ESPAÑA
El último escaño

La fábrica de bulos está en Moncloa

Sánchez pretende "regular" aquello que el lidera: la desinformación como mecanismo de control social y político

Pedro Sánchez
Pedro SánchezMUNDO
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En la era digital, cuando se han multiplicado los canales de información de acceso instantáneo para los ciudadanos, y los gobiernos e instituciones han perdido el monopolio de la propaganda, el elemento que contamina de manera más peligrosa y efectiva la conversación pública no son las mentiras o las manipulaciones más o menos burdas -resulta anecdótico el número de las personas que se creen que en EEUU hay inmigrantes zampándose a los perros de otros-, sino el entretenimiento. Es decir, la construcción desde el poder de discusiones imbéciles y estériles que logran acaparar toda la atención, creando una suerte de ley del silencio en la que sólo tiene cabida la memez de turno.

Si analizamos las conversaciones públicas en Alemania, Francia y el Reino Unido, países donde todavía hay unas elites que conservan, no sin dificultades, un canon y el decoro intelectual, y las comparamos con la de España, nuestro país destaca como paradigma de un poder Ejecutivo que controla y manipula el debate con la constante producción de desinformación. Los recursos personales y económicos que ha destinado a agitar la guerra entre dos cómicos de televisión, Broncano y Motos, es el último ejemplo de tantos.

Durante una semana, Sánchez ha podido monopolizar la conversación pública con esta supuesta pugna entre dos ideas de España irreconciliables y encarnadas en dos programas de televisión, mientras apenas se ha prestado atención al crucial informe de Draghi sobre el presente y futuro de Europa en un nuevo escenario global dominado por la carrera tecnológica entre EE.UU. y China. Un análisis cuya lectura lleva a cualquier persona mínimamente ilustrada a comprender la criminal inanidad del Gobierno socialista y la magnitud de la tragedia española.

Como principal productor desde Moncloa de este entretenimiento tóxico que contamina el debate y también de bulos pocos sofisticados, y con una esfera de medios mayoritariamente servil y sólo equiparable a la que disfruta Orban en Hungría, durante buena parte de su mandato a Sánchez le importó poco la prensa opositora. De hecho, los relatores de su leyenda de «resistencia» celebraban su indiferencia ante las críticas recibidas. Entre otras razones porque Sánchez ya regulariza arbitrariamente el sector de la prensa mediante el BOE, premiando generosamente a los muchos cómplices y tratando de asfixiar a los desafectos.

Por tanto, su obsesión con la «fachosfera», que le lleva a presentar un plan mordaza que contradice la voluntad de la UE de apartar las zarpas del poder público de los medios, es el síntoma de la transformación que ha sufrido Sánchez a partir de las publicaciones sobre lo negocios de su esposa. De una debilidad política y personal que ha mutado su trumpismo woke y europeo por un presidencialismo cesarista, caribeño, y que, por lo tanto, aspira a aniquilar los controles que caracterizan a una democracia: el poder judicial, al que ha acusa de lawfare y señala como enemigo, el poder legislativo, al que ve como un estorbo a sortear en lo que resta de legislatura, y una opinión pública libre y plural.