Beirut, la ciudad-fénix que ha resurgido una y mil veces de sus cenizas, lucha por volver a la vida un año después de las explosiones que la devastaron el 4 de agosto de 2020. Un instante en que todo se vino abajo que se prolonga hasta hoy. Los habitantes de los barrios destruidos intentan retomar sus vidas, reconstruir sus casas, comercios y empresas mientras el duelo continúa. Aunque saben que nada será como antes. "Jamás nada se le parecerá, jamás", dicen.
"Beirut está muerta, incluso si la vida se va retomando progresivamente", reconoce Assem, dueño de un café-bar en Gemayze, uno de los barrios asolados, al diario 'L'Orient Le Jour'. La mayoría de los residentes cuyas casas fueron dañadas no han vuelto. Los escombros permanecen aún amontonados, esperando ser recogidos. El daño es aún visible, como el dolor. El barrio, antaño una zona llena de vida y hedonismo con sus famosos bares, cafés-conciertos y restaurantes, luce ahora silencioso, fantasmagórico.
El trauma de las explosiones sigue ahí. El 4 de agosto de 2020 un incendio en una nave del puerto de la capital libanesa provocó la deflagración no nuclear más grande de la historia. En el almacén se acumulaban desde hacía años 2.750 toneladas de nitrato de amonio, un material altamente inflamable, sin ninguna medida de seguridad. Las explosiones provocaron 217 muertos y más de 6.500 heridos, algunos con secuelas de por vida. La onda expansiva asoló barrios enteros destruyendo viviendas y comercios. Más de 300.000 personas se quedaron sin hogar. Un total de 163 escuelas y seis hospitales y 20 clínicas privadas fueron también arrasados, dejando a decenas de miles niños sin aulas y causando una grave crisis sanitaria que colapsó las clínicas que quedaron en pie en la capital y que ya sufrían el asedio del Covid-19.
"Nuestra vida se paró el 4 de agosto, lo perdimos todo", cuenta Karlen Hitti Karam, que perdió a su marido, su hermano y su primo. Eran los tres bomberos, de los primeros desplazados al hangar 12 para apagar el fuego, que se vieron atrapados por la gigantesca explosión. "Nada pondrá fin a nuestra pena", concluye -en declaraciones a France-Presse- esta joven viuda de 26 años.
Aunque días después se abrió una investigación, hoy por hoy no ha habido ninguna condena. Una semana después de la tragedia, el primer ministro Hasan Diab presentaba su dimisión y la de todo el Gobierno. Incapaz de salir de la crisis política que ya antes de las explosiones se cernía sobre el Líbano, el país continúa casi un año después con un gobierno en funciones. Dos primeros ministros designados se han quedado por el camino: un desconocido Mustafa Adib y Saad Hariri, líder indiscutible de la comunidad suní que ha sido ya tres veces jefe de Gobierno. Tras meses de infructuosos intentos, el nombramiento de Najib Mikati para formar gabinete genera poco entusiasmo. Mikati, empresario millonario, ya fue primer ministro en dos ocasiones en las dos décadas pasadas.
"Después de la explosión lo comprendimos perfectamente: mientras que esta gente esté en el poder no se arreglará nada", considera Rima Rantisi. "Ese día lo que se vio claramente es que los que dirigen este país son criminales y asesinos".
El grueso de las ayudas prometidas todavía no ha llegado, ya que la comunidad internacional -con Francia a la cabeza- pone como condición la formación de un ejecutivo que gestione la crisis antes de entregar la lluvia de 11.000 millones de dólares prometida. Y todavía está esperando. La crisis bancaria, en un contexto en que la moneda local ha perdido el 90% de su valor, ha hecho su particular contribución a la miseria de los desposeídos por la deflagración.
"Después de la explosión que destruyó mi garaje, me robaron toda la maquinaria mientras estaba en el hospital. Las asociaciones se precipitaron los primeros días, registraron mi nombre, pero después, nada. La ayuda a la reconstrucción sólo ha llegado para las viviendas, pero los trabajadores hemos sido olvidados", se lamenta al diario francófono libanés Ahmad, mecánico de 60 años del barrio de Quarantine.
La cólera contra la clase política se palpa en las calles, que ya se incendiaron en octubre de 2019, cuando la crisis económica empezó a enseñar sus garras. A ello se une el duelo por los muertos y el desconsuelo por la angustia de lo vivido. "Todavía revivo la imagen traumatizante de mis padres ensangrentados, heridos en su apartamento", rememora Chantal Sallum, aún bajo 'shock'. Bordeando el puerto, desde Gemayze a Mar Mikhael, de Achrafieh y Medawar a Quarantine, Beirut es una gran cicatriz aún por cerrar.
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