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Arquitectura

La revolución de la neuroarquitectura: por qué los estudiantes aprenderían más si sus aulas se pintaran de azul

La arquitectura va directa al sistema nervioso y la neurociencia puede medir su impacto y las sensaciones que despierta en el ser humano. España se perfila como uno de los países líderes en una disciplina emergente que puede cambiar la manera de construir

La revolución de la neuroarquitectura: por qué los estudiantes aprenderían más si sus aulas se pintaran de azul
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La catedral gótica de Amiens se alza, imponente, como una de las más altas de Francia. Al mirar hacia arriba se produce ese asombro de efecto rascacielos como en Nueva York: con sus 112 metros de altura prácticamente dobla la de Notre Dame de París y roza las Torres Kio de Madrid. Pero en su interior, con la luz tamizada por las vidrieras y la música de Bach entre piedras del siglo XIII, la sensación es esta: «Si entras al atardecer, mientras un órgano suena y descubres que te da un vuelco el corazón es porque tu cerebro -no tu corazón- se ha llenado de asombro. Las células de tu cerebro se están regando con una descarga repentina de sangre, elevando tu temperatura, acelerando tu pulso, e inundándolo de recuerdos (...) Los olores a humedad de los siglos pasados se registran inconscientemente en las neuronas olfativas en el puente de tu nariz. Estás experimentando la arquitectura».

El espacio se percibe desde la piel, con todos los sentidos. Y uno de los precursores a la hora de entender y describir ese impacto neurológico fue John Paul Eberhard (1927-2020), que en 2003 fundó la Academy of Neuroscience for Architecture (ANFA) en San Diego. «Los arquitectos, tal como se los concibe convencionalmente, están obsoletos», profetizó el norteamericano Eberhard... ¡ya en 1969!

Aunque sus ensayos en los que aboga por una arquitectura de la mente no están ni traducidos al castellano, la ANFA se ha convertido en una guía a la hora de difundir el conocimiento de una disciplina tan nueva que aún cuesta entenderla: la neuroarquitectura. Un campo en el que España despunta como pionera y, de haber una ambiciosa inversión pública en investigación, podría consolidarse como uno de los países líderes en la materia.

«La arquitectura no solo debe basarse en geometrías y materiales sino en las emociones que estas dos juntas transmiten», reivindica la arquitecta Ana Mombiedro, especializada en Neurociencia y Percepción, autora del esclarecedor y filosófico Neuroarquitectura. Aprendiendo a través del espacio (Edelvives, 2022).

Este es el primer ensayo en español, en el que Mombiedro explica las bases de la neuroarquitectura como si fuese una conversación de tú a tú, un libro-paseo, como ella lo define, en el que traduce conceptos complejos en poéticas imágenes, por ejemplo, la nieve cayendo sobre Helsinki para comprender cómo el silencio puede ser un material de construcción o las descripciones de Eberhard al adentrarse en la Catedral de Amiens. Aquí también late el pensamiento de Juhani Pallasmaa, uno de los grandes teóricos contemporáneos, ex decano de la Universidad Tecnológica de Helsinki y antiguo director del Museo de Arquitectura Finlandesa, uno de los primeros del mundo en reivindicar la arquitectura, auténtica cuestión de Estado en un país de apenas 5,5 millones de habitantes.

Para saber más

Mombiedro fue una de las últimas alumnas de Pallasmaa: «En Finlandia hay tan poca población y un clima tan extremo que la arquitectura cuida muchísimo de las personas, está muy pensada para sus necesidades. No es solo funcional, cuida a la gente porque en lo más duro del invierno somos muy frágiles». Tras vivir tres años en Helsinki, la española se impregnó de una concepción distinta de la construcción, de una mirada más conectada con la naturaleza.

En 1996, Juhani Pallasmaa publicó Los ojos de la piel. La arquitectura y los sentidos (Gustavo Gili), ya convertido en un clásico que desborda la arquitectura con observaciones como esta: «El sentido más importante de la experiencia arquitectónica es nuestro sentido existencial, el sentido integrado de la realidad y de nuestra experiencia de estar en el mundo».

Pallasmaa solía decir que la «investigación es como caminar en un bosque», recuerda Mombiedro. Un bosque lleno de sonidos y olores que sirve de símil y metáfora para la neuroarquitectura, pero que también remite al jardín del Liceo donde Aristóteles impartía sus clases paseando bajo el monte Licabeto, en la Atenas del siglo IV a. C., cuando estableció los cinco sentidos del ser humano en su tratado De Anima. Sin embargo, en 2005, el investigador de la Universidad de Glasgow Steve Draper publicó un revolucionario estudio, ¿Cuántos sentidos tenemos?, en el que establece 33 sentidos, desde la temperatura (del frío al calor) hasta el dolor, el equilibrio o incluso la presión sanguínea.

En el marco de las célebres charlas TED, que desde 1984 impulsan conferencias sobre innovación en todo el mundo, Ana Mombiedro se preguntaba si «¿Podemos diseñar desde lo que sentimos?» a través de esos (por ahora) 33 sentidos. Llegó al auditorio con un cerebro de plástico en la mano y, junto a un taburete sobre el que reposaba un ladrillo, planteó: «¿Por qué las personas que hemos estudiado Arquitectura sabemos más de esto [toca el ladrillo], que de esto [muestra el cerebro]?».

Con el punto de inflexión de la pandemia y el encierro obligado, la neuroarquitectura ha cobrado un fuerte protagonismo, ya que puede ofrecer respuestas científicas a cómo construir o diseñar para mejorar el bienestar y la salud, desde espacios específicos para pacientes de Alzheimer hasta personas con trastornos del espectro autista. «La neuroarquitectura es una disciplina emergente y la producción de estudios rigurosos es aún muy lenta. Pero las posibilidades que abre son enormes», resalta Juan Luis Higuera-Trujillo, Jefe de Proyecto en el Laboratorio de Neuroarquitectura de la Universitat Politècnica de València, uno de los pocos que existen en Europa.

«En una sala de espera de pediatría, combinar fragancia y música relajantes reduce el estrés psicológico y neurofisiológico más que la combinación de decoración y la presencia visual de vegetación», ejemplifica. Es una de las conclusiones de uno de los estudios que analizan el impacto de los espacios a nivel cognitivo-emocional. Pero hay otros: un aula pequeña con paredes de tonos fríos poco saturados (un azul claro) potencia el rendimiento de los estudiantes en cuanto a atención y memoria, una conclusión a la que se llegó después de probar alrededor de 500 combinaciones de colores, paredes y geometrías. «Son datos útiles para aulas universitarias. Pero no hay una sola clase en la que haya enseñado donde las paredes no fueran blancas...», comenta Higuera-Trujillo, profesor en la Universidad de Cádiz y uno de los investigadores líderes en habla hispana, que ha participado en investigaciones muy dispares, como una encargada por la DGT sobre el diseño de un paso de cebra que mejore la sensación de seguridad del peatón, teniendo en cuenta iluminación, vegetación, anchura de carriles...

«Hay que tener mucho cuidado con los contextos, porque los resultados pueden no ser extrapolables a otros lugares», advierte Higuera-Trujillo. Y alerta del peligro al que se enfrentan los investigadores: la etiqueta de neuroarquitectura se utiliza en redes y medios con cierta frivolidad, como si fuera una derivada del feng shui o consejos de Marie Kondo. Basta buscar en Google para hallar estos titulares: La importancia del juego de texturas en el diseño de interiores, según la neuroarquitectura o La llave de la salud y la felicidad en las viviendas. «Hay mucha desinformación y está llegando a unas cotas de malentendido perjudiciales. Supone un problema para la ciencia porque es un desprestigio y también es perjudicial para el usuario», lamenta Higuera-Trujillo, que desde su cuenta de Instagram trata de divulgar y trasladar a los ciudadanos el día a día en el laboratorio, donde los estudios con realidad virtual son cruciales. «Lo primero que hacemos es diseñar un entorno virtual que científicamente sea comparable al mundo físico para que las respuestas humanas en uno y otro no tengan diferencias significativas. La realidad virtual nos sirve para probar configuraciones de diseño que no podrían ser implementadas. Y después las investigamos en el entorno físico», explica. Ante noticias como Ejemplos de neuroarquitectura: diseños con cabeza, Higuera-Trujillo se muestra contundente: «A día de hoy aún no se puede diseñar un espacio completamente con neuroarquitectura. Ni hay ejemplos ni es un estilo».

Si antes mencionábamos a Aristóteles, Euclides sentó en la Alejandría griega las bases de una geometría que sigue guiando a los arquitectos y, de la Roma del siglo I a. C., heredamos de Vitruvio el magno tratado De Architectura, donde establecía el paradigma de firmitas, utilitas y venustas: toda arquitectura debe ser resistente, funcional y bella. Pero la neuroarquitectura abre un nuevo camino que pone las emociones y la salud en el centro. «Durante siglos, la arquitectura ha estado absorbida únicamente por el sentido de la vista y, en cierto modo, ha negado el resto. Con la neuroarquitectura podemos diseñar buscando una respuesta de todos los sentidos. Y la podemos medir científicamente», considera Antonio Maciá, director de la Cátedra de Arquitectura Sostenible de la Universidad de Alicante, quien muestra un frasco de perfume que concentra la esencia de la histórica Torre de la Calahorra de Elche, donde proyectó un jardín vertical y una cafetería con su estudio World of Holistic Architecture (WOHA). «El olfato es uno de los sentidos más poderosos, te traslada inmediatamente a un lugar, a un tiempo concreto, a una persona. Estamos desarrollando la relación entre los proyectos de arquitectura como proceso creativo y la perfumería: cómo los olores se pueden vincular a un espacio. El arquitecto llega a una solución y el perfumista a otra», explica sobre la fragancia Calahorra, una arquitectura líquida que mezcla notas de mandarina, caña de azúcar, madera... Es el primero de una serie piloto de perfumes basados en arquitecturas.

En paralelo a su estudio, Maciá ya está trabajando en los contenidos del primer máster de Neuroarquitectura de España, que dirigirá este septiembre. En Europa apenas existe una formación reglada que dependa de universidades, aunque sí proliferan algunos cursos y posgrados de formación profesional. En 2017, la Universidad de Venecia lanzó un máster transversal bajo el título de Neuroscience Applied to Architectural Design. Pero el de Alicante despierta expectación en el sector por involucrar hasta a siete departamentos diferentes, algo completamente insólito. «Normalmente, para un título propio intervienen dos departamentos, como mucho tres», reconoce Maciá. Pero en éste habrá más de 20 docentes de Psicología de la Salud, Anatomía, Biología, Inteligencia Artificial, Urbanismo... Y algunas asignaturas las impartirán dos profesores a la vez, incluso tres: una neuróloga y un psicólogo compartirán Fundamentos del sistema nervioso, por ejemplo. «Cuando la neuroarquitectura sepa entenderse, cuando haya más equipos de investigación y se democratice el conocimiento, veremos muchos resultados», sostiene Maciá. «La siguiente generación de arquitectos y diseñadores abrazará sin complejos lo que hoy aún genera cierta desconfianza».

Ninguna arquitectura es inocua: define cómo nos movemos, cómo nos comportamos, cómo nos sentimos. ¿Puede haber un lado oscuro en la neuroarquitectura? «Como profesionales tenemos la obligación moral y ética de mirar por el bienestar de las personas», defiende Mombiedro. «Pero hay cosas para las que aún no estamos preparados. Si desarrollas una herramienta para disparar reacciones concretas en las personas, también existe el peligro de manipulación. No podemos manejar a la persona a través del espacio. Una cosa es analizar lo que pasa en nuestro sistema nervioso y ver qué se puede mejorar. Eso es lo que podemos aplicar a día de hoy».