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Pocos besos condensan tantos significados personales, familiares y aun políticos como el que la Reina Sofía le plantó, casi furtivamente, a Juan Carlos I en el balcón principal del Palacio Real el 19 de junio de 2014. Este próximo miércoles se cumplen 10 años de la proclamación de Felipe VI como Jefe de Estado. Y, por lo tanto, de la retirada del Trono de su padre y del ascenso de Doña Letizia de Princesa a Reina consorte. Pero se cumple igualmente una década del gran giro en la biografía de Doña Sofía, el personaje más injustamente olvidado en las conmemoraciones que están teniendo lugar estas semanas, que comenzaron con el recordatorio de la boda de los hoy monarcas hace ya 20 años.
La madre de Don Felipe fue la gran ninguneada con motivo de la abdicación de su marido. En este sentido, han tenido enorme eco las desafortunadas palabras de quien entonces era jefe de la Casa del Rey, Rafael Spottorno, que días atrás durante un coloquio en el Ateneo de Madrid revelaba que "la Reina Sofía no tuvo arte ni parte en todo el proceso [de abdicación]. Perdió la condición de reina de la noche a la mañana sin haber sido preguntada por nadie, no se le consultó la decisión, en todo caso se le comunicó. (...) Como tampoco participó cuando se la nombró Reina de España, claro".
Volvía a dejar en evidencia, así, Spottorno la crudísima realidad que padecía Doña Sofía en 2014, con una relación matrimonial completamente rota desde hacía décadas pero también con una comunicación nula por entonces con su esposo, hasta el punto de que, efectivamente, la Reina Sofía no tuvo papel alguno durante los largos meses de preparativos entre bambalinas para el relevo en la Corona, en los que en cambio sí jugó el rol que le correspondía Doña Letizia. Pero el ex jefe de la Casa se equivocó con el paralelismo entre el desdén sufrido por la actual Emérita en la abdicación y su lugar ante el ascenso al trono de Juan Carlos I en noviembre de 1975. Como si no supiera Spottorno el decisivo apoyo que brindó a su marido la griega -como se la llamaba despectivamente- en el tardofranquismo, capítulo de su biografía que no se destaca lo suficiente, un periodo en el que al Príncipe Juan Carlos no le quería casi nadie -ni los falangistas, ni los carlistas... y para qué hablar de los simpatizantes de los opositores proscritos o de los pocos monárquicos (juanistas), que le tachaban de traidor- en el que el matrimonio tragó mucha quina antes de ver restaurada la Monarquía.
Es imposible saber qué pasaría por la cabeza de Doña Sofía mientras plantaba el beso al Rey recién abdicado ese 19 de junio. Pero el ósculo representó tanto la indulgencia de una Consorte que, pelillos a la mar, perdonaba en público tantas afrentas, como la gratitud por que con la -obligada- renuncia Juan Carlos I permitía que la Corona se salvara -naufragaba entonces con una popularidad de apenas el 3,7% según el CIS- y que su hijo, su ojito derecho, Don Felipe, pudiera abrazar su destino histórico.
El matrimonio de los Reyes era una ficción desde los años 80. Y había sorteado gravísimas crisis como la de principios de esa década o la de los 90, en pleno apogeo de la España olímpica. Pero para Doña Sofía lo más duro se produjo cuando no mucho después de la boda de Felipe y Letizia el Rey ordenó restaurar La Angorrilla, antiguo pabellón de caza en el mismo recinto de La Zarzuela, para que empezaran a vivir allí Corinna Larsen y su hijo Alexander. La situación llegó a ser insoportable.Don Juan Carlos se empeñó en divorciarse y Doña Sofía llegó a consultar con el staff de Palacio y otras personalidades en qué situación y estatus iba a quedar ella si la separación legal se producía. Fueron años en los que hasta hacer coincidir al matrimonio real en actos oficiales resultaba penoso. Aquella imagen de 2010 con un Juan Carlos I despreciando a su esposa cuando ésta intentó ayudarle en las escalinatas de la catedral de Santiago hoy es el símbolo perfecto del rechazo que les provocaba su unión.
La gran afrenta para Doña Sofía llegaría en 2012, cuando el accidente del Rey en Bostwana lo precipitó todo: puso fin al manto de silencio de los medios y los españoles conocieron hechos como la existencia de Corinna, en pleno descrédito de la institución por escándalos como el caso Nóos.
Cuando comenzó el reinado de Felipe VI, frente al hundimiento reputacional de la Corona, la popularidad de Doña Sofía seguía siendo altísima, con notas por encima del 7, según reflejaban encuestas como las publicadas en EL MUNDO. Los ciudadanos reconocían su profesionalidad y la dignidad con la que había ejercido su función, y hasta empatizaban con ella como mujer sufridora. Ese beso indulgente en el balcón del Palacio también la engrandeció frente a actitudes tan reprobables.