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Israel volverá a llevar al Festival de Eurovisión los brutales ataques de Hamas y otros grupos islamistas del 7 de octubre de 2023 que se cobraron la vida de más de 1.200 personas y que desencadenaron a continuación una terrible ofensiva militar del Estado hebreo en Gaza que ha arrasado con la Franja y matado al menos a 47.000 residentes. Es la consecuencia de la elección de la cantante Yuval Raphael (24 años) como representante del país en la próxima edición del concurso de la canción más popular del globo, que tendrá lugar en Suiza en mayo.
No solo porque Raphael sea una de las supervivientes que por fortuna lograron escapar del zarpazo terrorista en aquella jornada de la infamia. Sino también porque, en línea de lo que ya ocurrió el año pasado con la participación de Eden Golan en el certamen, la nueva abanderada dejó claro en cuanto fue escogida que su intención es aprovechar su paso por Eurovisión para volver a contar al mundo "la historia de su país, de lo que pasó ella y de lo que pasaron otros", en referencia a los peores atentados en la historia de la nación.
Tanto da que el Festival de la UER, con una audiencia que alcanza los 200 millones de espectadores en todo el globo y con una repercusión mediática que difícilmente logra ningún otro acontecimiento cultural europeo, tenga entre sus principios el de ser una competición en la que no tienen cabida asuntos políticos. El año pasado, en su participación más polémica en el concurso, Israel demostró su total disposición a politizarlo, y se ve que este 2025 seguirá por el mismo camino.
Yuval Raphael se encontraba el 7-O con un grupo de amigos en el Festival Nova -un evento de música electrónica a las afueras de la pequeña localidad de Re'im, a pocos kilómetros de la Franja de Gaza-, en el que fueron asesinadas unas 340 personas. Centenares de personas, tanto israelíes como de numerosas nacionalidades, atraídos por la fama del festival, disfrutaban cuando el recinto sufrió el brutal asalto de decenas de milicianos de Hamas. Raphael consiguió salvarse al poder llegar hasta un refugio antiaéreo cercano, donde, como otras personas, tuvo que esconderse y hacerse la muerta bajo cadáveres de quienes no tuvieron su suerte. Una experiencia atroz de la que, como dijo el miércoles en la televisión pública israelí, intenta "sanarse a través de la música".
Yuval Raphael se impuso en la final del HaKokhav Haba, el concurso mediante el que la emisora KAN escoge cada año a su representante eurovisivo. Hasta la gala final, la clara favorita era Valerie Hamaty, cantante árabe cristiana que no se había librado en las últimas semanas de las críticas de los sectores más intransigentes del país. Por un lado, grupos musulmanes y árabes venían denunciando que la candidatura de Hamaty reflejaba una alineación absoluta con la narrativa del Gobierno de Netanhayu en la guerra; por otro, ultraortodoxos radicales se hacían de cruces por la posibilidad de que una artista no judía pudiera representar al país en Suiza.
Además de Raphael, finalmente ganadora, en la final del HaKokhav Haba participó otro cantante al que el 7-O le cambió la vida por completo: Daniel Weiss, residente en el kibutz Beeri, que perdió a sus padres asesinados por los terroristas.
Polémica participación
La participación de Israel en Eurovisión amenaza con volver a generar una extraordinaria controversia en los próximos meses. El precedente de lo ocurrido el año pasado está demasiado fresco. Las peticiones de varios países a la UER -la red de emisoras públicas que organiza el certamen- para que dejara fuera del concurso a Israel en plena guerra de Gaza -y con una investigación en curso en la Corte Penal Internacional por posibles violaciones del Derecho Internacional- no surtieron efecto.
Sin embargo, lo cierto es que la participación llegó a estar seriamente amenazada cuando la KAN pretendió competir con una canción de inequívoco contenido político. La emisora echó un pulso a la UER, llegando a asegurar que no iba a tocar una sola coma de los dos temas que presentó, aunque ello suponía una descalificación segura. "Tenemos derecho a cantar sobre lo que hemos pasado", dijo Israel Katz, el ministro de Asuntos Exteriores israelí, que se indignó cuando October Rain -la primera versión- fue rechazada, una decisión que su compañero de gabinete, el titular de Cultura, Miki Zohar, tachó de "bochornosa".
Todo se resolvió con la mediación del mismísimo presidente de Israel, Isaac Herzog, quien intervino para que su país acabara compitiendo, como siempre. "No se trata sólo de tener razón, sino también de ser inteligentes. Hablamos de diplomacia pública y creo que es importante que Israel aparezca en Eurovisión, y esto también es una declaración precisamente porque hay muchos propagadores de odio que intentan expulsarnos de cada escenario", dijo entonces el mandatario.
Eden Golan terminó participando con Hurricane, un tema que a nadie se le escapaba que seguía hablando sobre el trauma nacional por el 7-O, pero lo hacía recurriendo a poéticos subterfugios que pasaron el corte de una UER que no supo gestionar con habilidad la mayor crisis del Festival en casi siete décadas de historia.
Ahora podría repetirse una situación de tensión similar. Porque, aunque Israel tiene ya a su representante, no se conocerá hasta marzo con qué canción participará. "Quiero contar lo que nos ha pasado, pero no desde una posición de búsqueda de compasión, sino desde una posición de firmeza [frente al horror] y frente a los abucheos que estoy al cien por cien segura de que saldrán de la multitud en Suiza", se anticipó Yuval Raphael, confirmando que la polémica está más que asegurada.
Como demostró la intervención de Herzog, la participación de Israel en Eurovisión hoy es todo un asunto de Estado, dado que al país le sirve para mantenerse en una plataforma de tal repercusión junto al grueso de las naciones europeas -sus grandes aliados en la geopolítica global, sin contar naturalmente a EEUU- y, a la vez, venderlo como un triunfo simbólico pero importante ante quienes defienden las reivindicaciones palestinas.
La ley de Netanyahu que amenaza a la televisión pública
Sin embargo, la paradoja es que la continuidad de Israel en Eurovisión podría correr serio peligro si avanzan las intenciones del Gobierno de Netanyahu respecto a la Corporación de Radiodifusión Pública nacional. Y es que, a finales del año pasado, el ministro de Comunicaciones presentó un proyecto de ley que, de ser aprobado, pondría en serio peligro tanto la viabilidad económica del ente -se habla incluso de su posible privatización- como la pérdida absoluta de independencia de la cadena para decidir sus contenidos, que quedarían bajo la total supervisión del Ejecutivo. La misma UER hizo público un comunicado en noviembre, alertando de las graves consecuencias de los pasos dados por el Gabinete de Netanyahu. "Estamos profundamente preocupados por la legislación propuesta por el Gobierno israelí, que les permitiría cambiar o cancelar partidas en el presupuesto de la radiotelevisión pública, poniendo en riesgo su independencia editorial y financiera".
Si la ley de medios proyectada viera la luz, Israel podría quedar fuera de la UER. Y, con ello, su retirada del Festival de Eurovisión sería definitiva.