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Hace exactamente un año, Roca Rey volvió a nacer en esta plaza de Santander. Un toro lo atrapó contra las tablas como un grizzli, casi abrazándolo, y no lo ensartó en la madera de puro milagro. Cayetano Rivera saltó al quite como un relámpago, a cuerpo limpio, también volteado, olvidándose de sí mismo. Fueron las imágenes taurinas de un verano que se puso sangriento para el astro peruano. Que enlazó un percance detrás de otro en Huelva y en El Puerto de Santa María, donde cayó definitivamente por un tiempo.
Roca y Cayetano regresaron 365 días después -de aquella acción, esta unión y el brindis agradecido-, este 25 de julio, festividad de Santiago, Santo Patrón de España y Santander, con el no hay billetes que precede al torero que vino del Perú, el único "sold out", que diría María Vallejo, de la feria. Esa expectación no le era ajena a Juan Ortega, que al día siguiente de la tragedia que no fue levantó una exquisita faena, lejos del drama, enclavijado en la belleza. Precisamente sucedió su delicada pieza con una corrida de El Puerto de San Lorenzo como ésta, buenecita, quizá mejor aquella, no sé. O simplemente fue que este jueves se (mal)gastaron los más notables toros con Rivera. Y eso penaliza a un ganadero. Sólo que RR le dio la vuelta.
Las voces de los cuatro antitaurinos del exterior se ahogaron ante la marea humana que inundó la plaza de Cuatro Caminos.
Abrió la tarde un toro redondo, el más pesado de la corrida, de amplio cuerpo y recogida cara, amable por fuera y por dentro. Un tipo bonachón, de amigable trato. Pedía algo de aire. Y, sobre todo, una armonía y una expresión mayor, un toreo mejor. O que saliera Juan Ortega. Cayetano lo pasó y lo mató. Sucedió ídem de lo mismo con un cuarto más fino, también de buen estilo, que completó el lote de más nota de la corrida de El Puerto y, por tanto, prácticamente condenándola. Dios le da pan a quien no tiene dientes, sentencia el dicho.
Para Ortega el sorteo había reservado un toro tocado arriba de pitones, más ligero, más vivo y con más pies. De hecho embestía muy seguido -abortó el saludo a la verónica-, y no tan limpio con ese punteo. Su mano fue la derecha y, por ende, también la de la sabrosa faena salpicada de cosas buenas, unidas todas por el sello de lo diferente. Esa torería cierta resumida en el embroque. JO aplicó la suavidad como herramienta -a veces penalizada por el enganchón de la muleta-, y el trazo caro. La intención, lo presentido, envolvía las imperfecciones entre derechazos perfectos. Un cambio de mano genuflexo destiló un ole muy largo como broche, y otro cierre fue casi aquel antológico pase de pecho rodilla en tierra de Sevilla. Entre esto, la comprobación de que la izquierda no era -tan gazapón el bicho, y menos tan cerrado- y el final de ricos ayudados por alto, hubo una ronda diestra magnífica, las más redonda. La letalidad del espadazo -algo contrario- desató la pañolada que el presidente, absurdamente, no estimó. La vuelta al ruedo de Juan Ortega trajo también ese halo de las cosas perdidas.
Ortega se desquitó, de algún modo, con el lindo quinto de escasa vida. Y al menos se embolsó la oreja debida. Por el camino un reguero de perlas, aquellas verónicas apuntadas, el quite por tijerilleras genuflexas, un principio de faena hermosísimo. De una exquisita fineza y un gusto delicado, a dos manos mecida la torería. Que luego, otra vez, salpicaba las embestidas dormidas, sin vida, ya digo. Una gloriosa serie de naturales -con el dibujo de la pureza que muere detrás de la cadera-, la danza de molinetes -desarmado en uno, quedó girándose el torero en una sevillana imaginaria-, una trinchera monumental en el luminoso cierre al paso, el aura de todo. Inconcluso y gustoso, directo al paladar. Y la estocada. Convengamos que si el presidente sacó el pañuelo ahora, también debió hacerlo en el anterior.
Roca Rey salió con la apisonadora -y el agradecimiento a Cayetano en el brindis- ante un toro de lavada expresión y marcadas querencias, que arrollaba a veces, desordenado y por dentro, sintiendo la llamada de toriles. RR lo planteó todo en los medios -alejando tentaciones- desde el quite por saltilleras pasando por el arranque de rodillas a la obra entera. De verdadera disposición y arrojo por encima de todo lo demás, tratando de ordenar y ordenarse con aquello. Tan incómodo el informal movimiento del toro. Un tanto deslavazado el torero. De indubitable capacidad. La plaza siempre metida en la faena, más que el toro. Que se rajó finalmente como quería. Una estocada inapelable, y oreja -y petición- al canto.
La ferocidad de Roca Rey, su voracidad, le llevó a apostar a muerte con un sexto que por delante imponía. No es que se lo dejara poco picado, es que se lo dejó entero. Sin sangrar. Y la embestida traía su topetazo, esa velocidad de toro crudo. Su estilo se hacía tosco, brutote. Más que faena fue una pelea trabada. De encajador. Roca lo encajó todo. Y también atacó. No cesó hasta amarrar el triunfo, la llave de la oreja de la puerta grande. El volapié, también voraz, se lo dio. Y esto, y todo lo demás, más allá de los gustos, merece un respeto. Había un público que colmó Cuatro Caminos a su reclamo, y ese público podía marcharse defraudado.
Ficha
PLAZA DE CUATRO CAMINOS. Jueves, 25 de julio de 2024. Sexta de feria. Lleno de «no hay billetes». Toros de El Puerto de San Lorenzo y uno de La Ventana del Puerto (6º); bonitos en general con diferentes seriedades; manejables; 1º y 4º los de mejor juego; 3º y 6º los más complejos; sin vida el bondadoso 5º; de buen pitón derecho a pesar de su punteo el 2º.
CAYETANO, DE AZUL TURQUESA Y AZABACHE. Pinchazo y estocada algo atravesada (silencio); en el cuarto, estocada y dos descabellos. Aviso (silencio).
JUAN ORTEGA, DE VERDE BOTELLA Y PLATA. Estocada contraria (petición y vuelta); en el quinto, estocada (oreja).
ROCA REY, DE TABACO Y ORO. Estocada (oreja y petición); en el sexto, estocada (oreja y petición). Salió a hombros.