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Amargado en el sillón tras sacrificar la sobremesa del sábado por un Leganés-Atleti de espectáculo mustio y desenlace desagradable para mí, volví a preguntarme, como hago diez o doce veces al año, por qué demonios sigo pensando que me gusta el fútbol. Otro fin de semana amargado en el rato que debería haber dedicado a tomar pacharanes o a ver Harry Potter y el prisionero de Azkaban con los niños como si lo hiciera por ellos y no por mí. Otro rato discutiendo en Twitter (tendrás que arrancar ese nombre de mis manos frías y muertas, Elon) por gilipolleces que, en realidad, me dan exactamente lo mismo. Otra tarde viendo cariacontecida a mi hija Lola y sintiéndome culpable por haberla contagiado este trastorno.
El fútbol es el gran engaño colectivo de la humanidad. Un muermo el 90% del tiempo, un deporte impreciso y basto en que el balón va de un lado a otro sin llegar a ninguna parte la mayoría de las veces y en el que, salvo que seas del Madrid (y entonces ya bastante drama tienes) pierdes muchísimo más de lo que ganas. Reparte más alegría cualquier pizzería.
Nos hemos convencido de que nos encanta el fútbol porque puede pasar de todo, pero lo cierto es que casi nunca pasa nada y lo poco que pasa casi nunca es bueno. Hora y media mirando para, si el partido te sale apañado, disfrutar de cinco acciones bellas, ni dos minutos de tiempo real sumándolas todas. Y eso si no juega el Getafe de Bordalás, en cuyo caso no te salva ni Lamine Yamal.
Una vez asumidas la fealdad y la derrota, la excusa para seguir enganchado es el sentido de pertenencia, el formar parte de algo más grande, la hermandad con los tuyos, los amigos, la familia, de padres a hijos... Otra mentira. Dediquen media hora a sumergirse en la comunidad en redes sociales de su equipo, el que sea y hablando de lo que sea. ¿De verdad quieren formar parte de ese grupo? Es una turba de conspiranoicos, violentos, victimistas, maleducados... ¡La mayoría cierran el imperativo en -r, por el amor de Dios! Seamos sinceros, si no fueran de nuestro mismo equipo jamás interaccionaríamos con ellos, les rehuiríamos en el ascensor, si hay que subir siete pisos andando, se suben.
En serio, ¿por qué nos hacemos esto? Hay mil cosas mejores, más edificantes, más divertidas, más hermosas...
-Papá, ¿cuándo jugamos otra vez?
-El martes, contra el Leverkusen.
-¿Vas al campo?
-No lo evita ni el Apocalipsis.
-¿Tan importante es?
-Es la vida, Lola, es la vida.
-¿Por qué?
-Yo qué sé. Mira, Dumbledore.