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Terremotos

Turquía llora bajo los escombros y busca en cada sonido la esperanza: "Tenemos que encontrar a los vivos"

Los caminos bloqueados impiden la llegada de la ayuda. Surgen acusaciones sobre la mala calidad de los edificios, una de las posibles causa de la elevada cifra de muertos, ya más de 9.000

Mesut Hancer sostiene la mano de su hija, muerta en el terremoto, en Kahramanmaras (Turquía).
Mesut Hancer sostiene la mano de su hija, muerta en el terremoto, en Kahramanmaras (Turquía).ADEM ALTANAFP
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Lleva el pelo recogido con una banda para protegerse del polvo. Nina, voluntaria de una ONG afiliada a la Media Luna Roja, levanta un libro escolar por encima de la barrera que delimita el área de rescate. Ya no son solo los cuerpos los que se recuperan al día siguiente del terremoto. Objetos personales, recuerdos de una vida que no fueron suficientes para alejar a la muerte, que son llevados a quienes esperan algo por lo que llorar.

El silencio se rompe por el grito de una madre que ha reconocido el dibujo de su hijo. Diyar, de 35 años, parece tener 100. Hasta hace poco estaba feliz en ese edificio de 15 pisos que ya no existe. "¿Por qué no se derrumbaron los edificios alrededor?", se desespera. Diyar no sabía, no podía saber, que la apertura de un supermercado en los pisos inferiores había debilitado los ya frágiles cimientos. Años de construcción ilegal y abandono, particularmente en el sureste del país, han hecho que esta tierra esté particularmente expuesta a la furia de los terremotos. El motivo, explica a Al Jazeera Mustafa Erdik, profesor de la Universidad de Bogazici, existe y ciertamente no es difícil de adivinar: "El elevado número de víctimas se debe a la mala calidad de los edificios". Así, desde la urbanización masiva de la década de 1950 en adelante, incluso después del terremoto de 1999, se ha hecho muy poco para prevenir colapsos e implementar planes antisísmicos.

Nina continúa buscando durante otra media hora: los álbumes de fotos, los mechones de cabello con lazos mientras los lamentos de las madres y los padres, casi como si fueran oraciones, se mezclan con el polvo gris de los escombros. Luego ella misma también se derrumba y se da la vuelta para que no la vean llorando, mientras los voluntarios traen la leña a la hoguera para calentar a los que quedan en la calle. Detrás queda aún mucho donde excavar. La gente se para frente a los escombros durante horas esperando la señal más pequeña, mientras las excavadoras trabajan. Los que observan guardan silencio, como también piden los rescatistas porque cada gemido que sale desde abajo, en medio de esos bloques de hormigón y cables, por más tenue que sea, puede ser una huella.

Es el día siguiente, pero aún todo se siente muy cerca. Es el día en que "la prioridad es para los vivos", como repite todo el mundo. Turquía y Siria tan cerca y tan lejos, separadas por una frontera sellada por Ankara para evitar más refugiados. Retrasos en las labores de socorro, como denuncian en las redes sociales los ciudadanos de Hatay, particularmente afectados. "Ningún equipo y ningún oficial vino a Pazarcik", escribió un aldeano en el epicentro del terremoto en Twitter, mientras el hashtag #HatayYardimBekliyor (Hatay está esperando ayuda), empieza a subir puestos. Es la política de Ankara la que está bajo fuego. "¿Por qué el Estado no nos ayuda?", grita un hombre de Gaziantep. Espera que su padre sea salvado de debajo de las ruindas, dirigiéndose a un diputado del oficialismo.

"Llevo más de 24 horas trabajando"

Más allá de la disputa política, también está la dificultad de coordinar la ayuda en una de las zonas más complicadas de la región tanto desde el punto de vista geográfico como político. Más de 30 horas después del derrumbe, la esperanza requiere cada vez más coraje. Pero todavía es demasiado pronto para las protestas. Mientras tanto, sin embargo, la policía turca encuentra tiempo para arrestar a cuatro personas acusadas de ser "provocadores que pretendían crear miedo y pánico".

Peor aún es la situación en Siria, donde la oposición al régimen de Bashar Asad denuncia que "cientos de familias" están atrapadas bajo casas derrumbadas y la ayuda internacional se encuentra con el cierre de Damasco que -dice el portavoz de la Comisión Europea Eric Mamer- aún no ha enviado la autorización necesaria. Y un grupo de presos aprovecha el terremoto y el caos para escapar de la prisión militar de Rajo, cerca de la frontera turca en el noroeste de Siria, donde se encuentran 1.300 milicianos del IS.

Mientras tanto, Mehmet, de 30 años, se desploma en la acera, más de una tonelada de músculos tensos dentro de un mono azul de AFAD, la protección civil turca. "Llevo más de 24 horas trabajando, no puedo más, tengo que llamar a mi hija".

Pocas imágenes retratan la agonía con tanta claridad como la mano de Mesut Hancer agarrando la de su hija Irmak, de 15 años, quien murió el lunes por la noche y todavía está acostada en su colchón con su padre a su lado. Es Kahramanmara, el epicentro del primer terremoto , una ciudad poblada principalmente por refugiados, pobres y rurales. Triángulo de los sirios, lo llaman los de dentro.

Es allí, entre Salinurfa y Gaziantep, donde el terremoto golpeó con particular furia. A lo largo de la carretera que va al este de Adana, la excavación continúa, mientras que moverse es cada vez más difícil, entre bloques de hormigón, puentes inutilizables e interminables colas de vehículos. Cada kilómetro es una conquista. Abierto a vuelos civiles, pero con mil dificultades, sólo queda el aeropuerto de Adana. Mientras que en la base de Incirlik, la misma desde la que han despegado las grandes operaciones militares en Oriente Medio en los últimos años, los aviones militares aterrizan y despegan sin parar.

Tampoco se detiene el flujo de rescatistas que vienen desde otros países, aunque todavía es difícil encontrarlos operativos en el campo. Hasta 16 rescatadores altamente especializados llegan desde la Ciudad de México, con un récord de rescates bajo los escombros de terremotos de todo respeto y que cuentan con decenas de vidas humanas sacadas a la luz.

Pero eso no es suficiente. El humo negro ha envuelto el puerto de Iskenderun, uno de los dos principales puertos de contenedores en la costa sureste de Turquía, después de que cientos de contenedores se incendiaran en el terremoto, cuyas cargas ahora se desvían a otros puertos en Turquía y en Porta Said en Egipto. Otro problema para la llegada de las ayudas. Si la logística es complicada, el clima es inclemente y la ayuda nunca parece ser suficiente, mientras seguimos excavando, sigue el recuento.

El total de víctimas supera ya los 9.6000. Datos y números que hablan de una tragedia humanitaria de alcance similar a la desencadenada por una guerra: 23 millones de personas en Turquía y Siria podrían verse afectadas por el desastre según la OMS.

El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, habla de 8.000 personas salvadas -sin decir cuántas están desaparecidas-, y declara el estado de emergencia durante tres meses en las 10 provincias del sureste de Turquía mientras se espera su visita a la región.

El ministro de Defensa, Hulusi Akar, habla de 7.500 soldados turcos desplegados sobre el terreno. Mientras tanto, aún hay esperanza frente a los pulverizados rascacielos de Adana. Y mientras la oscuridad ahora lo envuelve todo, alguien comienza a gritar "Allah Akbar". Los faros vuelven a encenderse de inmediato y las excavadoras comienzan a funcionar de nuevo. Mehmet, el operador de protección civil que se había tomado un descanso, revive. Seca las lágrimas de Nina, que ha visto tanto dolor todo el día. Tal vez todavía hay vida allí abajo. Tal vez todavía valga la pena luchar por ello.




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