LA LECTURA
Música

El maestro Ivan Fischer lidera el desembarco sinfónico del verano: "¿De qué sirve la precisión si no consigues emocionar?"

Entre las grandes orquestas que nos visitarán durante las próximas semanas, la del Festival de Budapest, una de las mejores del mundo, acaparará todas las miradas a su paso por San Sebastián y Santander bajo la dirección del maestro húngaro

El maestro Ivan Fischer durante un ensayo con la Orquesta del Festival de Budapest.
El maestro Ivan Fischer durante un ensayo con la Orquesta del Festival de Budapest.KURCSAK ISTVAN
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El compromiso musical del maestro húngaro Ivan Fischer (Budapest, 1951) no empieza en los ensayos a puerta cerrada ni termina con los aplausos del público. «Más que un referente cultural, un director de orquesta debe comportarse como un líder para su comunidad», cuenta. «En ese sentido, mi nivel de implicación es máximo». Quedó demostrado durante los peores meses de la pandemia, cuando un sanitario se encaramó al podio para administrarle la tercera dosis de la vacuna mientras él dirigía (con una abertura en la manga izquierda de su camisa) la Novena de Beethoven.

En agosto, Fischer regresará a España para dirigir a las huestes de la Orquesta del Festival de Budapest (BFO), que él mismo fundó hace 40 años y con la que ha profundizado en todo tipo de repertorios hasta situarla entre las diez mejores formaciones sinfónicas del mundo. Con ella visitará en agosto la Quincena Musical de San Sebastián (días 17 y 18), donde dirigirá el Réquiem de Mozart, y el Festival de Santander (19), junto a la violinista Patricia Kopatchinskaja a propósito del Concierto nº 2 de Bartók.

La FBO no es sólo una orquesta, es la orquesta de un festival. ¿Qué importancia tienen estas citas veraniegas en el ecosistema de la música clásica?
Un festival es una fiesta en el sentido original de la palabra. Una festividad, algo diferente y, hasta cierto punto, ele-vado. La cuestión que se nos plantea aquí es: ¿puede un concierto, que por definición debe ser excepcional, plantearse como un acontecimiento cotidiano o rutinario? Los festivales son la prueba de que no. La FBO surgió de una colaboración con el Festival Primavera de Budapest. Tan en serio nos tomamos nuestro trabajo que, 9 años después, empezamos a ofrecer conciertos como entidad independiente. Entonces me planteé cambiar el nombre, pero no lo hice. Formaba parte ya de nuestra identidad, de nuestra marca, como sinónimo de acontecimiento especial.
Dirigirá obras de Mozart y Bartók, también de Prokófiev (Obertura sobre temas hebreos) y Dvorák (Sinfonía nº 7). ¿Se atrevería a trazar un hilo conductor que conecte todas estas piezas?
La música es el idioma de los sentimientos más profundos, por lo que cada partitura requiere de una puesta en escena emocional, que no intelectual. A veces la gente busca ese hilo conductor a modo de concepto, pero no siempre es posible. La música es abstracta, la más inmediata de todas las artes, según Schopenhauer, pues no necesita palabras, ideas o imágenes reconocibles, lo que le permite llegar a lo más profundo de nosotros. Esa especie de dramaturgia misteriosa hace que cada concierto sea único.
La FBO ofreció su primer concierto en 1983. ¿Cuáles han sido los momentos más cruciales de la historia de esta orquesta hoy puntera?
Digamos que nada sucedió por casualidad, sino que albergamos en todo momento el deseo y la ambición de convertirnos en la mejor orquesta del mundo. En 1992 se produjo un punto de inflexión que nos permitió desarrollar nuevas formas de concierto, algunos para niños y familias, otros para estudiantes, también realizamos giras por sinagogas abandonadas de mi país. Todo eso deja un poso y crea un vínculo con tu comunidad. Más tarde nos planteamos una serie de retos musicales tremendamente exigentes, como la creación de un grupo de instrumentos de época especializado en la música barroca, la incorporación de un coro a nuestra plantilla y la participación en importantes producciones de ópera. Ahora soñamos con crear una Academia que permita seguir formando a las próximas generaciones y transmitir nuestro legado por toda Europa.
Los festivales de Santander y San Sebastián han destacado en los últimos años por el uso eficiente de los recursos y la drástica reducción de la huella de carbono. ¿Qué aspectos, además de los estrictamente musicales, deben tener en cuenta las orquestas a la hora de confeccionar sus calendarios?
Para evitar convertirse en museos itinerantes, las orquestas han de apostar por la innovación y experimentar con fórmulas que se adapten mejor a su tiempo. Nosotros nos debemos al patrimonio cultural, pero no podemos desoír las inquietudes del público joven.

"No conozco a nadie a quien, después de escuchar una sinfonía de Mozart, haya sentido el impulso de disparar a alguien"

Sus consejos sobre el futuro de las orquestas, y la música clásica en general, son muy conocidos. ¿Cuál es su pronóstico para los próximos años?
Aunque el formato tradicional de concierto debe adaptarse a los nuevos hábitos, no participo de esa obsesión por acaparar a grandes audiencias. Siempre habrá jóvenes que disfruten con la música de Mozart, Brahms o Dvorák, también de otros grandes compositores contemporáneos, pero mi misión no es empujarlos a entrar en un auditorio, sino tener siempre las puertas abiertas para cuando ellos mismos decidan entrar. Sólo así se puede producir la chispa de la afición.
El año pasado dirigió un concierto con la Royal Concertgebouw Orchestra en el que el público estaba mezclado con los músicos. ¿Con qué objetivo?
Esta configuración del espacio ha demostrado ser una solución fantástica. Lo hice en diferentes conciertos a mi paso por Berlín y Ámsterdam, también en Budapest. Al estar tan cerca de los músicos, el público escucha a la orquesta de otra manera, desde dentro, lo que les permite entender mejor algunos recursos y matices musicales.
Las grandes orquestas han ganado en calidad, pero en algunos casos han perdido identidad, parte de ese sonido inconfundible que proviene de una larga tradición europea. ¿Cómo trabaja con los músicos de la Orquesta de Budapest para seguir ampliando el repertorio sin perder esa esencia?
Mi misión como director es que los músicos entiendan la esencia de una obra. Sólo cuando consiguen penetrar en esa última capa de la partitura pueden permitirse el lujo de tocar con absoluta libertad creativa, lo que confiere una gran personalidad al conjunto. Personalmente, creo que la calidad técnica está un poco sobrevalorada. Porque ¿de qué sirve la precisión si el resultado es aburrido, si los músicos no consiguen conmover al público?
En un mundo cada vez más conflictivo y violento, ¿qué papel le corresponde a las orquestas?
Los integrantes de una orquesta deben comportarse como mensajeros de la paz, pues el concierto es una comunión entre personas, un punto de encuentro entre religiones, nacionalidades e identidades políticas. No conozco a nadie al que no le guste la música de Mozart ni tampoco a quien, después de haber escuchado alguna de sus sinfonías, le entren unas ganas irrefrenables de disparar al de enfrente. Es un misterio, pero es así.
Ha dirigido a las mejores orquestas en los grandes templos de la música clásica. ¿Tiene, a sus 73 años, alguna asignatura pendiente?
Desde luego que sí. Me he propuesto terminar de componer algunas obras, entre ellas, una especie de himno por la paz que deberán estrenar músicos árabes, israelíes, rusos y ucranianos como miembros de una misma orquesta.
Nos visita con cierta regularidad. ¿Qué es lo que más le gusta de España?
Me encanta Toledo, pues representa el mejor ejemplo de intercambio entre culturas diferentes. Cuando entro en la antigua sinagoga de Santa María La Blanca, de estilo mudéjar y después convertida en iglesia, me invade una sensación de bienestar. Allí recobro la esperanza por los problemas que todo el mundo cree que no tienen solución.