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Los Correveidiles

Miguel Ángel Román: "Hay que ser muy cretino para creerte alguien por ser periodista deportivo"

Es el nuevo narrador de moda, pero se quita importancia hablando de sí mismo como "un calvo de Sant Boi". No se crece. Un pasado como transportista y una hija con discapacidad le sirven como cable a tierra

Miguel Ángel Román: "Hay que ser muy cretino para creerte alguien por ser periodista deportivo"
SERGIO ENRÍQUEZ-NISTAL
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"Muy jodido de invitados debes estar para meterme a mí en esta sección, que sólo soy un calvo de Sant Boi". Es el saludo de Miguel Ángel Román (1977) y, aunque se equivoca, representa bien el carácter del narrador estelar de DAZN y actual voz del 'FIFA' (el videojuego ahora se llama 'EA FC', pero esto es como lo de Twitter y X). Tras currárselo durante muchos años en campos secundarios, se ha convertido en hombre de consenso en el crispadísimo mundo de las narraciones futbolísticas: gusta a la mayoría y ha logrado enganchar a los jóvenes, los más duros con la vieja guardia, como demuestra también su éxito en Twitch. "Bueno, eso es porque llevo menos tiempo que Carlos [Martínez], Manolo [Lama] o [Juan Carlos] Rivero. Dame unos años y ya veremos cuánto me insultan", bromea. O no.

Lo único seguro es que anoche me descargué el 'FC 25' y allí estaba el calvo de Sant Boi.
Sinceramente, es la hostia. Es el segundo año que soy la voz del juego y todavía me cuesta creérmelo. Es que nos eligieron [le acompaña DjMaRiiO] para sustituir a dos leyendas como Paco González y Manolo Lama, que llevaban 25 años en nuestro salón. Es una locura, como si te tocase la lotería o... En realidad, no sé qué ejemplo podría ponerte que se acerque a lo que supone para mí. La primera llamada para este tema me pilló en una frutería el 28 de diciembre de 2022 y era algo tan gordo que ni siquiera pensé que fuera una inocentada. Nadie puede ser tan cruel para vacilarme con algo así. No sé si me dio una bajada de tensión o qué, pero me tuve que agarrar al arcón de la fruta porque me mareé. Casi lo celebro volcando las manzanas. Estaba en tal estado de nervios que no llamé a mi mujer, le mandé un whatsapp, que es algo absolutamente absurdo ante una noticia así. Y luego escribí a la persona que me había llamado: "Oye, ¿esto que me has contado es verdad?". Tuve que cerciorarme de que no era Antonio Resines en 'Los Serrano' y todo había sido un sueño.
Una vez que lo asimilaste, ¿fue la confirmación de que ya vas a poder vivir tranquilo de esto?
Como sabes, esta es una profesión de incertidumbres. Nosotros vivimos por temporadas como los futbolistas. Hasta el 30 de junio tienes contrato y a partir de ahí ya empiezas a sufrir. Muchos somos autónomos y te preocupan los cambios que pueda haber. Aquella llamada me pilló en un momento profesional bajo. Estaba en Movistar, bastante abajo en el escalafón de narradores y me tocaban los partidos menos mediáticos, así que fue un subidón. Cuando alguien te escoge para hacer algo así, lo que te cambia es la consideración profesional, la visión que tienen de ti. Porque el trabajo en sí es el mismo en un derbi [Román narró anoche el Atleti-Madrid] que en un partido de Segunda, pero en España hay un cuerpo de narradores, entre radio y tele, muy amplio, con gente mucho más mediática que yo y es difícil posicionarse. Muchas veces tu imagen tiene mucho peso en las decisiones de las empresas y eso es lo que ha cambiado. Sentir que alguien, entre 50 o 100 candidatos, ha decidido que eres tú. Es un poco la recompensa a muchos años de un trabajo más ingrato. Ahora narro un partido a la semana que se ve mucho, pero antes de llegar a DAZN hacía entre seis y ocho semanales con una repercusión infinitamente menor. El cambio es tremendo, pero lo mejor es sentir que alguien ha valorado el trabajo que llevas haciendo durante tantos años. Eso es guay y luego ya viene todo lo demás: el crecimiento de tu imagen, el impacto en tus finanzas...
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Ese cambio de Paco y Lama a un creador de contenidos y tú es muy simbólico en cuanto al cambio generacional que viven los medios y el entretenimiento.
El cambio empezó hace muchos años, en cuanto apareció Internet llegó la revolución, y los periodistas seguimos buscando la manera de adaptarnos a un cambio que no cesa y que nos lleva a todos a una velocidad insospechada. Yo me he adaptado muy bien, creo, porque a diferencia de otros compañeros de nuestra generación y, sobre todo, un poco más mayores siempre he sentido mucha curiosidad por lo que pasa alrededor de nuestra profesión y por todas las herramientas nuevas para comunicar que han aparecido. Reconozco que en todo este proceso me ha ayudado mucho vivir esta revolución al lado de una hija de 20 años. Veía a mi hija Nora consumir contenidos en YouTube y me acercaba: "¿Qué es esto que estás viendo? ¿Cómo funciona? ¿Por qué te gusta?": Me extraña mucho que tengamos compañeros de profesión, tú los tienes y yo los tengo, que no sienten curiosidad por ver qué está pasando ahí, por qué les gusta a los jóvenes eso, cómo podemos adaptarnos...
En realidad, lo que hay es mucha animadversión, casi desprecio.
Sí, sí. Yo puedo entender que cuando sientes que el suelo se mueve bajo tus pies y que eso te puede perjudicar, tengas una reacción no demasiado receptiva pero, insisto, lo nuestro se trata de comunicar, independientemente de si es en prensa, radio, televisión o una herramienta nueva. Me desconcierta que tantos periodistas se pongan a la contra en vez de intentar entender por qué hay tanta gente joven que todo el contenido que consume es a través de YouTube, Twitch, vídeos, etc. Es un error y, además, es perjudicial para ellos porque se cierran puertas con esos prejuicios. Yo siempre he sentido curiosidad por entender qué pasaba ahí y eso me ha servido para acercarme a audiencias que de otro modo no sabrían quién soy porque no ponen la tele, pese a que ahora Broncano esté trayendo a muchos de vuelta. Y es que hay que ir a buscar a esa audiencia que tiene el perfil de mi hija y no el de mi padre, porque son los que van a tener dinero para comprarse un coche dentro de 10 años. O los cuidas ahora o, cuando quieras acercarte más tarde, te van a decir que tararí que te vi.
Como propietario de un canal exitoso, ¿cuál es la realidad de Twitch? ¿La panacea que venden unos o el globo que señalan otros?
Bueno, no soy Ibai ni DjMaRiiO, pero mi canal funciona muy bien. Lo primero que hay que asumir con Twitch es que no tenemos ni idea de qué deparará el futuro porque, hace 10 años, los blogs iban a ser el futuro del periodismo y ahora no tiene uno ni dios. Twitch es una herramienta muy útil, aunque es cierto que monetizaba mucho mejor hace algún tiempo que ahora. Está cambiando en el sentido de que los canales se tienen que mover más buscando patrocinios, pero está muy bien porque haces el producto que tú quieres al 100%, cosa imposible en cualquier empresa. Además, se ha convertido en la salida profesional de muchos compañeros para continuar ganándose la vida con el periodismo y te da una cercanía con la audiencia y te obliga a tener una cintura que en los medios tradicionales no existe. Tienes un feedback de una honestidad brutal y aprendes mucho de la gente. En ese debate continuo con tu comunidad, acaban mostrándote puntos de vista que a ti probablemente se te han escapado. Me parece una herramienta muy útil que está evolucionando, vamos a ver qué futuro tienen en cinco años, pero ahora es un gran lugar donde los estudiantes de periodismo pueden encontrar esa lanzadera que para nosotros fue la radio local.
Y de dinero, ¿qué?
Es una salida económica más que clara. Yo gano más dinero en internet que en la televisión. Digo internet porque yo soy 360º: tengo canales de Twitch y de YouTube y tengo cuentas profesionales de Instagram y de TikTok. Todo eso monetiza y monetiza bien.
Diste muchas vueltas para llegar aquí.
Pues sí. Supongo que no soy un narrador de un talento extraordinario, sino que soy, como la mayoría, alguien que ha tenido que picar piedra hasta encontrar su sitio, su rincón, su estilo y su voz a fuerza de narrar partidos uno encima de otro. No te voy a decir que ha sido un camino difícil, porque desde que entré en Mediapro en 2008 hasta ahora siempre he ido trabajando en competiciones atractivas, pero sí ha sido largo hasta que me llegó la oportunidad de poder hacer cada fin de semana al Real Madrid, al Barcelona o al Atlético. He tenido que picar mucha piedra y mucha liga escocesa, pero no me pienso quejar porque mucha gente ha picado tanta piedra como yo y no ha tenido mi suerte. Para mí, siempre ha sido vocacional. No soy periodista deportivo porque quisiera ser futbolista, era muy mal jugador y mi posición ideal era en el banquillo, lo que yo quería ser desde los siete u ocho años es periodista.
¿Deportivo?
No, eso fue un accidente porque mi idea era ser periodista político, pero la vida te va llevando y hace contigo un poco lo que le da la gana. Siempre me ha gustado mucho el deporte, pero no era una persona que viera los diez partidos de Primera División cada fin de semana y fútbol internacional habitualmente. Lo que pasó fue que en la universidad me salió la posibilidad de narrar partidos de fútbol a través de un compañero de clase, me empecé a encontrar cómodo, vi que lo podía hacer razonablemente bien, tiré por ahí y hasta aquí hemos llegado.
Te leí en una entrevista con Francisco Cabezas, en 'El Periódico', que la universidad fue una mala época.
Sí, yo sé que es una etapa que mucha gente idolatra, pero no es mi caso. Nunca fui un estudiante brillante, sino todo lo contrario, más bien disperso y gamberro. No era un terrorista, pero en el instituto me desboqué un poquito y tuve que emplearme a fondo para lograr la nota de corte para entrar a Periodismo, que siempre ha sido alta. Entonces, se juntaban mi deseo de ser periodista desde niño con el esfuerzo que tuve que hacer, cuando me planto en la Autònoma de Barcelona y veo que no leemos los periódicos, no comentamos la actualidad, no redactamos una noticia, no cojo un micrófono... Fue una gran decepción y tras el primer semestre me dije: "Mira, Miguel Ángel, o empiezas a trabajar en medios de comunicación o aléjate de esto porque es insoportable". Por suerte, un compañero de clase me ofreció la posibilidad de narrar partidos de fútbol en Radio Lleida, de la Cadena SER, y con otra compañera empecé a hacer un magacín de actualidad en Radio Martorell. Así fui trampeando los años de universidad, porque si no, habría abandonado.
Demasiada madurez la tuya. Un poco de fiesta, hombre.
Es que he sido un tipo precoz toda la vida. Me casé muy joven, en 2002, hemos celebrado ahora nuestro 22º aniversario. En principio, tenía que entrar a trabajar en una radio con un contrato en prácticas bien remunerado, pero hubo un problema y me quedé en la calle a las tres semanas de casarme. Encontré trabajo de transportista y me parecía perfecto, soy de familia obrera y durante la carrera ya había estado trabajando los veranos en la SEAT y en una fundición. Así que cuando esa posibilidad de trabajar en la radio se esfumó, estuve dos años conduciendo una furgoneta de lunes a sábado. Hacía la ruta Barcelona-Zaragoza y los domingos mantenía colaboraciones con algunos medios locales. Trabajaba los siete días de la semana, pero a raíz de una colaboración de estas me salió la posibilidad de dejar la furgoneta y firmar primer contrato profesional como periodista, en Localia, siendo ya marido y padre.
¿Cuánto ha contribuido ese comienzo en que ahora no se te desboque el ego?
Mucho, pero es que hay que ser muy cretino para creerse alguien por ser un periodista deportivo. No sé. Son cosas que me han pillado ya muy mayor, con dos hijas y la pequeña con discapacidad, que te cambia radicalmente el punto de vista, pero independientemente de eso yo no soy nada. Soy absolutamente prescindible. Si voy a un campo de fútbol y no aparecen los jugadores, los entrenadores, el cuerpo arbitral y los aficionados, me siento y no hago nada. Mi trabajo sólo tiene sentido por terceros y luce más o menos en función de lo que hagan ellos. Ahora tengo la suerte de que las cosas me van bien, pero si mañana DAZN me dice que no me renueva y Electronic Arts se cansa de mí al segundo año, nadie me va a echar de menos. Quizá al principio alguien pregunte dónde está el calvo, pero al mes aparecerá otro y se olvidarán de mí. No somos importantes.
Eso no quiere decir que no nos lo creamos a menudo.
Yo sólo puedo hablar por mí y continúo ocupándome de lo único que me puedo ocupar: intentar hacer bien el próximo partido. Cuando me dijeron que iba a ser la voz del 'FIFA' o cuando me contrató DAZN para narrar al Madrid, al Barça y al Atlético, no me puse a contabilizar qué impacto podía tener eso a nivel económico, de seguidores y de esfera pública. De lo que me preocupé es de hacer bien mi trabajo porque en nuestra profesión, especialmente si eres narrador, cada partido es un examen aunque lleves, como en mi caso, 25 años narrando, porque si yo meto la gamba de forma potente en tres partidos, me voy a la puta calle. No puedo estar preocupándome de si cuando me acerco a un estadio antes me pedían una foto y ahora me piden 50, porque sólo puede importarme que todo salga bien, llevar el partido bien preparado, que haya buena conexión con el equipo de narración, que entren los comentaristas y el pie de camp... Lo demás me da igual, no necesito que la gente me reconozca por la calle, lo único que me preocupa en todo este rollo es el próximo partido.
Comentabas antes que la discapacidad de tu hija es clave en esta forma de entender la vida.
Claro, eso sí es importante. Durante tres años, mantuve un blog con mi mujer donde volcábamos las experiencias con nuestra hija Ares. Tiene un 77% de discapacidad y cuando te dan un diagnóstico como el suyo, de autismo severo, es como si cayese una bomba nuclear en tu vida. Todo se pone patas para arriba y los primeros años te tienes que dedicar a recomponer tu realidad. Uno de los mayores aprendizajes tras el duelo fue asumir la mirada de los demás. Vas a los sitios y la gente te mira como si fueras un circo ambulante. A mí siempre me ha dado igual, pero eso fue especialmente duro para mi hija mayor. Todo esto hace que cambies radicalmente el prisma con el que observas la vida. Ese diagnóstico hace que realmente sólo te preocupes por lo importante y gracias a mi hija he acabado valorando mucho más las pequeñas cosas, todo lo que puedo hacer con ella de manera cotidiana. Irnos a tomar un café y dar un paseo sin demasiados sobresaltos por la Rambla de Sant Boi es lo que más aprecio del día. Es la felicidad pura y dura y me dan igual otras cosas más rimbombantes.
Román, brotando de un arbusto para la entrevista.
Román, brotando de un arbusto para la entrevista.SERGIO ENRÍQUEZ-NISTAL

¿Tampoco te afecta el constante escrutinio a las narraciones? El más leve cambio de entonación se convierte en casus belli.
Sí, pero eso depende más de la mirada de la audiencia que de mí. Yo sigo narrando exactamente igual ahora que hago partidos que ve más gente que cuando narraba un Eibar-Alavés que veían 80.000 personas. Yo creo que esto ha pasado toda la vida. Cuando era chaval, te juntabas con los colegas a tomar un café después del partido y decías que el narrador iba con los otros, lo que pasa es que las redes han dado un altavoz al hincha y los periodistas nos hemos encargado de darle una importancia a las redes que probablemente no tienen. Pero, sí, yo aún pillo poco, la verdad. Es cuestión de tiempo porque cuantos más partidos haces, más posibilidades tienes de meter la pata, escoger mal una palabra o interpretar mal una situación. Por ahora, mi relación con las redes es muy sana. Aunque siempre hay gente que pone en cuestión tu profesionalidad y tu honestidad después de cada partido, el ruido es bastante controlable. Además, muchas veces las críticas que se hacen a nuestro trabajo son más por el trabajo de terceros que por el nuestro propio. Si un árbitro pita un penalti, ¿qué quieres que haga yo?
Decir que no es si es contra su equipo y que sí, si es a favor.
Claro, pero es absurdo. No hay un solo caso en la historia del fútbol en el que un árbitro haya cambiado de decisión porque el narrador haya dicho que no era. Se da demasiada importancia a lo que decimos porque, sencillamente, el espectador necesita que le den la razón en las jugadas interpretables. Además, en mi caso, cuando empecé a narrar con Víctor Muñoz, Antonio Maceda o Julen Lopetegui me di cuenta de que muchas acciones que me parecían falta para ellos eran chorradas. Entendí que yo no sólo había jugado en el patio y no tenía conciencia de si un contacto era suficiente o no en Primera y decidí que en las jugadas polémicas siempre voy a preguntar al futbolista, que es el que sabe. Ahora la gente me reprocha mucho que no me moje y que no tenga opinión. Sí la tengo, pero ¿qué valor tiene respecto a la de un tío que ha jugado 300 partidos en Primera y es internacional con España?
Me cuesta creer que no te duela nada de nada la crítica.
Está claro que prefiero terminar un partido, entrar en Twitter y que la gente me diga que soy el mejor y que tengo melena, pero tampoco me agobia. El espectador está viendo el partido en un nivel diferente al nuestro, ni mejor ni peor, que es como aficionados y con el deseo de que su equipo gane. Yo estoy trabajando y me importa una nariz quién gane. Tengo que estar pendiente de 250.000 cosas y de intentar hacer bien mi trabajo para tener continuidad en esto. Lo que sí es cierto es que el tono de las interacciones en Twitter se ha ido elevando. Hace un tiempo alguien lanzó el primer "hijo de puta" porque un narrador dijo algo que no le gustaba y, como no pasó nada, tras ese "hijo de puta" llegaron un segundo, un tercero y un cuarto cada vez más violentos. La tensión en redes ha ido escalando y a veces tienes que leer cosas absolutamente demenciales, pero, bueno, es lo que hay.
Imagino que ahora todo el rato te preguntan de qué equipo eres.
Claro. Cuando narraba el Alavés-Almería no le interesaba nadie, pero cuando narras al Barça y al Madrid, de golpe y porrazo, pasa a ser importantísimo. Yo tengo mi equipo desde pequeñito, pero no lo voy a decir porque la gente me ha visto narrar partidos suyos sin necesidad de saberlo y todo ha estado bien. Si ahora digo de qué equipo soy, mi manera de trabajar va a seguir siendo la misma, pero la mirada del que me escucha por televisión va a cambiar radicalmente y cualquier cosa que diga va a ser interpretada desde ese prisma. No merece la pena, así que la gente puede decir que soy del equipo que le apetezca aunque, eso sí, hay una cosa que me sorprende y es que en esta guerra civil permanente entre Madrid y Barça, los aficionados de estos equipos creen que sólo puedes ser de uno de ellos. Los demás no existen. Si acaso, a veces, dejan a los del Atleti.
Sí, pero porque lo enfocan desde el antimadridismo y entonces ya entras en su película.
Yo podría ser perfectamente del Celta y ni se les pasaría por la cabeza. Lo que me preocupa de esto es que, para muchos, ser de un equipo te invalidaría para hacer tu trabajo. Esto es grave porque es mentira. Y hay otra cosa que me parece aún más grave: hay gente que le confiere positividad o negatividad al hecho de ser de un equipo. Creen sinceramente que eres mejor o peor persona o profesional por ser del Atlético de Madrid y no del Madrid o del Barça, cuando ser de un equipo es una cuestión de azar. Tú naciste en una familia que es del Atlético de Madrid, pero si tu padre hubiera estado trabajando en Berlín, a lo mejor eras del Unión Berlín. Me preocupa que alguien considere que tu equipo de fútbol te defina como persona, es una insensatez.
De todos modos, no somos víctimas en todo esto. El periodismo deportivo lleva años explotando ese estilo bufandero y ahora dudo que se pueda frenar ya.
Sí, está claro. En mi campo, la tele, creo que los medios cometieron un grave error cuando comenzaron a adaptar el comentarista al equipo: un ex del Madrid para el Madrid, un ex del Barça para el Barça... Yo no necesito que un comentarista sea colaborador de un equipo sino que sea bueno. Además, con esto tú le das la esperanza al espectador de que ese comentarista está ahí para defender a su equipo y no para decir lo que ve. Por ejemplo, a Juanfran le caen muchos palos porque a veces dice que el Atlético no está jugando bien. Te aseguro que Juanfran es tan del Atleti como Simeone, pero si el Atleti está jugando mal o le pitan un penalti que es, ¿qué tiene que hacer? ¿Callarse? ¿Mentir? Ahí los medios cometimos un error y empezó un poco esta tendencia de los debates tipo 'Sálvame', que a mí me parece muy bien que existan. No los consumo, es un contenido que no me gusta, pero hay programas de este perfil que están muy bien hechos desde el punto de vista de la televisión y de enganchar al espectador. Es un entretenimiento deportivo que mucha gente consume. Yo no porque es perjudicial para la forma en que quiero hacer mi trabajo. Me puede contaminar. Si estoy todo el día viendo programas que sólo ponen el acento en la polémica y la labor del árbitro, al final esa visión me puede condicionar y yo quiero tener una mirada global sobre el fútbol.
Hay algo que siempre me ha hecho gracia y es que muchos aficionados de otros equipos se pasan la vida quejándose del madridismo de ciertas tertulias, pero luego esperan que los periodistas que son aficionados de sus equipos actúen exactamente igual. No quieren otro periodismo. Quieren lo mismo, pero a favor.
Tal cual. El problema de todo esto es que con esta forma de hacer periodismo no se analizan los hechos en función del qué sino del quién. Lo que determina la opinión y la manera de explicarlo no es lo que ha pasado sino quién es el protagonista de la noticia. Si es de los míos, reacciono y lo cuento de una manera. Si es de los otros, de golpe ya opino exactamente lo contrario. Esto es terrorífico porque el fundamento de este oficio es basarse en los hechos y ya no se hace. Si un tío le calza una patada a un rival y lo levanta dos metros, está mal que lo haga uno del Valencia, del Villarreal o del Girona, pero cada vez es más difícil encontrar alguien que diga esto.
Bueno, por ahora parece que, si quieres, tú vas a poder seguir diciéndolo bastante tiempo.
Ahora mismo todo va bien, pero no hago planes a futuro. En nuestra profesión la capacidad de adaptación es fundamental y lo que sí quiero es mantenerme despierto ante los cambios que se puedan producir en el mundo del periodismo en los próximos años para intentar estar ahí. No sé si llegar el primero, pero sí llegar a tiempo. Con eso me conformo.