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El avance relámpago de los rebeldes en Siria ha arruinado uno de los logros más importantes de Vladimir Putin: su intervención militar de 2015 para salvar el régimen de Bashar Asad. Siria representaba el único punto de apoyo del ejército ruso en el Mediterráneo. Protegiendo esas codiciadas aguas libres de hielo, Moscú se proyectaba como un imperio multidireccional. Algo ha sucedido para que en los últimos días el ministro de Exteriores ruso, Serguei Lavrov, dejase de sonar como un macho imperial cuando le preguntaron su pronóstico sobre el avance rebelde en Siria: "No puedo adivinar. No es nuestro trabajo adivinar". Todas las potencias, acostumbradas a moldear la historia, pasan por algún momento en el que simplemente la contemplan.
Poco después, el domingo, a primera hora de la tarde, el Ministerio de Exteriores de Rusia confirmaba que el régimen de su aliado se había desintegrado. "Como resultado de las negociaciones entre B. Asad y varios participantes en el conflicto armado en la República Árabe Siria, [Asad] decidió dejar el cargo presidencial y abandonó el país, dando instrucciones para llevar a cabo la transferencia de poder de manera pacífica". Asegura Moscú que no participó en estas negociaciones. Y destaca que "en este sentido, la Federación de Rusia está en contacto con todos los grupos de la oposición siria". Por una vez, Moscú evitó usar la palabra "terroristas", con la que solía referirse a los rebeldes; ahora son participantes en el conflicto armado. El régimen ruso se prepara para un escenario distinto, confiado en que para Asad todo está perdido, pero para el Kremlin no.
Siria ha sido un aliado cercano al que Rusia ha apoyado militarmente durante años. El fin del control de Asad en Siria no sólo pone en riesgo el prestigio de Rusia, sino también su codiciada posición militar en la región del Mediterráneo oriental: la base naval de Tartus y, más al norte, la base aérea de Khmeimim, ambas con contratos de arrendamiento de varias décadas obtenidos después de la intervención de Rusia para salvar el régimen.
Putin utilizaba estos enclaves para proteger el frágil régimen de Asad. Pero a la vez servían a un propósito mayor que, al igual que la invasión de Ucrania, nace de las hondas frustraciones del presidente ruso: desafiar la supremacía estadounidense. En Ucrania, se trata de mantener el control de parte de Europa Central como lo hicieron Stalin y sus sucesores. En el caso del enclave sirio, ha sido vital para que el régimen de Putin pueda proyectar su poder militar en el Mediterráneo oriental reivindicando el papel de potencia mundial. Moscú se mide con Washington emulando sus aspiraciones: Estados Unidos tiene intereses globales "discutibles", Rusia defiende sus "indiscutibles" intereses vitales en sus inmensos contornos.
Junto a Tartus, Rusia ha conservado una flotilla, incluyendo, en ocasiones, incluso un submarino. Todo ello constituía un disputado útil para proteger su flota de buques portacontenedores y de suministro de mercancías. Tartus también sirvió como base de operaciones para los principales buques de guerra que querían sumarse a la lucha en el mar Negro. Sin embargo, la mayoría de ellos, fueron bloqueados por Turquía cuando comenzó la invasión.
Desde 2024, los drones de superficie ucranianos han terminado de convertir el mar Negro en territorio peligroso para los buques rusos. Con ese acceso cerrado, el Mediterráneo es de pronto un mar lejano para Rusia. Los barcos rusos han permanecido en el Mediterráneo para ofrecer apoyo, y aunque Moscú ha tratado de mantener su nivel de presencia naval en el Mediterráneo, los buques de guerra y submarinos en Tartus siguieron siendo clave. Sin Tartus, los buques rusos del Mediterráneo tendrán que llegar siempre, y sin excepción, desde el Báltico, circunvalando el viejo continente, mientras Moscú trata de acordar un puerto seguro temporal en Argelia o Libia.
Los servicios de inteligencia de Ucrania adelantaron en la mañana del domingo que los rusos estaban retirando sus buques de guerra de la base siria en Tartus y transfiriendo armas y equipos militares por aire desde la base de Khmeimim. Moscú reconoce que "las bases militares rusas en Siria están en alerta máxima", aunque "por el momento" no existe "ninguna amenaza grave para su seguridad".
Sin embargo, los datos obtenidos por fuentes abiertas de tráfico aéreo corroboran que, durante todo el fin de semana, Rusia no paró de sacar personal y equipamiento militar desde la base aérea de Khmeimim en aviones Il-76. Rusia tenía hasta hace unos días cinco buques de guerra y un submarino con base en Tartus. Según el analista H. I. Sutton, del US Naval Institute, los efectivos incluían dos fragatas de la clase Gorskhov, una fragata de la clase Grigorovich, dos barcos de apoyo y un submarino de la clase Kilo Mejorada. Uno de estos barcos, el Yelnya, fue avistado saliendo de Tartus en la mañana del 2 de diciembre de 2024. Además, hay información que sugiere que algunos o todos los demás barcos también han partido. El medio NavalNews sugiere que el submarino, las fragatas y otro auxiliar también zarparon de Tartus.
La guerra de Rusia en Ucrania y los conflictos de Hizbulá con Israel han privado a Asad del apoyo que lo había mantenido en el poder. En el punto álgido de su intervención, Rusia tenía alrededor de 5.000 soldados regulares y miles de mercenarios de Wagner en Siria. Los analistas difieren sobre el número actual de efectivos, que se estima en al menos 3.000 o 4.000, aunque con una capacidad de reacción considerablemente menor.
La manera de demostrar que eres un emperador es cuando vulneras el orden establecido y nadie puede castigarte. Enfrentado con Occidente por la guerra de Ucrania, para Putin tanto Erdogan como Trump son una oportunidad para vencer el aislamiento, imponiendo un orden nuevo. Pero tanto el inminente líder de Estados Unidos como el turco -aunque sean útiles de cara a la invasión de Ucrania- están en el bando opuesto al ruso en el escenario sirio.
DOS GUERRAS SON DEMASIADO
Para Kiev, el fracaso de Rusia en su plan de sostener al régimen de Asad en Siria es una prueba de la tensión que la guerra en Ucrania ha puesto sobre las capacidades de Moscú. "Podemos ver que Rusia no puede luchar en dos frentes; esto queda claro a partir de los acontecimientos en Siria", declaró a los periodistas el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de Ucrania, Heorhii Tykhyi, que negó que Kiev estuviera implicada en los combates en ese escenario.
En los dos últimos años de invasión rusa, Moscú ha redistribuido armamento desde Siria a Ucrania, incluidos sistemas de misiles Pantsir. En realidad, Rusia sí puede estar presente en dos frentes: Moscú mantenía un número relativamente similar de hombres y realizaba el mismo número de operaciones que antes, pero la diferencia es que desde 2022, su margen para enviar refuerzos es nulo y sus mejores oficiales están en su guerra europea, no en su campaña siria. La guerra se basa en buena medida en percepciones, y desde que quedó claro que Kiev no caería en tres semanas, sino que optaría por resistir, Moscú quedó aferrada a una guerra de conquista y desgaste que sólo podía perjudicar a la protección de Damasco.
EL ÉXITO TÓXICO DE 2015
Para Vladimir Putin, su triunfal campaña en Siria en 2015 fue clave en su decisión de invadir a gran escala Ucrania. El éxito de una campaña aérea contra unos rebeldes sin aviones dio a Putin muchas señales equivocadas sobre lo que sus tanques podrían hacer en ese "país artificial" llamado Ucrania.
Al igual que en Ucrania, en Siria no era tan importante recuperar todo el territorio sino apuntalar, mediante el uso de armas, lo que se considera un estatus irrenunciable heredado de la URSS: en Ucrania es la prolongación del imperio, en Siria la supervivencia de un aliado histórico con un puerto cálido casi insustituible.
La caída de Asad refuta todas las creencias sobre desenlaces inevitables o frentes congelados en uno u otro conflicto. Cuando Rusia tomó la iniciativa, hace casi una década, Alepo estaba en la primera línea de la guerra entre las fuerzas controladas por el Gobierno y las filas rebeldes. Sin embargo, con la ayuda de la fuerza aérea rusa y del grupo militante Hizbulá con base en el Líbano, Asad pudo recuperar el control de todo Alepo a finales de 2016.
Estados Unidos ha detectado los preparativos de los rebeldes para una ofensiva, pero la velocidad de esa ofensiva, según han dicho otros funcionarios, tomó por sorpresa tanto a los rebeldes como a las agencias de inteligencia internacionales.
Al igual que la decisión de Joe Biden de retirarse de Afganistán en 2021 cimentó el desafío ruso de 2022, Moscú afronta un golpe similar en su credibilidad. Hasta ahora, la preservación del régimen en Damasco mostraba a Rusia como un aliado fiable dispuesto a defender a sus socios, reforzando su credibilidad en la región. Sin embargo, la guerra de desgaste en Ucrania, que se suponía agotaría el apoyo occidental, ha agotado antes a las fuerzas rusas que protegían el régimen de Asad.
Siria lleva décadas bajo el yugo de una dictadura brutal y horrenda. "Nuestro líder para siempre" era el lema de la dinastía. Muchos refugiados sirios se habían resignado a una vida en el exilio. Entre las demostraciones de poder de los autócratas, está imprimir la idea de que serán eternos. Cuando esta magia se quiebra, aparecen grietas en el hechizo del resto de los tiranos. "La desesperación, una vez más, es parte del plan", escribe Anne Applebaum. Pero aunque los dictadores juegan a ser dioses, están sostenidos por miles de factores humanos.
La muerte a golpes de Muamar Gadafi en 2011 causó una fuerte impresión en Vladimir Putin, que decidió endurecer su régimen cuando regresó al Kremlin en 2012. La caída de Asad desprende metralla histórica volando en la misma dirección. Y el Kremlin no tiene hoy más margen de maniobra, sino menos: la represión ha alcanzado máximos, y el gasto militar también. La guerra, que fue vista como solución, empieza a parecer un problema.