La vida es una composición de finales, por eso es tan importante cuidarlos. Las últimas palabras, el último beso. La última vez que se alejó de ti y se perdió en la noche: la última imagen. Y, siempre, la última canción. La música adereza cualquier desenlace para bien. Por ello, no se me ocurre nadie que domine el arte de poner un punto final mejor que Taylor Swift.
Se acerca el fin de una era, nunca mejor dicho. La cantante estadounidense finiquitará su Eras Tour en noviembre. Pasarán los años y el recuerdo de esta gira en la que lleva inmersa desde 2023 permanecerá intacto. Pensarlo pone los pelos de punta. Del subidón, el cuerpo se entumece. Los aullidos brotan como espasmos, el hormigueo es sobrecogedor. La cuenta atrás del concierto de hoy ha sido también la cuenta atrás para el desenlace de esta experiencia inigualable que Taylor Swift trajo a nuestro continente cuando aterrizó en París el pasado mayo.
Hace una semana, lanzamos una moneda al aire. Nadie sabía a ciencia cierta si The Eras Tour tendría su merecidísimo final. La cancelación de sus tres conciertos en Viena ante el riesgo de un ataque terrorista y el apuñalamiento a las tres niñas que bailaban sus canciones en una clase de danza en la capital inglesa envolvieron a 92.000 personas (multiplicado por cinco: las actuaciones que tenía pendientes) en un vendaval de dudas. ¿Cancelaría el final de su gira? ¿Se marcharía sin decir adiós?
Toda preocupación se disipó cuando la cantante se subió al escenario el pasado jueves. La Policía Metropolitana de Londres aseguró que trabajaría para que la seguridad del recinto se ajustase a las medidas pertinentes y así ha sido. Ninguna sensación de peligro, ningún incidente notable. Esta noche, por tercera vez, ha brindado un espectáculo a la altura de las 152 actuaciones que lleva a sus espaldas.
"Me encanta Londres y sé lo complicado que es que esta ciudad te brinde una tarde con buen tiempo en agosto", ha dicho la cantante entre risas mientras presentaba su ya icónico recopilatorio discográfico, un recorrido que recoge anécdotas e historias, un compendio extensísimo de canciones que narran una vida: la suya. Y quizás también la de todos los demás.
Taylor Swift canta las palabras que algún día debimos decir, pero nunca dijimos. Hay quién dice que cuando se toma una decisión, hay que ir a saco con ella. Así que, si esa reserva perniciosa es la ley, las letras de esta compositora, productora y cantante son vendaje y bálsamo.
"No cantáis, gritáis", ha dicho Taylor, consciente de que sus letras dejan sin aliento. Al escucharlas y al cantarlas. La cantante hizo de Londres el escenario de algunas de sus historias de amor. Y tal vez por eso sea su público londinense de los más fieles y entregados.
Canciones con ritual
Todo el mundo ha estado envuelto en una sincronía olímpica. Coreaban los puentes de las canciones (la estrofa que precede al último estribillo) como cánticos, como rezos o, quizás, invocaciones. Cada canción tenía su propio ritual: una respuesta a la letra, palmas en un momento marcado o corazones. 'Cruel Summer', 'You Belong With Me', 'All Too Well', 'Betty', 'Champagne Problems', 'Bad Blood'... Cada persona sabía lo que tenía que hacer y el momento en el que tenía que hacerlo. Increíble.
Pero qué contarles que no hayan leído o escuchado ya. Casi 20 años de carrera, 11 álbumes de estudio, volantazos impecables entre géneros... Recuperó su música de las garras de Scooter Braun y fue bautizada como la persona más influyente del planeta. Todo eso con sólo 34 años. Y ahora, a modo de colofón, cinco llenazos seguidos en el estadio de Wembley.
La artista encarna esa coletilla tan nuestra que, de no existir, habría que inventarla. "Una más y nos vamos". Pero, claro, nunca te vas. Así, lo que se presentó inicialmente como un final de gira de dos días en la capital de Inglaterra, ha evolucionado hasta convertirse en un festival swiftie espectacular. Durante cinco noches, Wembley se ha convertido en una auténtica ciudad de la euforia, una montaña rusa donde todo cabe: gozo, nostalgia, aflicción, adrenalina, histeria y el fanatismo más exacerbado. Desde el tapón humano que ha bloqueado momentáneamente la salida de un 'underground' inundado con purpurina, hasta el colosal aparcamiento convertido en tienda de merchandising, pasando por la despampanante procesión que se dirigía calle abajo hacia el estadio, la fiebre swiftie lo ha invadido todo. No esperábamos menos.
Sin sorpresas
El contagio era inevitable. La efusividad ha vibrado en cada voz durante las más de tres horas de concierto. Mayores y jóvenes se han dado la mano, se han abrazado e, incluso, han derramado lágrimas. No importan los porqués. Los saltos entre las eras de la artista eran saltos en el tiempo para el público. Y abrazos. Eso ha sido la ovación londinense de cuatro minutos de duración a mitad de concierto. Un abrazo a una emocionadísima Taylor Swift ante un estadio que se venía abajo mientras resonaba su nombre. Qué imagen (y qué sonido). Ya sólo quedan dos noches, dos actuaciones, dos conciertos más en nuestro lado del mundo. Tardaremos en ver algo igual.
No ha habido sorpresas, a pesar de alguna plegaria lanzada al aire para ver a estrellas como Ed Sheeran, que acompañó a la estadounidense sobre el escenario el pasado jueves, aderezar las canciones de la parte acústica del concierto. En su lugar, algunas personas han cerrado los ojos, como intentando respirar las palabras, fijar el momento en la memoria. Wembley ha sido tomado por los militantes de la causa swiftie, que no es otra sino la del amor. Porque aquel que nunca ha cantado al amor en cualquiera de sus formas no sabe de qué va la vida.
En el ecuador de su extenso adiós, Taylor Swift se ha coronado como la reina de la industria. Nada nuevo: la gira ya se había convertido en la más importante de la historia de la música, pero nunca viene mal recordarlo. La forma en que cierra el ciclo europeo de The Eras Tour deja clara una cosa: es importantísimo saber irse de los sitios. Despedirse bien, sin quedarse con ganas de nada ni dejar nada pendiente. Y, desde luego, ella sabe.