- La revolución de la neuroarquitectura por qué los estudiantes aprenderían más si sus aulas se pintaran de azul
No es sólo la contaminación atmosférica o el humo del tabaco. Vivimos rodeados de sustancias tóxicas y muchas están en nuestras casas: cosméticos, detergentes, materiales de construcción, textiles, toda la galaxia de aparatos electrónicos... Hace 20 años, varios eurodiputados y ministros de la Unión Europea se sometieron voluntariamente a un análisis de sangre impulsado por la ONG ecologista WWF y los resultados eran alarmantes: se detectó la presencia de más de 35 químicos tóxicos en el cuerpo, incluso pesticidas prohibidos desde hacía décadas. «Es la cara oculta del progreso», advirtió entonces la ministra de Medio Ambiente, Cristina Narbona.
«El progreso no ha sido gratis», reitera la bióloga Elisabet Silvestre, que lleva años estudiando cómo la exposición crónica a todo tipo de agentes tóxicos afecta a la salud. «Somos conscientes del cambio climático o de la deforestación, de cómo se queja la tierra. Pero la gran factura pendiente es el deterioro de la salud de las personas», añade una de las grandes especialistas en Biohabitabilidad en España, disciplina que analiza y evalúa los factores ambientales que inciden en el bienestar de las personas en un entorno habitado. Dicho de otro modo: se trata de aplicar las leyes de la biología humana a la arquitectura y a la construcción, incluso a la manera en cómo nosotros mismos vivimos en nuestro hogar. Y más cuando la OMS calcula que pasamos entre el 80 y el 90% de nuestro tiempo en espacios interiores, algo que ya se denomina indoor generation (generación interior).
«¡Hay casas en las que el aire es hasta ocho veces menos limpio que el de la calle! Se puede deber a múltiples factores, desde los materiales de construcción hasta los barnices y pinturas, los muebles o el estilo de vida...», ejemplifica la bióloga, destacada divulgadora (ha publicado varios libros dirigidos a un público general) e impulsora del congreso bianual Arquitectura y Salud del Colegio Oficial de Arquitectos de Cataluña (COAC), además de ser docente en varias facultades.
Desde la Revolución Industrial, se han sintetizado más de 100.000 sustancias químicas en la Unión Europea y cada año se suman otras 5.000 nuevas. De estas, 80.000 son utilizadas en la industria, la agricultura y el hogar aunque se considera que unas 8.000 son sospechosas por su potencial tóxico, expone Silvestre en su pionero Vivir sin tóxicos (RBA), un ensayo de 2014 que actualizó en 2022. «Necesitamos más normativas para evitar el consumo involuntario de los llamados forever chemicals (químicos permanentes), sobre todo esas pequeñas dosis que con una exposición crónica devienen en perjudiciales. Pero la ciencia avanza por un lado y la legislación por otro», lamenta.
En su libro identifica algunos de esos químicos y va más allá, con un completo manual para tomar conciencia de las sustancias dañinas presentes en nuestra vivienda y buscar alternativas. «Sin entrar en pánico, hay pequeños cambios que podemos realizar para que nuestra casa sea más saludable», dice. «No se trata de vivir en una burbuja ni prescindir de los avances tecnológicos sino de apostar por las opciones que eviten o minimicen la exposición crónica a ciertas sustancias».
Silvestre habla de las radiaciones naturales terrestres bajo un edificio, de los campos eléctricos y magnéticos, de las fibras textiles, del teléfono móvil... ¿Qué hay de nuestra red de aparatos tecnológicos, wifi, bluetooth, etcétera? «A medida que aparecen nuevos estudios que analizan la relación entre la exposición habitual a las microondas y los efectos biológicos se constata que, desde luego, no son inocuos. Siempre hay que aplicar el principio de precaución: la ausencia de evidencia no es una evidencia de ausencia», destaca la bióloga., que de paso recomienda dejar el teléfono móvil fuera del dormitorio.
«De forma genérica, la salud depende en un 20-30% de la genética y en un 70-80% de los hábitos y factores ambientales, por eso es decisiva nuestra acción», señala Silvestre, que empezó estudiando genética e investigando campos de cromosomas para luego especializarse en la entonces incipiente rama de la Bioconstrucción. «La arquitectura tiene que ser una herramienta de salud pública», reivindica.
El mantra arquitectónico de los últimos lustros ha ido evolucionado de la sostenibilidad a la eficiencia energética, de la descarbonización a la renatutalización de las ciudades. «Biológicamente necesitamos relacionarnos con la naturaleza, nos ayuda a equilibrar el sistema nervioso», incide Silvestre. Y cita al doctor de la universidad de Tokyo, el inmunólogo Qing Li, que ya ha acuñado el término de medicina forestal: algo tan sencillo como pasear por el bosque durante dos horas tiene efectos restauradores para nuestra biología.