¿Ha enloquecido de repente el cuarto director de cine más taquillero de la historia del cine? ¿O en realidad ha sido más visionario que leyendas como Steven Spielberg y James Cameron? A finales de julio, la revista Variety publicó que el próximo proyecto de Michael Bay será la adaptación a serie y película de algo llamado Skibidi Toilet. Bay es el tipo detrás de megaéxitos como Armageddon, Pearl Harbor, La roca y las sagas Dos policías rebeldes o Transformers. Es decir, una máquina andante de hacer dinero en Hollywood con mamporros y explosiones. Por su parte, Skibidi Toilet es... Podría definirse cómo... Ha adquirido categoría de...
Mejor pregúntele a su hijo adolescente.
Seguro que alguna vez lo ha pillado dejándose las pestañas en el móvil viendo una cabeza cantarina que sale de un váter en movimiento. El mismo rostro que asoma en vídeos con estética de videojuego inquietante, que duran casi lo mismo que un estornudo y que resultan irresistibles para las generaciones Z (chicos y chicas nacidos a partir de 1997) y Alfa (año 2010 en adelante). Los expertos en tecnología lo consideran uno de los fenómenos más virales de YouTube. Michael Bay, el muy cuco, ha olisqueado su potencial como blockbuster y se ha lanzado a monetizarlo a lo bestia junto a su creador, DaFuq!?Boom!, un artista 3D georgiano de veintipico años que se llama Alexey Gerasimov y tiene casi 45 millones de suscriptores en su canal online.
Pasar el rato deslizando el índice por la pantallita del teléfono, saltando de reel en reel, se ha convertido en uno de los pasatiempos favoritos de cualquier usuario joven de Instagram o TikTok. La cabeza con facciones zombis de Skibidi Toilet es una superestrella para los usuarios de redes sociales menores de edad, aunque por la atención de estos también compiten los clips en los que un chaval finge algo parecido a una intoxicación tras beberse el batido morado de una cadena de hamburgueserías, otros en los que alguien se zampa un cerro de comida delante de la cámara o los que montan un complot chanante para borrar Ohio del mapa. Se trata de un tipo de contenido tan simple como adictivo, primo del meme, que ha trascendido su nicho de tendencia juvenil para entrar en el debate público con rango de amenaza: el Oxford English Dictionary acaba de registrar brain rot (coloquialmente, cerebro podrido) como palabra del año en 2024.

"Todos los padres y profesores odian el 'smartphone' porque ven los problemas que genera"

"Estamos en medio de una tormenta perfecta de degradación cognitiva"
El término hace referencia al «supuesto deterioro del estado mental o intelectual de una persona como resultado del sobreconsumo de material trivial y vacuo, sobre todo en línea». En realidad, brain rotalude tanto al tipo de entretenimiento en sí, ya un subgénero masivo, como a los efectos sobre la cognición del scroll compulsivo, que podría traducirse como podredumbre mental.
Se trata justamente de la erosión que en los últimos tiempos vienen denunciando cada vez con más intensidad los libros de psicólogos, neurocientíficos y críticos del tecno-empacho y la adicción a los minivídeos como Tim Wu (Comerciantes de atención), Michel Desmurget (La fábrica de cretinos digitales y Más libros y menos pantallas), Bruno Patino (La civilización de la memoria de pez), Cal Newport (Minimalismo digital y Céntrate) Johann Hari (El valor de la atención), Jenny Odell (Cómo no hacer nada y ¡Reconquista tu tiempo!), Kyle Chayka (Mundofiltro), Roisin Kiberd (Desconexión), Susan Magsamen (Tu cerebro quiere arte) y Jonathan Haidt, cuyo ensayo La generación ansiosa está en casi todas las listas de recomendaciones con lo mejor de 2024. Incluida la del ex presidente Barack Obama.
«En mi libro me centro en las distintas formas en que una infancia basada en el móvil provoca enfermedades mentales», recuerda por correo electrónico Haidt, profesor de la Universidad de Nueva York. «Desde que se publicó [marzo de 2024], me he dado cuenta de que subestimé en gran medida los daños, porque las consecuencias para la capacidad de concentrarse y pensar pueden ser incluso mayores de lo que yo creía. Mis estudiantes me dicen cosas como: 'Leo una línea en un libro, me aburro y saco el móvil'. Dado que éste es casi siempre más entretenido que cualquier cosa del mundo real, una generación está perdiendo la capacidad de prestar atención completa y profundamente a lo que sea durante más de unos minutos. Esto es lo que significa para mí la podredumbre mental: la pérdida de la capacidad de prestar atención, concentrarse y estar completamente presente en las interacciones con las personas, el mundo natural y, por supuesto, los libros».
Queda claro que la incapacidad para mantener el foco es uno de los síntomas de brain rot. Y también que una posible cura está en retomar la lectura en soporte papel. La prueba está en la marcha atrás que muchos colegios han emprendido para deshacerse de los dispositivos táctiles de aprendizaje y recuperar los libros de texto de toda la vida.
«Piensa en cualquier cosa que hayas logrado en tu vida, ya sea emprender un negocio, ser un buen padre, aprender a tocar la guitarra... Eso de lo que estás tan orgulloso te exigió una enorme cantidad de concentración y atención sostenidas. Hablamos de la base de los principales logros humanos», añade el periodista y divulgador Johann Hari a través de un mensaje de voz. «Existe una amplia gama de evidencias científicas de que nuestra capacidad para concentrarnos y prestar atención se está deteriorando significativamente debido a varios factores. Uno, evidente, es el diseño actual de las redes sociales. Cuando no puedes prestar atención, pierdes tu capacidad de pensar con profundidad. Y eso hace que sea mucho más difícil ser inteligente y alcanzar tus objetivos».
El bum de autores que animan a la desintoxicación 5.0 confirma la preocupación que suscita el fenómeno. Por supuesto, la incorporación de brain rot al diccionario Oxford es cualquier cosa menos chiripa. La publicación debe gran parte de su reconocimiento público precisamente a su habilidad para sintetizar el zeitgeist en una palabra-idea. Un goteo que, visto en retrospectiva, apunta cada vez más al impacto de la cacharrería tecnológica en la vida de la gente. Hace una década, el término registrado fue el emoji sonriente con lagrimones en los ojos. Desde entonces han sido catalogadas palabras como posverdad, fake news, goblin mode (comportamiento vago y a la vez egoísta) o rizz (carisma).
Brain rot brotó en el ecosistema de internet en 2004. Varios usuarios de Twitter (ahora X) lo volvieron a emplear en 2007 para referirse al desgaste que provocaba la interacción excesiva con videojuegos, apps de citas y el mero deambular por la Red. En otras palabras: para explicar cómo la sobreexposición a contenido simplón genera gratificación instantánea, pérdida de autocontrol y disociación de la realidad física.
El término, antónimo perfecto del shitposting (publicación intencional de contenido mediocre), se volvió popular en los 2010... y estalló en la década siguiente. Paradójicamente, hasta se llegó a ver con un filtro positivista: en términos de tiempo invertido, la podredumbre mental pasó a ser algo de lo que alardear con los colegas, igual que la muchachada noventera presumía de tumbar rivales en el Street Fighter II. Resultado: de 2023 a 2024, la circulación del término aumentó un 230%.
Como insinúa el titular de un artículo reciente de The New York Times, si sabes lo que significa brain rot es posible que ya lo padezcas.
Dicho esto, y a pesar de estar asociado a la jerga de TikTok y FYP (For Your Page), la página de inicio de la red social china -algorítmicamente diseñada para el vagabundeo sin rumbo-, su primer uso documentado se remonta a 1854. El naturalista Henry David Thoreau lo mencionó en Walden, sus memorias, para criticar el declive de los estándares intelectuales de la época. «Mientras Inglaterra se esfuerza por curar la podredumbre de la patata, ¿no se esforzará nadie por curar la podredumbre mental, que prevalece tanto más amplia y fatalmente?», se lamentaba el bueno de Thoreau en su famosa cabaña.
Emilie Maeve Owens es investigadora doctoral en el Departamento de Medios y Comunicación de la Universidad de Oslo. Con el proyecto que desarrolla ahora mismo aspira a comprender mejor el papel de TikTok en la configuración de la vida social y la identidad de los adolescentes. Es la primera aproximación académica al brain rot. Y sus observaciones preliminares, sorpresa, no son fatalistas.
«Es preocupante que alguien se entretenga durante horas y horas con contenido banal, pero no creo que este tipo de comportamiento se limite de ninguna manera a los adolescentes con sus móviles. Los adultos a menudo dedican fines de semana enteros al placer culpable pegándose atracones de series como Mujeres ricas de Beverly Hills o Las Kardashian. De hecho, muchos adultos pasan horas viendo contenido sin demasiadas pretensiones en YouTube, y esto no es muy diferente de cómo los adolescentes usan TikTok para hacer brain rot», tercia Owens. «Todos necesitamos apagar nuestros cerebros para relajarnos de vez en cuando. A eso me refiero cuando digo -tomando prestado un término de la antropóloga cultural Mimi Ito- que la podredumbre mental es un género de participación. Desconectar el cerebro consumiendo contenido tonto o irreflexivo es una parte normal y tal vez incluso una actividad necesaria en la vida social contemporánea».
La investigadora trabaja en la capital noruega con un grupo de chavales de 16 y 17 años, chicas y chicas que suelen mostrarle en sus smartphones a personajes pobremente animados que se mueven de manera grotesca. Aunque no es lo que ella elegiría para divertirse, ni mucho menos, invita a cuestionar el origen del brain rot antes que a salir corriendo a buscar el botiquín.
«Lo que considero preocupante desde la perspectiva de la salud mental es cuándo y por qué nosotros -no solo los adolescentes- sentimos la necesidad de interactuar con este tipo de contenido vacío», señala. «¿Será porque nos sentimos ansiosos por el estado del mundo y nuestra falta de control sobre eventos aterradores como la guerra, el hambre, los incendios o la crisis climática? Quizá estamos agotados y somos incapaces de procesar nada que suponga un desafío cognitivo, o nos sentimos solos y necesitamos pasar el tiempo sin más. O, lo que es más inquietante, tal vez haya empresas despiadadas al otro lado de estos programas de televisión y vídeos de YouTube o TikTok que buscan mantenernos cautivos para que algunos ejecutivos puedan extraer beneficios de nuestro tiempo. Creo que estos son los factores potencialmente dañinos en los que deberíamos centrarnos».
Hari coincide, en parte, con esta radiografía. «Es muy importante que esto no se entienda como un problema generacional. No hay nada malo en los jóvenes, sino en el mundo que hemos permitido que se construya para ellos», matiza. «A quienes consideran el brain rot como una especie de medalla les explicaría cómo están siendo siendo manipulados y les preguntaría si quieren ser unos idiotas al servicio de Elon Musk o Mark Zuckerberg. ¿Quieres que la gente esté de pie en tu entierro y alguien diga: 'Pasó mucho tiempo en TikTok'? Si ésa es la vida que quieres tener, que te vaya bien...».
Como era previsible, el arranque del nuevo semestre editorial se presenta con más novedades sobre los riesgos de la hiperdependencia tecnológica, como las que firman Laura G. Rivera (Esclavos del algoritmo), Ben Tarnoff (Internet para la gente) o Vicent Molins (Ciudad clicbait). Michael Bay, mientras tanto, es probable que se esté frotando las manos en su casoplón californiano. Si se las ingenió para levantar una franquicia milmillonaria con unos robots de juguete, ¿dónde puede llegar con una cabeza turulata y semisumergida en un inodoro?
El lado oscuro de esta historia, con permiso del propio Bay y de Optimus Prime, está asomando en las universidades más prestigiosas de EEUU. En sus campus, el déficit en la lectura al que apuntaba antes el profesor Haidt ya está mostrándose como signo de cerebro podrido y afectando incluso a los alumnos brillantes. Y lo mismo sucede con el manejo de vocabulario y la comprensión del lenguaje.
Lo grave no es que los universitarios de Standford, Columbia o Princeton sean incapaces de meterle mano a tochos como el Ulises de Joyce, Crimen y castigo o La broma infinita. Ni siquiera que los planes de estudios hayan sustituido Moby Dick (688 páginas) por Bartleby el escribiente (112) y completado los extractos de La Iliada con fragmentos de charlas TED para intentar facilitarle la vida a los matriculados. Lo verdaderamente serio es que, por atrofia o por apatía, a estos les cuesta leer los 14 versos de un soneto sin distraerse un segundo. En consecuencia, aplicaciones que ponen al alcance resúmenes de libros, como Blinklist, Headway, QuickRead, StoryShots o Instaread, están desplazando a los docentes.
«Raymond Ma, profesor de la Universidad de Toronto, suele decir que sumergirse en una narrativa sostenida particular, como la ficción de una novela, es como ir a un gimnasio de empatía», apunta Hari. «Fomenta la identificación con personas muy diferentes a nosotros porque nos las estamos imaginando. Eso no sucede si sólo ves grabaciones de 30 segundos en TikTok de gente resbalándose con una cáscara de plátano o de gatos cayéndose por la ventana. Si pasas muchas horas al día viendo reels de contenido superficial serás menos empático y estarás más expuesto emocionalmente».
Estudios como el realizado en 1984 por el investigador Jon Martin Sundet, del departamento de Psicología de la Universidad de Oslo, confirmaron que el Cociente Intelectual se había estancado en Occidente después de crecer de forma espectacular en la segunda mitad del siglo XX. De ahí que Michel Desmurget, doctor en neurociencia y director de investigación del Instituto Nacional de la Salud de Francia, afirmara provocadoramente durante la promoción de La fábrica de cretinos digitales que «los nativos digitales son los primeros niños con un CI más bajo que sus padres».
«Las investigaciones realizadas en los últimos 30 años nos han demostrado constantemente que sobrestimamos los riesgos que presentan las nuevas y populares herramientas de comunicación para los jóvenes. En el pasado, los adultos han entrado en pánico frente a los discos de rock, los juegos recreativos y de rol, los cómics... Cuando yo tenía 14 años y Facebook era algo novedoso, la preocupación de los adultos era que los adolescentes fueran adictos a Facebook», se desmarca Owens de la cretinización en ascenso.
«Los adolescentes de mi estudio dicen que se sienten incomprendidos y que a los adultos les importa un carajo lo que estén haciendo en línea. Los estudios de mi supervisora, Elisabeth Staksrud, y del proyecto EU Kids Online también han demostrado que los padres se preocupan más por el riesgo online que por cualquier otra amenaza, en detrimento de la voluntad de sus hijos de hablar realmente con ellos sobre su vida digital. Comparar la podredumbre mental con las autolesiones o el consumo de drogas, por ejemplo, es echar gasolina al fuego».
El canal donde pueden verse los vídeos de Skibidi Toilet fue el más visto del mundo en 2023. Acumula más de 18.000 millones de reproducciones desde su creación el 6 de junio de 2016. Justo en el ecuador de la Feria del Libro de Madrid de ese año.