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La historia del Colegio Nuestra Señora de Fátima pasó por etapas de esplendor y años turbulentos. Como todo el Líbano. Cuando se inauguró en Rmeileh en 1961, el recinto era un ejemplo de arquitectura gracias a su diseño con rampas, y muy pronto se convirtió en el destino predilecto de la élite de la cercana ciudad de Sidón.
Pese a ser una escuela de religiosos cristianos, la mitad de los casi 2.000 alumnos con los que llegó a contar hasta mediados de la década de los ochenta eran "musulmanes de Sidón, incluidos los hijos de Rafic Hariri (el primer ministro asesinado en 2005)", recuerda George Irad, un religioso de la Orden Marista, de 73 años.
"Era un ejemplo de convivencia y la guerra civil no nos afectó hasta 1985. Sí, desde el colegio pudimos ver las columnas de humo que salían de Damour (una localidad cristiana que sufrió un brutal asalto en 1976), pero poco más", agrega Irad.
Quienes conocen la reciente historia libanesa saben que, en este país, los conflictos terminan por echar raíces en todo el territorio. Así pasó con Rmeileh. Los religiosos de la Orden Marista, que regentaba entonces el centro educativo, recuerdan perfectamente la fecha en la que tuvieron que clausurarlo cuando fue ocupado por la milicia del Partido Comunista Libanés, que convirtió Rmeileh en su principal bastión en el sur del país. Ocurrió el 18 de marzo de 1985.
De aquella truculenta era queda la memoria y la devastación que dejaron tras sí los paramilitares, que todavía se puede apreciar en lo que antaño fue el ala del colegio dedicada a los más pequeños. En los muros de las ruinas se pueden leer loas a esa formación o garabatos que recuerdan a sus "mártires" (caídos en la guerra civil).
Repitiendo ese proceso de transmutación tan recurrente en la nación árabe, la edificación lectiva pasó a ser el cuartel de irregulares y sede de su emisora: "La Voz del Pueblo".
"Se comenta que también tenían celdas que usaron para torturar a los que detenían", recuerda el marista Juan Carlos Fuertes mientras recorre las aulas, que apenas recuerdan que lo fueron gracias a algunas pizarras.
"Los milicianos se quedaron casi una década. Más allá del final de la guerra civil. Les conseguimos echar cuando aceptamos que una parte del terreno fuese destinado al ejército (hay un cuartel al costado)", indica Irad.
Tras el desalojo de los paramilitares, el amplio complejo permaneció abandonado durante años, hasta que otro sacerdote español, el marista Miguel Cubeles, llegó al Líbano en 2015 en medio del éxodo de refugiados sirios al que asistía Europa en aquellas fechas. Cubeles consiguió rehabilitar el recinto, y a partir de marzo de 2016, lo dedicaron a la enseñanza de los sirios que huían de la guerra civil que había destrozado su país.
La guerra fratricida que destruyó el Líbano es pretérito, pero el presente continúa anclado en el mismo espíritu. Los conflictos armados son un episodio recurrente en la nación árabe. Por ello, los dos clérigos españoles de los maristas y La Salle que dirigen la institución se han visto obligados a transformar una vez más el complejo. La ofensiva que lanzó Israel en este país en septiembre forzó el cierre de las instalaciones como centro educativo para adaptarse a la crisis. Desde esa fecha oficia como recinto dedicado a la recreación de los más pequeños -sirios y libaneses- durante las mañanas.
"Los niños no tienen nada que hacer y llevan meses así. Estos juegos les permiten recuperar una infancia que están perdiendo", opina el religioso valenciano, Guillermo Moreno.
Al mismo tiempo, los curas usan sus instalaciones como centro de acopio de ayuda humanitaria, que reparten entre las muchas familias desplazadas de la zona.
Mientras que los chiquillos juegan entre columpios, en una de las habitaciones cercanas, grupos de chavales se esfuerzan por apilar sacos de arroz, colchones y cajas repletas de alimentos.
"Estamos asistiendo a unas 2.000 familias", precisa el vallisoletano Fuertes.
Entre los beneficiarios de esa asistencia figura una de las singulares cocinas comunitarias que se han instalado en la cercana ciudad de Sidón, desbordada por decenas de miles de desplazados que han huido de las regiones más castigadas por los ataques israelíes.
El equipo en el que participa Zahra Zainu, de 33 años, prepara los alimentos en seis enormes cazuelas colocadas en una de las habitaciones de una clínica dental, que sigue oficiando como tal. Los fogones se alternan con la revisión de caries.
"En el Líbano no hay estado, y somos los libaneses los que tenemos que responder a las necesidades de nuestra gente, con la ayuda de organizaciones como 'los hermanos' (así apodan en el área a los religiosos)", asevera Zahra.
La conversación queda interrumpida por otra severa explosión. Un nuevo asalto aéreo en las inmediaciones. Al igual que ocurrió durante la primera fase de la guerra civil, cuando Rmeileh parecía abstraerse del conflicto, los pequeños y los profesores de Nuestra Señora de Fátima que les acompañan están siendo testigos de los brutales bombardeos que se registran en las proximidades. Tan sólo en lo que va de mes, más de una decena de personas han fallecido en repetidos ataques israelíes en la ciudad de Sidón, a pocos minutos de conducción.
El zumbido omnipresente de los drones israelíes es una constante durante la visita del periodista.
"Los primeros días (de la ofensiva) fueron una locura. Se veían las columnas de humo en las cercanías. Había mucha incertidumbre y miedo. Llegamos a contar más de 100 explosiones", rememora el valenciano Guillermo Moreno.
Fuertes, sin embargo, incide en que nunca se han planteado evacuar el lugar emulando lo que hicieron otros muchos españoles cuando arreció la acometida israelí.
"Estamos aquí para ayudar, no para huir cuando más nos necesitan", opina.