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Para Sánchez, mayoría es un término pelado que tiene tres variantes: mayoría de investidura, mayoría de gobierno y mayoría de duración. La mayoría de investidura permite la duración aunque no garantice el gobierno. Asimismo, para Sánchez, la duración no exige ni está supeditada a la consecución de una mayoría para gobernar. Conseguida la investidura, el resto es sólo duración. Y lo que llamamos mayoría de duración es realmente minoría de bloqueo de una alternativa. Así que Junts, que jugaba tres roles antes de la investidura, sólo juega dos: contribuir a la acción de gobierno -fundamentalmente por la vía de los Presupuestos- y contribuir a la duración de Sánchez, que restringe drásticamente el papel de Puigdemont. Sánchez cree que Puigdemont sólo desempeña una función: mantener la minoría de bloqueo, pues en la lógica de Sánchez, la mayoría de gobierno -parlamentaria- es accesoria.
El PSOE corteja a Junts para mantenerlo suspendido en la bruma y en el perímetro de la irrelevancia. Los viajes de Cerdán funcionan como ansiolítico para calmar la ansiedad que genera en las élites de Junts el goteo de la amnistía. A su vez, permiten a Sánchez provocar en Puigdemont una falsa sensación de ascendencia, un raquítico complejo de Napoleón. Como si Sánchez esperase algo -que le resulta indiferente-; o como si Puigdemont pudiese proporcionarlo. Junts no se cayó del guindo con la investidura de Illa, simplemente se materializó el estado de intrascendencia en el que se sumió cuando invistió a Sánchez, que jugó con los delirios de Puigdemont y reparó en que la amnistía no era el único objetivo del prófugo.
Sánchez explota al máximo -y acentúa- las debilidades de sus adversarios: permitió entrar en España a Puigdemont en pleno agosto [Sánchez suele saltarse las reglas y convenciones democráticas en vacaciones] para que tomara conciencia de la realidad. Cerdán hace como que trata de convencer a Puigdemont de que todavía hay espacio para el entendimiento. Formalmente, Cerdán ha estado en Suiza para que Junts se abstenga en la votación del próximo jueves sobre el techo de gasto; pero ante una previsible negativa de los separatistas -Puigdemont anticipó un nuevo no-, realmente ha viajado para consolidar la mayoría de duración, o sea, la minoría de bloqueo. Y ha obtenido la verificación: Puigdemont expresó ayer que «nuestra vocación política no es dar estabilidad ni desgastar a nadie». Cerdán ha cumplido su misión.
Entre tanto, como en cada minué del PSOE con Junts, ERC se inquieta y revuelve en su pozo. Rovira exige «avances rotundos» en relación con la financiación diferenciada y el pufo catalán. Sánchez se asoma, arruga la frente y se extraña. Observa perplejo la pelea de sombras y no lanza el mensaje que piensa: «No os habéis caído, os he empujado; la cuerda la tiene Illa; sois rehenes, pero a diferencia del PNV -decoroso y digno-, embrollados y decadentes». En la tercera pista, Sánchez cubiletea con los barones del PP. En la próxima ronda, el viernes, despachará con otros dos. La única duda es cuánto forzará en cada cita la disensión y discordia para no llegar a verse con todos.