INTERNACIONAL
Paisajes Europeos (VIII)

La Hungría de Orban: euroescepticismo, conspiraciones y el 'no' perpetuo

Es un caso único entre los Veintisiete de un Gobierno dedicado a tiempo completo al choque con todos los socios comunitarios

El primer ministro húngaro, Viktor Orban, en una Cumbre en Bruselas.
El primer ministro húngaro, Viktor Orban, en una Cumbre en Bruselas.OLIVIER MATTHYSAP
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Cada vez que hay elecciones en Hungría, Viktor Orban despliega todo su arsenal. Hay campaña de miedo, ataques personales, millones de euros en anuncios para segmentos muy concretos de la población y toneladas de desinformación. Pero el plato principal, marca de la casa, son las teorías de la conspiración. Cada vez más enrevesadas, pues los argumentos tradicionales, como la influencia del multimillonario George Soros, que le pagó su beca en el Reino Unido cuando era joven, ya están amortizados. Hace cinco años llenó las calles de Budapest con el rostro del holandés Frans Timmermans, vicepresidente de la Comisión Europea, porque era el encargado de apretarle en materia del Estado de Derecho. Cinco años antes fue la cuestión migratoria y de los refugiados, con un vehemente discurso anti islam. Pero la de 2024 es la más completa: un reclutamiento forzoso promovido por el Partido Popular Europeo que llevará a jóvenes soldados húngaros a morir en el frente ucraniano. De la mano de la teoría racista del Gran Reemplazo.

En su intervención en un acto en Budapest el sábado pasado bautizado como marcha por la paz, Orban atacó a las instituciones europeas por su presunto gran plan para después de las elecciones de enviar a ciudadanos europeos a la guerra contra Rusia, señalando al presidente del Partido Popular Europeo, Manfred Weber. No fue una ocurrencia espontánea. Lleva semanas con ello, y su veterano ministro de Exteriores lo repite con firmeza en cada foro internacional, recalcando que los jóvenes magiares no serán sacrificados. En su mitin, Orban también se extendió sobre cómo parte de ese supuesto plan de la izquierda y el globalismo es permitir que Europa sea colonizada por millones de inmigrantes para extinguir, una a una, todas las naciones. El lema del acto, su mantra, no puede ser más claro: "Occupy Bruselas: No inmigración, no género, no guerra".

De los 27 países que celebran elecciones esta semana, Hungría es el único realmente diferente. En prácticamente todos hay formaciones políticas más o menos euroescépticas, soberanistas, contrarias a una mayor integración... En todos hay, en mayor o menor medida, intelectuales, analistas o medios enteros brutalmente críticos con la UE, sus prioridades estratégicas, los valores comprendidos en los Tratados...; y con una parte (creciente) de la población descontenta en general. En muchos de ellos hay voces que se oponen a ayudar a Ucrania o al envío de armas, o incluso al servicio o dictado de grandes potencias como Rusia o China. Pero lo que ocurre en Hungría no tiene equivalente. Es todo un Gobierno, y gran parte del Estado después de años de lenta colonización de las instituciones, dedicado a tiempo completo al choque.

Choque completo

A discrepar de todas las cuestiones esenciales, desde la política exterior al Presupuesto pasando por la Justicia, el Estado de Derecho, la economía o el cambio climático, por no hablar de la libertad de prensa. Es un país a la contra perpetua, en todos los aspectos, en cualquier circunstancia. Desinformando, tergiversando, atacando abiertamente a socios y a los líderes comunitarios con carteles y anuncios. Y eso hace que estas elecciones no sólo vayan a ser, como todas, un referendo interno sobre Viktor Orban, sino uno más amplio sobre la idea de Europa a pocos días de que el país asuma la Presidencia temporal del Consejo de la UE.

"Lo que pasa en Hungría es una anomalía difícil de imaginar y describir. Es al mismo tiempo burdo y abrumador. No hay ningún país con ese nivel de ficción, con una separación tan drástica entre la realidad y la narrativa del Gobierno y sus aparatos", lamenta una alta fuente comunitaria en Bruselas. En la capital belga hace tiempo que la cuestión dejó de sorprender y escandalizar, pero eso no quiere decir que esté asimilado. "Hemos aprendido a vivir con el ruido, con los obstáculos y las zancadillas. Con el boicot húngaro a prácticamente todas las decisiones de política exterior, a cualquier euro destinado a ayudar a Ucrania, a cualquier comunicado mínimamente crítico con Israel. Las cosas importantes acaban saliendo, en el Consejo y en el Consejo Europeo, pero el desgaste es insoportable", explica un diplomático continental, especialmente hastiado con lo que considera una tolerancia excesiva a los caprichos de Orban.

Según los datos del think tank Political Capital, desde principios de año, el partido del primer ministro húngaro y sus candidatos, los medios de comunicación progubernamentales y las ONG organizadas por el Ejecutivo "han gastado casi cuatro millones de euros en publicidad en las redes sociales. Fidesz ha gastado 2,5 veces más que los 13 partidos de oposición que anunciaron sus mensajes en las redes sociales juntos, y 8,5 veces más que el segundo mayor gastador, el opositor Partido Coalición Democrática".

"Las elecciones al Parlamento Europeo son tradicionalmente apropiadas para expresar el sentimiento de protesta, y ahora el descontento multifacético está a punto de tomar forma, ya que es más fácil para cualquier partido presentarse sin restricciones territoriales. Y el elector tampoco se siente presionado por lo que está en juego, pues no se trata de capacidad de gobernar, sino de simpatía", cree el politólogo Zoltán Lakner. Y por eso la inversión está siendo mayor que nunca.

Un hombre  con una camiseta de Orban y Trump, en una marcha en apoyo del primero.
Un hombre con una camiseta de Orban y Trump, en una marcha en apoyo del primero.AP

Los medios progubernamentales han gastado 11 veces más en anuncios de Facebook que los medios independientes y pro-oposición juntos. "La plataforma de influencers Megafon ha destinado más dinero en campañas electorales que todos los anunciantes en países de la UE como Croacia, Portugal y Eslovaquia. Todos los anunciantes combinados de Hungría han gastado más en anuncios políticos que todos los de Alemania, que tiene una población ocho veces mayor y una economía 20 veces mayor", dicen los cálculos de ese centro de pensamiento, muy crítico con el Ejecutivo.

"Hungría tiene el sistema de medios más centralizado y políticamente controlado de la UE. Orban ha construido un imperio mediático creando una autocracia informativa con control sobre el discurso público. Fidesz ha mantenido durante mucho tiempo a muchos votantes desinformados sobre cuestiones importantes. La campaña de 2022 fue la más exitosa en el laboratorio de la posverdad de Orban, cuando el líder más prorruso de la UE consiguió otra gran mayoría en el Parlamento 40 días después de la invasión a gran escala de Ucrania", apunta Peter Kreko, visiting fellow de la German Marshall Fund.

El futuro europeo, en juego

"Lo que está en juego en estas elecciones no podría ser mayor: estamos luchando por el futuro europeo. La mayor amenaza es que nos estamos alejando cada vez más de Europa, ya sean nuestros derechos democráticos, nuestra política exterior o nuestros niveles de vida. Viktor Orban se ha alineado firmemente con los dictadores del Este y la extrema derecha. Su política hacia la UE se reduce a un chantaje, debilitando la voz de Hungría justo cuando más necesitamos a nuestros aliados. Nosotros estamos haciendo campaña y trabajamos sin pedir disculpas por una Europa más fuerte y una Hungría proeuropea, porque es nuestra única oportunidad de libertad y prosperidad", dice la eurodiputada liberal Katalin Cseh.

El nivel de desinformación es de proporciones distópicas. En estos dos años, casi el 90% de la población ha escuchado reiteradamente que los principales partidos de la oposición querían desplegar tropas en Ucrania, algo que no es verdad. El 67% que la izquierda respaldaba las cirugías de cambio de sexo para niños menores de edad, sin que ningún político de la oposición de izquierda lo dijera. Y hasta el 85% que Hungría había sido el que mejor gestionó la pandemia, a pesar de tener la segunda tasa de mortalidad más alta de la UE. No es sólo lo escucharon, sino que entre el 45 y el 60% de ellos se lo creyó. Igual que el discurso de Orban, que ha convertido a figuras como Ursula von der Leyen, una conservadora alemana de la CDU con siete hijos, o el primer ministro polaco, Donald Tusk, en izquierdistas radicales contra la familia.

Su partido ha sacado una mayoría de dos tercios en las últimas cuatro elecciones parlamentarias y más del 50% en las tres europeas desde 2009. Pero, aunque todo apunta a que ganará ampliamente, ya no será igual por la irrupción de una alternativa inesperada. El protagonista se llama Peter Magyar y la historia es rocambolesca. Es el ex marido de Judit Varga, hasta el año pasado fiel ministra de Justicia y candidata para estas elecciones. Pero un escándalo interno se llevó por delante tanto a la presidenta del país, Katalin Novak, como a Varga, por el perdón en un caso turbio de abusos sexuales a menores. De golpe, Magyar, siempre en el entorno de Fidesz ganando dinero pero sin visibilidad, se convirtió en una estrella, atacando a la "mafia" del Estado y el Partido, enlazando entrevista con entrevista y convirtiéndose en tiempo récord en la principal baza de la oposición. Resucitó Tisza, un partido (De la libertad y el respeto) que existía pero que estaba en coma, y los sondeos le dan entre el 20 y el 30% de los votos. Menos que a Orban, pero quizá logrando que Fidesz baje hasta e 45% o el 40%, según las estimaciones más recientes.

Los nervios son enormes. Orban aspiraba a poner la primera piedra a una verdadera alianza de las fuerzas e ideas soberanistas en tres niveles: la Eurocámara, el Consejo Europeo (con un Gobierno mucho más radical en Países Bajos, Meloni en Italia y el populista teóricamente de izquierdas Robert Fico) y a nivel internacional, si Donald Trump logra imponerse en las elecciones norteamericanas. Quiere menos Europa, que le den dinero pero no le exijan nada. Que haya cooperación comercial pero no integración política. Hasta ahora ese mensaje le ha valido, pero da la sensación de que ha perdido parte del control. Ya no pone los temas sobre la mesa, sino que va a remolque y tiene que forzar.

Zsuzsanna Szelényi, autora del libro La democracia contaminada, Viktor Orban y la subversión de Hungría, comenzó su carrera como miembro de Fidesz durante el cambio de régimen en Hungría en 1988 y ha intercalado fases como diputada de varios partidos y el sector privado. Ahora trabaja en la Central European University, que tuvo que dejar Budapest e irse a Viena por las leyes represivas. "En 2022, el coste social de ganar ya fue muy alto para Orban. Fidesz ha gastado demasiado, lo que ha hecho subir la inflación y disparado los costes de financiación. Para ganar nuevos votantes, Fidesz ha tenido que idear una narrativa cada vez más radical, con una dura campaña antiinmigración y antigénero. La narrativa de la guerra rusa es otro ejemplo. Pero esta vez han ido demasiado lejos. Su punto álgido fue 2019, desde entonces ha ido cayendo. Aunque Fidesz es en gran medida un grupo impulsado por intereses, el espíritu tribal también es fuerte: se necesita un resurgimiento de la guerra cultural contra los liberales para mantener unida a la élite", explica. Y ahora, con la crisis por la presidencia, la caída en desgracia de su ex ministra de Justicia y los ataques de cada vez más miembros eso se empieza a tambalear. Lo que explicaría por qué se redoblan esfuerzos contra Bruselas.