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La gestión de la pandemia incluyó varios timos. La crisis sanitaria generada por el Covid-19 permitió al Gobierno poner en funcionamiento un bien dotado laboratorio de propaganda y narrativas sobre políticas públicas: el inexistente y luego falso comité de expertos; el inoperante radar Covid; la vigilancia digital antibulos; la vacuna española; las conferencias de presidentes fake; el farragoso y torticero decreto de los fondos europeos; el burdo manejo de cifras de muertes y contagios; la manoseada tasa de incidencia acumulada como objeto de culto, sambenito y guadaña contra Madrid o la «desescalada», a medida del PNV y Torra.
De entre todos los ardides y hallazgos terminológicos destaca el de cogoberanza, doblemente fraudulento: por un lado, el «mando único» requisó el material a las CCAA, les hurtó información y participación en la gestión y, cuando tocó aplicar cierres parciales, tras meses de desgaste político y social, les devolvió la competencia de la gestión, con los estados de alarma en vigor, para que lidiaran con los tribunales. Por otra parte, Sánchez no sólo alardeó y jugueteó con tan gótica añagaza sino que, lo que es peor, con la cogobernanza puso veladamente en circulación el patrón confederal que el reciente «pacto fiscal» PSC-ERC para la investidura de Illa trata de consolidar.
La cogobernanza no existe. Se empleó para justificar privilegios para los socios separatistas de Sánchez. El palabro es un artificio y una treta. En cualquier modelo, la distribución territorial del poder es una división vertical. Con la cogobernanza, Sánchez y sus socios pretendían convencernos, no de la adecuada coordinación y cooperación entre niveles de gobierno, sino de la horizontalidad de los procesos de toma de decisiones entre administraciones. Sánchez usó la treta a conveniencia y a lo Pilatos. La horizontalidad deja ángulos muertos por los que se ha colado el impúdico apetito vampírico de Sánchez. Su aparato de propaganda interpretó en seguida, tras la DANA que ha asolado Valencia, que Mazón podía caer víctima de tan procaz y engañoso artefacto.
La cogobernanza fue la expresión amable elegida para pervertir el Estado autonómico. Por eso, el primer error de Mazón -y compañía-, previo a la catástrofe, fue acudir a La Moncloa el 4 de octubre. Sánchez testó y verificó con casi todos los presidentes autonómicos el grado de penetración de la naturaleza y sentido de su cogobernanza. Sánchez usó la pasarela de líderes regionales como coartada para difundir su falsedad de singularidades a la carta y bilateralidades diversas. Mazón no se preguntó acerca del cuándo y para qué fue convocado a palacio separadamente del resto de presidentes. Hubiese obtenido alguna pista para interpretar políticamente el posterior crujir de los acontecimientos.
En las comparecencias de Mazón, Sánchez se situó detrás, en modo intimidatorio, en posición auxiliar. En las fotos, a su lado, en ademán de impostada y horizontal cordialidad: el Gobierno muestra que acompaña a la región hasta donde la región le permite. Sánchez consuma con su aliento sobre el cogote de Mazón el propósito último de su cogobernanza y constata que las autonomías creyeron.
Gustavo Bueno escribió España no es un mito en 2005 para advertir de todo esto. Sostenía que admitir que España es una «nación de naciones» supone aceptar que es un mero contenedor de naciones y, por tanto, sólo sirve como anaquel donde reposan las verdaderas realidades nacionales. Con su calculada pasividad y agonal concepción de la política, Sánchez exhibe, para solaz de sus socios, que el Estado responde subsidiariamente y a petición autonómica. Renuncia al deber de vertebrar una nación.