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La persona con más poder del gabinete de Donald Trump es de la que menos se habla. Se llama Susie Wiles, es la jefa de gabinete del presidente, y a ella le debe Trump su regreso a la Casa Blanca, ya que ella dirigió su campaña electoral. Wiles tiene más poder que nadie, incluyendo Elon Musk, aunque no tuitee ni salga en televisión.
No es sólo por el hecho de que el jefe de gabinete controle, en teoría, la agenda y los encuentros de su jefe, porque, como comprobaron en el primer mandato de Trump los cuatro hombres que ejercieron el cargo -Reince Priebus, John Kelly, Mick Mulvaney y Mark Meadows- Trump hace lo que quiere. El poder de Wiles se debe a que ella es la única persona del planeta Tierra a la que, que se sepa, Trump hace caso, con la posible excepción de los hijos del primer matrimonio del presidente.
Wiles es, también, la primera mujer que llega al cargo de jefe de gabinete de la Casa Blanca, lo que expone una característica del Gobierno de Trump: su diversidad. En el Ejecutivo estará el hispano con rango más alto en la Historia de EEUU -Marco Rubio, secretario de Estado, lo que le sitúa en cuarta posición en la sucesión del presidente-, la segunda persona casada con alguien de su mismo sexo desde que se fundó el país -Scott Bessent, secretario del Tesoro-, y el miembro de la crecientemente influyente comunidad india de EEUU con más poder -Kash Patel, director del FBI-. Un musulmán, Mehmet Oz, estará al frente de los sistemas público-privados de sanidad que cubren al 42% de la población.
Con Trump, habrá más mujeres que en el Gobierno de Obama. Y, sobre todo, muchos jóvenes. La portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, tiene 27 años, lo que la hace la persona de menor edad en ocupar ese cargo. El casi seguro secretario de Defensa, Pete Hegseth, sólo tiene 44, apenas uno más que los de Donald Rumsfeld cuando en 1974 se convirtió en el más joven en llegar a esa posición. Con 40 años, JD Vance será el tercer vicepresidente más joven de la Historia de EEUU. Desde el también republicano George Bush padre, hace 36 años, no había un gabinete tan joven como el de Trump.
Es un equipo que es también un reflejo de las prioridades del presidente: bajar los impuestos a las empresas y a las rentas más altas; reducir regulaciones; controlar la Administración Pública hasta un nivel que no se veía desde finales del siglo XIX; y, por supuesto, combatir la inmigración ilegal. Pero el talante personal y político de los encargados de hacerlo es muy diferente.
El gabinete podría dividirse en tres grupos: los zelotes, los tecnócratas y los casos clínicos. Los primeros son los más comprometidos ideológicamente con Trump, y se van a encargar de inmigración, Justicia y seguridad interior. Casi todos ellos trabajaron en el primer mandato del presidente. Entre sus funciones es probable que se encuentre la de aplicar la ley de manera especialmente dura contra los enemigos políticos de Trump.
En ese grupo destaca Stephen Miller, el vicefiscal general -lo que equivaldría a viceministro de Justicia en España-, que va a encargarse, junto con Tom Homan, la política de deportaciones, que se centrará en las grandes ciudades demócratas, ya que si se lleva a cabo en áreas rurales afectaría directamente a la economía de muchos votantes de Trump que viven en zonas en las que la agricultura o la construcción dependen de indocumentados. Miller es el artífice de la separación de familias de inmigrantes indocumentados llevaron a cabo en el primer mandato de Trump, que se saldó con cientos de menores de edad que han perdido para siempre la posibilidad de reencontrarse con sus madres. También ha defendido en televisión la frase de Trump de que los inmigrantes "están envenenando la sangre de nuestro país".
En esa misma categoría está la fiscal general, Pam Bondi, aunque en ese caso es una persona más cauta que el primer seleccionado por Trump para el cargo, Matt Gaetz, que tuvo que retirarse por pederasta. Y también Patel, uno de los artífices del intento de golpe de Trump tras su derrota electoral en 2020. Dadas sus declaraciones -"Dios nos ha bendecido al enviarnos a Donald Trump" o "vamos a ir a por los periodistas que mintieron al pueblo estadounidense cuando Joe Biden robó las elecciones"- el hecho de que Patel vaya a dirigir el FBI, que es la principal fuerza policial a nivel nacional de EEUU, no parecen encajar particularmente bien en un Estado de Derecho.
En política económica Trump ha seguido la regla de su primer mandato, al nominar a financieros multimillonarios de Wall Street cuya misión principal va a ser llevar a cabo las bajadas de impuestos. Entre ellos destaca Bessent, quien, curiosamente, hizo gran parte de su carrera como mano derecha de George Soros, una de las bestias negras de la ultraderecha trumpista, y que hasta 2016 fue un gran donante del Partido Demócrata. Otro personaje relevante será Howard Lutnick, del bróker de Wall Street Cantor Fitzgerald, que compitió por la dirección del Tesoro con Bessent pero ha tenido que conformarse con el cargo de secretario de Comercio.
Muy probablemente, Bessent y Lutnick tendrán que hacer contorsionismo político y diplomático para suavizar el proteccionismo comercial de Trump, que va a dirigir directamente las prometidas subidas de aranceles con la ayuda de Jamieson Greener, que va a ser representante de Comercio, un cargo de difícil equivalencia en España pero enormemente relevante en materia de intercambios con terceros países. Al frente de las agencias regulatorias y de las áreas del Departamento de Justicia que se ocupan de la defensa de la competencia, Trump ha puesto a personajes con perfil técnico. El objetivo es eliminar la policía de defensa de la competencia de Biden, que estaba dominada por el ala izquierda del Partido Demócrata, que fue el precio que le exigió la senadora Elizabeth Warren, que se sitúa en esa corriente ideológica, a cambio de su apoyo a las iniciativas legislativas del presidente.
En la misma línea del republicanismo tradicional está Marco Rubio, aunque en ese caso no está nada claro si va a tener poder decisorio fuera de la política para América Latina. Y también el secretario de Energía, Doug Burgum, entre cuyos colaboradores más importantes va a estar el murciano de nacimiento Darío Gil, que hasta ahora ha estado en IBM.
Más incierto es el papel del consejero de Seguridad Nacional, Michael Waltz, y del director de la CIA, John Ratcliffe, que tienen escasa experiencia en esas áreas. Aunque a eso nadie gana al secretario de Defensa, Pete Hegseth, que es un comentarista televisivo y mayor de la Guardia Nacional -un cargo que se sitúa por encima del de capitán y por debajo del de teniente coronel-, sin ninguna experiencia en gestión ni en políticas públicas, pero que va a ser puesto al frente de un monstruo que emplea a tres millones de personas y tiene un presupuesto anual de 825.000 millones de euros.
Hegseth es la transición perfecta al tercer grupo, el de los casos clínicos que nadie se explica cómo han sido nominados. Ahí sobresalen tres personajes. Uno es la ex congresista demócrata Tulsi Gabbard, una abierta defensora de Putin y de la invasión rusa de Ucrania que ha sido nominada nada menos que para directora nacional de Inteligencia.
El segundo es Robert F. Kennedy, antivacunas y destacado defensor de teorías conspiratorias -como que el Covid-19 fue diseñado para respetar a los asiáticos y a los judíos askenazíes-, al que Trump quiere hacer secretario de Salud. Y el tercero es Mehmet Oz, que también es otro personaje televisivo que ha abrazado diferentes teorías seudocientíficas y no tiene experiencia en gestión de organismos del Estado que va a gestionar los sistemas público-privados de asistencia sanitaria Medicare y Medicaid, que cubren a 140 millones de estadounidenses.