Muybridge. Su aparato, ideado 16 años antes de la primera proyección de los hermanos Lumière, permitió el desarrollo de los inicios del cine.
Cuando regresó a Inglaterra, tras casi dos décadas siendo librero, paisajista, reportero, fotógrafo, inventor, científico, conferenciante y asesino ocasional, su madre ya había muerto. "O llego a ser alguien, o no volverás a saber de mí".
Por las viñetas de Delisle asoman personajes como Edison y Tesla, Rodin y Degas, los Lumière, Émile Reynaud o Georges Méliès. Es su época pero también la de un personaje prodigioso que se esfumó por las costuras de la Historia.
"No es una excepción", lamenta Guy Delisle. "Muchos de estos pioneros de la fotografía y el cine han caído en el olvido. ¿Quién se acuerda del primer cineasta, William Kennedy Dickson? ¿Quién recuerda a Alice Guy, la primera mujer directora de cine? Ambos están en mi libro".
Su álbum se aleja esta vez del estilo más sencillo de sus obras anteriores para convertirse en una obra de arte en sí mismo, un derroche de recursos gráficos que alterna dibujos precisos en toda la gama de grises con algún destello de color, retratos y viñetas con fotografías reales del propio Muybridge en color sepia. Un cómic que esconde incluso un juego de folioscopio en las páginas finales en homenaje a las creaciones de Muybridge.
De fondo, una labor abrumadora de documentación. "Me gusta cambiar de un libro a otro", reconoce el autor. "Para este cómic había que documentarse bastante, pero esta es la parte divertida. Cuando dedicas unas semanas a un tema concreto, te conviertes rápidamente en una especie de especialista", cuenta Delisle, que pasó días y días rebuscando en archivos de biblioteca para perderse en la laberíntica historia de su personaje. "Leí algunas biografías y algunos libros sobre cine. Tomé notas. Pero sin un proceso claro. Siempre hago una lista de todas las cosas que quiero incluir en el libro y empiezo. Hago 10 páginas, las leo una y otra vez y cambio detalles todo el tiempo. Inserto páginas cuando es demasiado rápido y quito tiras cuando es demasiado lento".
Hay una viñeta en las últimas páginas del cómic en la que el viejo Eadweard está cavando en el jardín de su casa. Todo va lento ya y su vida entera es un flashback en su zoopraxiscopio. "En mis tiempos fui un fotógrafo famoso en Estados Unidos", recuerda. "Pero con los libros, sin embargo, nunca tuve suerte. Aunque no puedo quejarme... La tuve cuando la necesitaba. Estuve a punto de acabar en la horca".
UNA FRACCIÓN DE SEGUNDO: La azarosa vida de Eadweard Muybridge
Ed. Astiberri. 208 páginas. 22 euros. Puede comprarlo aquí