"Estafador". Con solo una palabra, Elon Musk zanjó ayer una de las negociaciones más púbicas, surrealistas y menos serias de las corta, pero intensa era de la inteligencia artificial.
El magnate había roto la baraja al anunciar que él y un grupo de inversores presentarían una oferta de 97.400 millones de dólares por OpenAI. La respuesta irónica de Sam Altman, no se hizo esperar: "No gracias, pero podemos comprar Twitter por 9.470 millones si quieres". Elon Musk solo contestó "estafador" a la contraoferta.
La rivalidad entre Musk y Altman se ha convertido en el mayor choque empresarial existente, al menos en la superficie, entre los grandes tecnomagnates que han ganado aún más foco por su cercanía hasta la nueva Casa Blanca de Donald Trump, que les ha hecho a cambio bandera de su propuesta económica.
Si esta promesa de prosperidad conjunta en algún momento pareció que podía limar las asperezas entre ambos, que una vez fueron mentor y pupilo nada más lejos de la realidad.
En los orígenes de OpenAI
Elon Musk fue uno de los impulsores de OpenAI en sus orígenes. La startup nació como una compañía sin ánimo de lucro que buscaba "llevar los beneficios de la IA" a la humanidad y evitar que esta estuviera en manos de unos pocos. Por aquel entonces, Musk apoyaba el proyecto y consideraba esta tecnología una "amenaza existencial".
La ruptura se produjo tres años después, en 2018, cuando Sam Altman seguía siendo un pseudoconocido y donde el revuelo fue menor y se atribuyó a que Tesla tenía sus propias ambiciones en IA y podía haber conflicto de intereses.
Nada más lejos de la realidad. Tanto en su oferta de compra como en la denuncia que interpuso contra OpenAI en 2024, Musk ha señalado que la empresa va en contra de sus objetivos fundaciones de transparencia y código abierto.
Sin embargo, según los correos aportados a la causa por OpenAI, ya la pelea inicial se debió a que Musk quería controlar la empresa.
"Chicos. He tenido suficiente. O montáis algo por vuestra cuenta o mantenéis OpenAI sin ánimo de lucro. No financiaré OpenAI más si no tenéis el firme compromiso de quedaros o estaré siendo un tonto que os da dinero gratis para montar una startup", escribía Musk en un mail en septiembre de 2017.
El mensaje fue extensamente contestado por Ilya Sutskever, el fundador de OpenAI que, paradójicamente, intentó echar a Altan de la empresa seis años después al entender que estaba precisamente traicionando el propósito con el que se creó por su afán de conseguir beneficios.
En ese momento, Sutskever recogía las ideas de los fundadores que, pese a que "realmente ansiaban trabajar con Musk", hasta el punto de que estaban dispuestos a tener cláusulas de fácil despido, les preocupaba que los términos creados en el acuerdo dieran al multimillonario control total sobre una futura inteligencia artificial general.
"El objetivo de OpenAI es hacer un buen futuro y evitar las dictaduras. Dices que te preocupa que los demócratas creen una dictadura con la IA general. A nosotros también. Por eso, es una mala idea crear una dictadura en la que tú podrías convertirte en un dictador si quieres", señalaba el ingeniero en el correo.
Desde ese momento, la empresa ha estado en el punto de mira de Musk, que cargó contra ella desde el mismo momento en que ChatGPT comenzó a despegar.
Desde entonces, las cargas del ejecutivo han ido desde lo personal, con Altman como blanco favorito, hasta sus alianzas con Microsoft y prácticamente cualquier acción que tome la empresa.
La última antes de la oferta de compra fue el lanzamiento de Stargate, un proyecto de más de 500.000 millones de dólares impulsado por Donald Trump por el que OpenAI, Softbank y Oracle desplegarán grandes infraestructuras de IA.
Musk, aislado del proyecto después de aupar a Trump a la Casa Blanca, no se lo tomó nada bien. "No tienen dinero para eso", aseguraba en X para después criticar la inversión con Satya Nadella, el CEO de Microsoft, quien parece haber recorrido el camino inverso de Altman: de enemigo a potencial aliado, ya que la tecnológica tiene sus propias cuitas con la startup.