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Guerra abierta entre los talibán y el Estado Islámico: dos extremismos con intereses distintos

Un talibán con una ametralladora durante una manifestación en Kabul.
Un talibán con una ametralladora durante una manifestación en Kabul.AF
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Esta es la historia del terrorista aterrorizado. De cómo, tras años atemorizando a los civiles afganos con ataques sangrientos para desestabilizar al anterior Gobierno, ahora son los talibán quienes se han convertido en el objetivo de los atentados del Estado Islámico en el Jorasán, la rama regional del Daesh. Aunque la ideología extremista de ambos apenas se distingue, sus intereses son distintos. Eso está quedando en evidencia a cada zarpazo del Daesh en suelo afgano.

El último fue supuestamente el domingo pasado por la tarde. Un artefacto explosivo estalló frente a la mezquita kabulí de Eid Gah justo mientras se celebraba el sepelio de la madre de Zabihullah Mujahid, portavoz jefe del Emirato Islámico y una de las caras más conocidas del Movimiento. Cinco personas murieron, según el portavoz de Interior, Qari Saeed Khosti. Este golpe fue el segundo mayor desde el baño de sangre a las puertas del aeropuerto de Kabul durante las evacuaciones, el 26 de agosto pasado.

A diferencia del primero, esta vez el Estado Islámico (IS por sus siglas en inglés) no reconoció su autoría. Pero los talibán se la atribuyeron después de una intensa cacería, el domingo por la noche, que sacudió la capital afgana. Tiros y explosiones pudieron oírse en el distrito norteño de Khair Khana. "Una base del Daesh -apelativo del IS- fue totalmente destruida y todos los miembros del Daesh fueron abatidos como resultado de este decisivo y exitoso ataque", proclamó el mismo Mujahid posteriormente.

Aunque los talibán no han presentado pruebas de la conexión entre los sucesos del domingo, y el IS tampoco se ha pronunciado al respecto, es difícil concluir la naturaleza de esta nueva amenaza para los afganos. Pero la guerra que se han declarado ambas organizaciones armadas islamistas, una ahora en el poder y la otra aspirando a demolerlo, viene de largo, tiene sus entresijos y puede ir a más si Afganistán no recobra cierto nivel de estabilidad.

Noticias importantes como los esfuerzos de los fundamentalistas para erradicar la educación femenina están haciendo que los incidentes con el IS estén pasando mayormente desapercibidos. Durante las últimas semanas este nuevo conflicto se ha hecho sentir casi a diario. El lunes, según fuentes locales, una mina alcanzó un vehículo talibán en la provincia de Kunar, dejando tres milicianos muertos. Poco después hubo escaramuzas con miembros del Estado Islámico. Dos de ellos murieron.

Extrac, un observatorio independiente, ha contado 27 ataques distintos del Estado Islámico en el Jorasán desde el 18 de septiembre pasado, cuando comenzó esta última oleada. La gran mayoría ocurrieron en la provincia de Nangarhar, fronteriza con Pakistán y uno de los tradicionales bastiones del grupo que una vez lideró el pseudocalifa Abu Bakr Bagdadi, asesinado por Estados Unidos en Siria. Los golpes están consistiendo sobre todo en emboscadas contra vehículos de las fuerzas talibán o minas.

"Afganistán se está convirtiendo en Las Vegas de terroristas, radicales y extremistas", reconoce Ali Mohammad Ali, un ex miembro de las fuerzas de seguridad afganas. "Gente de todo el mundo, radicales y extremistas, están celebrando la victoria de los talibán". Un informe de la ONU del pasado junio, antes de la ofensiva con la que los talibán derrocaron el Gobierno de Ashraf Ghani, calculó que entre 8.000 y 10.000 combatientes extranjeros han llegado a Afganistán en los últimos meses.

Posible ataque en EEUU dentro de un año

La historia reciente de la insurgencia en Afganistán es la de un contubernio. Si el ataque del 11-S, del que acaban de cumplirse 20 años, evidenció unos lazos entre Al Qaeda y los talibán que se hacen notar hoy -la Red Haqqani, su violento grupo hermano, ha colocado a varios de los suyos en la jefatura del nuevo Gobierno talibán-, la anterior Administración de Ghani se desgañitaba, a cada nuevo atentado, culpando a los fundamentalistas de ser "lo mismo" que el IS.

Durante la ofensiva final para hacerse con el control del país, los talibán habilitaron al IS -debilitado hasta entonces por la presión de EEUU y del ejército afgano- liberando a miles de prisioneros de las cárceles afganas. Todo esto tras haber firmado en Qatar un acuerdo de paz con Estados Unidos en el que se comprometían expresamente a no permitir que ni el IS ni Al Qaeda lanzasen ataques contra Occidente desde Afganistán. Una posibilidad que hoy no descartan en Washington.

"Unos reconstruidos Al Qaeda o IS con aspiraciones de atacar a EEUU es una posibilidad muy real, y estas condiciones, a incluir actividad en espacios no gobernados podría presentarse en los próximos 12-36 meses", admitió la semana pasada el jefe del Estado Mayor Conjunto, el general Mark Milley, durante una comparecencia en el Congreso. "Los talibán eran y siguen siendo una organización terrorista y todavía no han roto lazos con Al Qaeda", subrayó.

Pero, fruto de la decisión de Washington de irse a la francesa, y tras la retirada de las tropas internacionales del país, estos mismos talibán, ligados al extremismo violento, con sus normas que vulneran los Derechos Humanos, sus problemas para controlar las campañas cainitas de sus propios miembros y su incapacidad para gestionar la precaria economía afgana quedan como el primer retén frente a la amenaza del Estado Islámico a Occidente.

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