ESPAÑA
Columna desviada

Alvise, un chiringo de criptomonedas

Alvise es como quitarle a Abascal veinte años, sacarle del gimnasio y ponerle al frente de un chiringo de pufos con criptomonedas

Luis Alvise Pérez, el pasado domingo en la sala CATS
Luis Alvise Pérez, el pasado domingo en la sala CATSEFE
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Una o varias personas ocultas tras el pseudónimo de Satoshi Nakamoto lanzaron en 2008 una especie de activo digital sin respaldo fiduciario llamado bitcoin. Millones de jóvenes invirtieron en él no por lo que era, que sigue sin estar claro, sino por lo que no era: una divisa regulada, centralizada y supervisada por un banco central. Comprar criptos fue, ante todo, una insubordinación contra el sistema, una exhibición de rechazo a la autoridad de gobiernos y grandes bancos.

Robert J. Shiller, premio Nobel de Economía, explicó que lo que atrapaba a esos inversores alternativos tenía poco que ver con la promesa del enriquecimiento fácil y mucho con una narrativa económica heredera del anarquismo y que ha quedado acuñada como libertarismo.

En el ámbito financiero, esa narrativa se reprodujo en un sinfín de pseudoactivos y, sobre todo, de estafas. En el aspecto político, dirigentes libertarios de la derecha más radical como Javier Milei o Donald Trump rondan hoy por sus arrabales con promesas de cerrar el banco central o meter en cintura a la Fed. Otros nítidamente dictatoriales, como Niyab Bukele, han tratado de introducir sin éxito el bitcoin como divisa corriente.

En nuestro país se ha abierto un debate sobre si Luis Pérez, de 34 años y conocido como Alvise, es el producto ocasional del voto gamberro a la manera de Chiquilicuatre, o el primer experimento real del libertarismo autoritario que deja a Vox desdentado. Alvise es como quitarle a Abascal veinte años, sacarle del gimnasio y ponerle al frente de un chiringo de pufos con criptomonedas. Pero la cuestión nuclear es si constituye una amenaza para el sistema.

A diferencia del resto de Europa, donde han operado los cordones sanitarios, los dos grandes partidos en España han optado por las alianzas con sus apéndices populistas. Tras escasa resistencia y una mentira descomunal, Pedro Sánchez metió en el Gobierno a Podemos. El PP ni siquiera se hizo el estrecho antes de llegar a acuerdos con Vox en los Ejecutivos autonómicos.

El resultado, a primera vista, parece satisfactorio. Pablo Iglesias sucumbió en cuanto pisó moqueta, es decir, entró en la contradicción de institucionalizarse (casoplón included), y se sometió al poder corrosivo de Sánchez, que funde todo lo que toca. Mientras, el PP ha tumbado a Vox en Andalucía y Madrid y ha frenado su escalada nacional. Hoy ni Podemos ni Vox son alternativa. No hay lepenes ni maduros.

¿Todo bien? Ojalá fuese tan sencillo. Un efecto secundario ha sido el contagio populista del presidente del Gobierno, cuya retórica contra jueces y periodistas supera a la del Iglesias de primera hora. Otro, Alvise.

En la penúltima corrida de San Isidro, un grupo de jóvenes que ya había protagonizado un escándalo con una pancarta soez contra el ministro de Cultura -"Urtasun nos vas a comer los huevos por detrás" (sic)-, reventó un minuto de silencio al grito de "Con los moros no tenéis cojones". Era un homenaje en recuerdo a los policías muertos en acto de servicio. Vox cuestiona hasta las vacunas, pero no a la Policía o al Rey. Alvise y sus 400.000 de Telegram sí. Mientras pensamos en si durará mucho o poco, convengamos en que es un problema para la Democracia y un regalo para Sánchez.