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Si el cuerpo del pastor se enfría a los pies del baldaquino de Bernini no será por el calor de gratitud que desprende el desfile de sus ovejas. El espectáculo de la capilla ardiente de un pontífice no pone la condición de la fe, pero sí la de cierta sensibilidad artística para admirar la fusión perfecta entre la solemnidad litúrgica y el arrebato de piedad. Ese producto emocional es único. La Iglesia Católica lleva facturándolo siglos y nadie más conoce la fórmula. No reside solo en los gestos, en los colores, en los sonidos. Uno contempla la escena y no sabe dónde acaba el llanto viril del guardia suizo en formación y dónde empieza la fragilidad desafiante de una monja solitaria.
Está previsto que dure tres días esta procesión popular de adioses que ejecutan entre lágrimas peregrinos venidos de todo el mundo. ¿Se habrá colado también entre esas ovejas más de una cabra arrepentida? No debería extrañarnos: de todo hay en la viña del Señor y no hay pontificado que no vendimie algunas uvas de la ira. El de Francisco ha cosechado añadas enteras. Como anota Aldo Cazzullo, firma estrella del Corriere, los progresistas quizás no amaron a Wojtyla, pero muchos conservadores odiaron a Bergoglio.
En esos ámbitos de ceño y lija se repite que el Papa argentino ha gustado más a los ateos que a los católicos. Pero de ser eso cuantitativamente cierto (que no lo es), Jorge Mario Bergoglio se lo hubiera tomado como un triunfo antes que como un reproche. Siendo cardenal ya argumentó ante sus compañeros de cónclave que el catolicismo debía huir de la prisión de la autorreferencialidad. Y en eso ha consistido básicamente su papado: en dejar de predicar para convencidos. Diversificar el target, por decirlo en pijo. Sabía que al hacerlo levantaría suspicacias en la Curia, pero asumió el riesgo como Pablo de Tarso cuando se abrió a los gentiles. Después de todo, la irritante parábola de los jornaleros ya enseña que llegar primero no autoriza a ganar más que el último. La viña del Señor no se sujeta a convenio sindical.
Este y no otro es el debate que abrirá el cónclave: cuidar más de los propios o seguir predicando en el desierto. Abrazar la belleza como estrategia legítima de la opción católica o continuar persiguiendo esa desnudez esencial, casi protestante, contra la que se construyeron ciudades como Roma o Sevilla.
Veamos. Que Francisco designara al 80% de los cardenales electores no significa que el 80% del cónclave sea francisquista. Pietro Parolin ha sido su secretario de Estado, pero se le considera un candidato de transición —igual que al húngaro Erdö— más que un continuista o un rebotado. Antes de que Bergoglio fuera papable Matteo Zuppi ya conocía por su nombre a los sintecho de Roma y oficiaba sus entierros, pero pertenece a una familia de rancio abolengo Vaticano. Al filipino Tagle parece sonreírle el signo de los tiempos, porque el catolicismo crece hoy fundamentalmente en Asia, pero Francisco destituyó al equipo de Cáritas que él dirigía. Y tampoco conviene confundir a los pobres, respetuosos de la autoridad y la tradición, con los pobristas, que idealizan aquello que no han padecido. En cuanto a Pizzavalla, italiano en Jerusalén, por aquí es el preferido de los mismos vaticanistas que lo descartan por su juventud.
Este año vuelve a adelantarse la vendimia.