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'Zwanze': el humor burlesco y alambicado que mejor sintetiza la abstracta identidad belga

Con fama de gris, aburrida y hasta de disfuncional, Bélgica lleva dos siglos desarrollando una identidad compleja sobre una estructura política y social imposible de replicar y entender

La reina Fabiola con una manzana en un desfile en 2009.
La reina Fabiola con una manzana en un desfile en 2009.J. DirkxEFE
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La mayor mentira jamás contada dice que Bélgica es un estado fallido, un país disfuncional y Bruselas, su capital, un lugar triste, aburrido y gris donde nunca pasa nada. Como los mejores bulos, se sustenta en una parte (no desdeñable) de verdad, pero es una realidad à la belge, y eso implica no tomarse nada en serio ni al pie de la letra, empezando por ti mismo. En un planeta figurativo, Bélgica brilla por su abstracción y dadaísmo y no caben juicios de valor canónicos.

Es apropiado que el elemento que mejor defina la identidad de este país sin nación, con fama de serio y sin gracia, sea el humor. Uno extraordinario, tan aparentemente básico como profundo en su tradición e historia. Ajeno al turista, al que no sale del barrio europeo. Un humor a menudo inapreciable, sobre todo si estás sobrio.

Contradictorio, caprichoso. A ratos doloroso, como este lugar que te acoge con prisa pero te devora si te resistes. La única forma de sobrevivir, la mejor forma de ser feliz, es embrace it. Aceptarlo, abrazarlo, disolverte en él, como cuando nuestra reina Fabiola, amenazada de muerte por un tipo con una ballesta, se presentó a la la fiesta nacional con una manzana sobre su pamela. No lo vas a entender nunca, así que tampoco te esfuerces demasiado y disfruta.

La mejor palabra de la que nunca han oído hablar lo explica a la perfección: el zwanze, que nace en el XIX y continua una tradición de la ironía como bella arte y la belgitude como ausencia de orgullo colectivo. Es la libertad pura de reír y de burlarse, en la línea de los carnavales. Un humor revolucionario y absurdo que le da el poder al pobre sobre el rico, al marginado sobre el héroe. "El zwanze te hace pensar después de haberte hecho reír", escribió el periodista Sander Pierron en 1914.

La palabra vendría del alemán o del brabançon, tanto da, para describir "un movimiento giratorio como un baile, un movimiento que te hace balancearte como un borracho o el movimiento de la cola de un cerdo. También es una forma de resistencia", explica la historiadora Eliane Van den Ende en un libro sobre el tema. Los belgas, y yo mismo, como derviches giróvagos, en un trance silencioso, anarquista, sin reglas ni fronteras, cargado de exageraciones, juegos de palabras, oxímoron.

La autoparodia como forma de ser, con parches, improvisaciones, caos, contradicción sin dogma. Juez rígido de día, bufón de noche. Era así hace siglo y medio, es así hoy. Un alma perdedora e indestructible, ligada al exilio, la soledad, la libertad de prensa. Stromae encarna bien este espíritu de zwanze. Alors on danse, una alegría inmensa y aparente por fuera con letra oscura y perturbadora, himno de alguien o algo roto por dentro.

"El humor es la cortesía de la desesperación", dijo el pintor Louis Ghémar, padre de este concepto. El humor es hoy el arma de quien deja el peor país del mundo, después de todos los demás, tras una década. El dolor desgarrado de quien amó y lloró y aprendió a querer sin condiciones. La congoja de quien encontró a la familia y el hogar y se aleja voluntariamente. La convicción de quien no quería venir pero que durante toda la eternidad, agradecido y apologeta, dirá cuando le pregunten por Bélgica, lo mismo que Francesca y Paolo desde el Infierno, "Amor, ch'a nullo amato amar perdona // mi prese del costui piacer sì forte // che, come vedi, ancor non m'abbandona".