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Dentro del Gran Palacio del Pueblo, la imponente casa del legislativo chino, con su techo abovedado y columnas de mármol, sus enormes lámparas de cristal y banderas rojas con las cinco estrellas doradas que ondean por todos lados, hay una mezcla de solemnidad y actividad frenética. Más de 3.000 delegados de todos los rincones del vasto territorio chino ocupan sus asientos en el salón principal. Desde el tercer anfiteatro, donde se ubica la prensa, se vislumbra el colorido mosaico que deja el contraste entre los sobrios trajes oscuros, los uniformes militares y los atuendos folclóricos tradicionales que visten los diputados.
Este miércoles arrancó en Pekín la Asamblea Popular Nacional (APN), la cita anual del Parlamento chino, donde la élite política ha presentado parte de la agenda que marcará el rumbo de la segunda economía mundial, empezando por el compromiso de destinar más recursos fiscales para mitigar el impacto de la guerra arancelaria iniciada por el presidente estadounidense Donald Trump.
Mientras que en Washington impera una política aislacionista y de recorte, Pekín promete más gasto y abrirse más al mundo. El gigante asiático apuesta ahora por una mayor apertura comercial, fomentar la inversión extranjera y liderar la lucha contra el cambio climático, ocupando los vacíos dejados por EEUU tras su retirada del Acuerdo de París
Durante la semana que dura el cónclave chino, los legisladores suelen lanzar miles de propuestas, en su mayoría centradas en resolver problemas locales. Pero no tienen voz ni voto en las principales políticas económicas, militares, comerciales o medioambientales. Estas se deciden de antemano a puerta cerrada por el núcleo duro del gobernante Partido Comunista Chino (PCCh).
La primera jornada se resume en un sermón de una hora que ha soltado el primer ministro Li Qian. Es la lectura del llamado "informe de trabajo", donde el Gobierno chino revela algunos de sus presupuestos más importantes y brinda algunas claves de cómo Pekín planea impulsar su crecimiento económico y su transformación tecnológica frente a la continua lluvia de restricciones procedentes de Estados Unidos. Este año, gran parte de la la atención estaba puesta en los planes y estímulos fiscales para apuntalar el crecimiento en medio de la nueva guerra comercial con Trump y el gran bache económico interno por culpa del débil consumo, la salida de inversores, la presión deflacionaria y la crisis inmobiliaria.
El primer anuncio esperado fue el objetivo de crecimiento del PIB para este año en alrededor del 5%, el mismo que en los dos últimos años. Aquí no hubo sorpresa. Como tampoco en que se haya elevado el déficit al 4%. O que se haya hecho una revisión a la baja de la meta anual para el índice de precios al consumidor en torno al 2%, un punto menos que el curso anterior, lo que supone un reconocimiento implícito de una preocupante caída de la demanda interna. Una tendencia que el Gobierno lleva meses tratando de revertir regando con subsidios la compra de determinados bienes, desde electrodomésticos hasta coches eléctricos, para tratar de impulsar el consumo.
En el terreno militar, se anunció un esperado aumento del 7,2% en el presupuesto de defensa, una subida en línea con años anteriores. Li también habló de que Pekín impulsaría el sector privado, que ha cobrado especial protagonismo después de que, el mes pasado, el presidente Xi Jinping se reuniera con los grandes empresarios tecnológicos para asegurarles que su Gobierno daría más libertad a un sector que hasta hace muy poco enfrentaba a una cruenta cruzada reguladora.
Muchas miradas estaban puestas en los planes para la carrera tecnológica, sobre todo en el campo de la IA tras la apabullante irrupción en enero del modelo DeepSeek. También en la revisión del ambicioso programa que se lanzó hace una década, el denominado "Hecho en China 2025", que se centraba en impulsar la autosuficiencia y la innovación en industrias clave para reducir la brecha con EEUU, que anunció hace unas semanas que continuaría ampliando las restricciones a la inversión estadounidense en tecnologías sensibles en China. Li anunció que Pekín "dará rienda suelta a la creatividad del sector de la alta tecnología".
El martes, después de que Pekín contratacara en la guerra arancelaria de Trump con hasta un 15% a las importaciones agrícolas y alimentarias de Estados Unidos -el día anterior, Washington anunció un aumento de los gravámenes a China del 10 al 20%-, el portavoz de la APN, Lou Qinjian, presentó a su país como un firme defensor de la globalización y una fuente de estabilidad para la economía mundial, en contraste con el caos provocado por el terremoto Trump. "China brindará más estabilidad y certeza al mundo impulsando el desarrollo de la inteligencia artificial, buscando la cooperación con socios clave y apoyando al Sur Global", manifestó Lou.
En la apertura de la asamblea, el primer ministro Li, sin mencionar a EEUU, reconoció los desafíos a los que se enfrenta su país debido a las crecientes presiones comerciales. "China eliminará barreras al mercado y desactivará los riesgos en áreas clave para contrarrestar los choques externos", aseguró para dar paso a una cerrada ovación de los presentes.
La APN se vende como la oportunidad que tienen los legisladores una vez al año para discutir políticas abiertamente y supervisar la labor del Gobierno. Pero la realidad es que su cometido se reduce en validar unas directrices marcadas por los que están en el escenario más elevado del auditorio, los 364 miembros del Comité Central del PCCh. De este grupo, destacan los 24 miembros del Politburó, incluidos los siete del Comité Permanente, los máximos dirigentes, con Xi Jinping al frente y con el premier Li Qian como número 2 y principal responsable de los asuntos económicos.
En el sistema chino, el PCCh encuentra en el centro absoluto de poder, controlando cada departamento gubernamental, fuerza militar, tribunal y reunión parlamentaria. El partido dirige todo sobre una estructura piramidal, con el presidente Xi -como secretario general del partido, de donde viene realmente su influencia- en lo más alto.