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Roberto Ampuero: "No es posible castigar a un dictador, porque no te devuelve nada"

El escritor y político chileno novela en 'Nunca volveré a Berlín' los últimos meses de vida en Chile de Erich Honecker, de cuya muerte se cumplen ahora 30 años, último dictador comunista de la RDA y responsable de casi 200 asesinatos de alemanes que intentaron cruzar el Muro

'Beso fraternal' (entre Leonid Brézhnev y Erich Honecker), pintado en el Muro de Berlín por Dimitri Vrúbel, en la primavera de 1991.
'Beso fraternal' (entre Leonid Brézhnev y Erich Honecker), pintado en el Muro de Berlín por Dimitri Vrúbel, en la primavera de 1991.PETR SVARCALAMY PHOTO
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Roberto Ampuero (Valparaíso, 1953) no conoció nunca en persona a Erich Honecker, pero el dictador comunista (que presidió la RDA entre 1976 y 1989) marcó profundamente su vida. "En primer lugar", comenta el ex ministro, embajador y escritor chileno, "porque yo viví detrás del Muro muchos años. También, porque en el momento en que empiezan a temblar las repúblicas comunistas de Europa del Este, yo ya vivía en Bonn, como corresponsal de prensa para una agencia italiana, y me tocó volver al otro lado, cuando las masas estaban en las calles pidiendo elecciones libres y la unidad alemana. Y el tercer momento fue cuando Honecker llega enfermo a Chile, adonde yo había regresado después de más de 20 años de exilio, y donde al mismo tiempo habitaba otro dictador abdicado, aunque de signo político contrario, el general Pinochet, cuyo golpe de Estado en 1973 había provocado mi salida del país. Entonces me dije: este personaje me está pidiendo que escriba sobre él".

Y de ahí surgió Nunca volveré a Berlín (Plaza & Janés), la novela que, tras haber sido un éxito en su país hace unos meses y que el propio Ampuero presentará en Madrid el próximo día 28, cierra una suerte de trilogía no pensada sobre su experiencia política y su desencanto ideológico. Autor de éxito gracias a una serie de novelas policiacas que tienen como protagonista al detective Cayetano Brulé, Ampuero (que ha vivido en Cuba, en las dos Alemanias, en Suecia, en México y en EEUU, y ha sido embajador de Chile en Madrid y ministro del último Gobierno de Sebastián Piñera) ha ido desgranando su experiencia política vinculada al comunismo en dos relatos autobiográficos: Nuestros años verde olivo (Planeta, 1999), sobre su estancia en la dictadura castrista y su amistad con el disidente Heberto Padilla, y Detrás del Muro (Plaza & Janés, 2015), que narra los años que vivió en la RDA.

Nunca volveré a Berlín

Plaza&Janés. 288 páginas. 21,75 euros. Ebook: 10,44 euros. Puedes comprarlo aquí.

"La diferencia fundamental con esos dos textos, que están basados en mi memoria (aunque ya sabemos que la memoria tiene mucho de fantasía o de olvido selectivo), es que Nunca volveré a Berlínes una ficción completa, aunque esté ambientada en hechos históricos y en un personaje al que yo había tratado de entender, porque, como digo en la novela, era un político muy gris, muy apparátchik, no se destacaba por nada, no era un gran orador, no era un seductor de masas, no tenía un gran nivel intelectual ni teórico, era un ser plano, y que sin embargo logró, después de haber estado 10 años preso bajo el nazismo, regresar como un convencido estalinista; y cuando Stalin muere, aparecer como antiestalinista. Finalmente, después de estar asentado en el poder desde 1976, es el único líder europeo oriental que desafía y desobedece a Gorbachov, cuando inicia la Perestroika a mediados de los 80. Ese fue su final".

Ampuero, que construye su novela a partir de tres voces, hace hablar a Honecker para dejar en evidencia su absoluta falta de arrepentimiento y su incapacidad para entender por qué cayó su régimen: "Su único análisis es que se debió a una gran traición urdida desde el mismo Moscú por sus camaradas. Él no lo dijo en la vida real, pero respetando las reglas de la verosimilitud y apoyado en numerosos datos históricos, puedo decir que murió creyendo que el mundo estaba lleno de ingratos, que él había dado todo a su pueblo, educación gratuita, vivienda, trabajo y un muro para protegerlos y se lo habían pagado renegando de él".

"Lloro", escribe el dictador en la novela, "no por mi cuerpo enfermo, sino por mi alma fracturada. Mucho tardé en comprender que la traición es el alfabeto de la política. Sin puñaladas no hay política. Aunque algunos no lo crean soy un ser sensible, víctima de las crueles circunstancias que impone la historia, provengo de un hogar modesto y soy un techador que tuvo el coraje y la sabiduría suficientes para liderar el primer Estado obrero y campesino instaurado en territorio alemán, y que hoy sufre no por su inmerecido castigo, sino por el destino incierto de mis ciudadanos y unos picaflores".

El escritor chileno Roberto Ampuero (Valparaíso, 1953).
El escritor chileno Roberto Ampuero (Valparaíso, 1953).P&J

En lo que sí demuestra Honecker cierta lucidez es en la convicción de que todo aquello no lo montó él solo. Ampuero le hace reflexionar: "¿Alguien se traga el embuste de que un político de mediana edad, como lo era yo en 1961, pudo haber obligado a diecisiete millones de personas a levantar un muro que las encerrara? ¿No habré contado con la embozada complicidad de un cocinero, de una cuadrilla de albañiles o de un par de soldados para consumar aquella serpiente enroscada de ciento cincuenta y cinco kilómetros de largo? (...) Respiro con la conciencia tranquila".

Esto, explica Ampuero, está inspirado por el poema Preguntas de un obrero que lee de Bertolt Brecht: "¿Quién construyó Tebas, la de las siete Puertas? / En los libros aparecen los nombres de los reyes. / ¿Arrastraron los reyes los bloques de piedra? / Y Babilonia, destruida tantas veces, / ¿quién la volvió siempre a construir? / ¿En qué casas de la dorada Lima vivían los constructores? / ¿A dónde fueron los albañiles la noche en que fue terminada la Muralla China? La gran Roma / está llena de arcos de triunfo. ¿Quién los erigió? / (...) El joven Alejandro conquistó la India. / ¿Él solo? / César derrotó a los galos. / ¿No llevaba siquiera cocinero? (...)".

Pero en la novela hay dos personajes más, Patricio, viejo comunista que hace de traductor de Honecker, y Valentina, con la que vivió un amor imposible antes de abandonar la RDA, dejándola atrás en su huida. "Sí, entre Valentina y la libertad", escribe Patricio, "lo admito francamente, preferí la libertad". La actitud de ella, que ha perdido a su hija y a su marido por la violencia del régimen, es de venganza. La de él, ni siquiera de odio. "Hay dos experiencias distintas, porque Valentina vivió todo aquello y estuvo condenada a vivir por lo menos hasta los 65 años detrás del Muro. Patricio, sin embargo, había podido salir y su sufrimiento, dentro de la dictadura, estaba más delimitado en el tiempo, debido a que tenía un pasaporte chileno. Su convicción es que hay que olvidar y buscar soluciones para que las sociedades sigan viviendo. Y Valentina, que en un momento estuvo decidida a vengarse incluso físicamente (para eso tenía un arma), con el tiempo se fue dando cuenta de que no es posible castigar a un dictador porque no te devuelve nada. Matarlo no le devolvería ni a su hija, ni a su marido, ni los años que le quitó de libertad. Si el castigo llevara una suerte de indemnización y le diera la oportunidad de rehacer su vida, tendría sentido. Pero si no recuperas nada, el castigo es un consuelo pequeño".

Un amor roto por la dictadura

Ese daño provocado por las dictaduras no es del todo cuantificable. A la hora de escribir, explica Ampuero, le "interesaba mucho el dolor que causa la ruptura de una pareja por razones ajenas a la pareja misma, en este caso, políticas. Y también el dolor profundo que causa comprender que esos años se perdieron por razones ajenas a tu voluntad, años definitivamente irrecuperables. Y esa es una sensación ante la cual la resignación no es posible. Es distinto cuando pierdes a una persona porque has cometido errores, entonces sí puedes encontrar la resignación. Me interesaba señalar que, cuando hablamos de dictaduras como la de Honecker, podemos fácilmente condenarla porque existe un registro de personas acribilladas en el Muro, otro de las que fueron heridas, de cuántos presos hubo y cuántos años estuvieron cada uno en la cárcel. Todo eso es cuantificable. Pero el dolor humano no lo es. Y lo más destructivo para una persona es aquello que no se puede cuantificar como el dolor que provocan las dictaduras, del cual no queda registro, salvo en la poesía, la literatura o el arte".

Ampuero vivió en Alemania Oriental y conoció también eso: "Llegué a la conclusión de que una dictadura totalitaria como esa puede convertir a las víctimas en victimarios. En mi novela, Valentina estaba trabajando para la policía política, pasando de ser ella misma de víctima a victimaria. Los que vivimos allá sabemos que hay sobre nosotros documentos que no fueron destruidos por la Stasi, donde descubres que gente que te conoció y que tú estimabas habían hablado sobre ti. Y aprendí algo conversando con un viejo amigo de la Alemania Oriental, que después de haber caído el Muro, me dijo: 'Roberto, no seas tan duro, piensa en aquellos documentos y dime cuáles de ellos son tan negativos que te trajeron un daño mayor, más allá de la tristeza o la decepción. Entiéndelo así, esas personas vivían en un régimen totalitario y lo que ellos hicieron, forzados, fue hablar de ti pero de forma que eso no provocase un daño mayor. No pudieron escapar de eso. Y si lo aceptas, podrás perdonarles, porque vivir bajo una dictadura totalitaria es ser víctima y al mismo tiempo convertirte en victimario'".

Pero aparte del miedo, aquellas dictaduras comunistas jugaban también con la esperanza. "Cuando un partido en el poder dice que su programa va a tardar decenios porque está escrito en el horizonte, que está siempre a la misma distancia, lo que estás creando es un régimen sin límites. Piensa en la RDA o en las dictaduras de Europa del Este, todas decían estar construyendo el socialismo para alcanzar luego una etapa superior, el comunismo, la perfección. Cuba lleva 65 años construyendo el socialismo y aún no lo ha alcanzado. Lo malo de estas utopías es que los humanos vivimos sólo 70 u 80 años, con lo cual es muy difícil llegar a ver lo que te han prometido, ya que, dicen, nunca se dan las condiciones, porque existe la oposición de nuestros enemigos, que nos impiden avanzar".

Hay mucho de Roberto Ampuero en esta novela. Sobre todo, de su convicción de "cuán importante es la democracia representativa donde los individuos puedan tomar sus decisiones sin estar determinados por la idea supuestamente genial de un caudillo o un autócrata".