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En cierta ocasión John Lennon describió a su mujer Yoko Ono como "la artista desconocida más famosa del mundo. Todos saben su nombre pero nadie sabe qué hace". Este oxímoron es en sí mismo un teorema que no se desveló hasta recién inaugurado el siglo XXI, cuando numerosos museos internacionales le dieron el lugar que habría merecido décadas antes.
En Yoko (Libros Cúpula), David Sheff ofrece el retrato más íntimo de esta artista japonesa pluridisciplinar a quien conoció en 1980, cuando Playboy le encargó entrevistar al matrimonio más famoso del planeta. Yoko le dijo en más de una ocasión que aquella entrevista sería muy importante para él. No iba desencaminada. Lennon fue asesinado el 8 de diciembre de aquel mismo año en la entrada del edificio Dakota, donde el matrimonio poseía seis apartamentos, antes de que se publicara su entrevista póstuma.
De Yoko Ono se sabe prácticamente todo a partir de que conoce a Lennon en 1966, pero su vida anterior sigue siendo poco conocida a pesar de su estratosférica fama. Las memorias escritas por Sheff arrojan luz sobre muchos de los episodios vividos por la artista japonesa.
Yoko, cuyo nombre en japonés significa 'niña del océano', nació en Tokio en 1933 entre el privilegio material y la pobreza emocional. Su madre, Isoko, pertenecía a la dinastía de los banqueros Yasuda (propietarios del banco Yasuda reconvertido en Banco Fuji), una de las cuatro familias más ricas y poderosas de Japón desde el siglo XIX hasta la II Guerra Mundial. Su padre, Eisuke, descendiente de un samurai, ejerció con presidente del Banco Industrial de Japón. Hasta los dos años Yoko solo le conoció por fotos ya que se había trasladado a San Francisco por motivos laborales.
A pesar de nadar en la abundancia, los Ono-Yasuda eran bastante mezquinos en cuanto a afectos. Yoko lo define de la siguiente manera en la biografía: "Mis padres tenían una relación muy estrecha entre ellos, pero no conmigo. Mi padre era un hombre muy distante. De pequeña, si quería verle, tenía que llamar a su despacho y concertar una cita. Y mi madre tenía su propia vida. Era una mujer preciosa y tenía un aspecto muy joven". Esta situación influyó en el carácter desarrollado por la niña que, a medida que crecía, se volvía más insegura, desconfiada, reticente y depresiva, lo que muchos interpretaron como altivez cuando su nombre se vinculó a los Beatles. Nada más lejos de la realidad. La timidez casi siempre le ha jugado malas pasadas.
En su residencia palaciega próxima a la residencia del emperador en Tokio, Yoko empezó a recibir clases de piano a los 3 años, que combinó con artes japonesas tradicionales como caligrafía, canto y pintura. Disciplinas que contribuyeron a desarrollar una imaginación más allá de cualquier otra criatura de su edad que terminó por convertirse en un método de supervivencia. La madre de Yoko no le dejaba intimar con otros niños porque pensaba que se aprovecharían de su estatus, motivo que acrecentó una soledad que llegó a tal extremo que para sentir contacto con alguien pedía tazas de té al servicio.
Las criadas tenían instrucciones muy precisas: no podían acunarla en brazos porque Isoko tenía miedo de que su niña sufriera daños cerebrales, le prohibían asistirla en caso de que se cayera y si viajaban en tranvía tenían que desinfectar los asientos con bolitas de algodón mojadas en alcohol. "Mi madre tenía fobia a los gérmenes y a causa de ello yo misma me convertí en una obsesiva de la limpieza", relata en el libro.
Ni tan siquiera los nacimientos en San Francisco de su hermano Keisuke (88) y de su hermana Setsuko (83) en Tokio consiguieron aplacar la introspección en la que se había zambullido Yoko. Mientras recibía una educación elitista, plasmaba sus pensamientos en libretas, dibujos, relatos y poemas, entre ellos, el haiku. También tocaba el piano en algunas fiestas. El entretenimiento se evaporó cuando a partir del 9 de marzo de 1945 los americanos empezaron a bombardear Japón. Lo más crudo llegó el 6 de agosto con el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima y tres días después sobre Nagasaki.
Para amortiguar el dolor de aquella pesadilla Yoko y sus hermanos fueron enviados a un pueblito donde no fueron bien recibidos. "Nos veían como una familia de ricachones de ciudad que habíamos recibido nuestro merecido", recordaba Yoko, al tiempo que relataba las burlas de los compañeros de colegio que también le lanzaban piedras al llamarla espía americana "por no ser capaz de cantar el himno nacional de Japón tan rápido como ellos". En aquella época pasaron hambre, intercambiaban enseres por de arroz y perdieron a una treintena de criados. A su regreso a la capital intentaron recomponer su modus vivendi, pero el desastre bélico había aniquilado gran parte de su fortuna. Aunque seguían teniendo posibles.
Desde su adolescencia, Yoko intentó suicidarse varias veces. Su primer marido, el pianista y compositor Toshi Ichiyanagi, evitó que se quitara la vida y la ingresaron en un hospital psiquiátrico. Como los progenitores de la artista estaban en contra de aquella relación, Yoko se buscó la vida como mecanógrafa y realizaba actividades de folklore japonés a través de caligrafía y origami, recitaba haikus, tocaba música y pintaba, aunque no lo exhibía.
En 1961 dio su primer concierto en solitario, en 1963 triunfó con el lienzo Pieza cocina y un año después obtuvo gran éxito con la performance Pieza cortada.
Tras seis años de matrimonio Yoko se divorció en 1962 para casarse con el pintor y escultor neoyorquino Antony Cox, con quien tuvo una hija, Kyoko, en agosto de 1963. Yoko tenía 30 años y había vuelto a ser ingresada por otro intento de suicidio. La niña le salvó. "El día que nació mi primera hija tomé la decisión de no volver a intentar quitarme la vida. Su nacimiento me liberó de ese deseo", admitió en 2009. El matrimonio con Cox tampoco funcionó y acabaron rompiendo. Kyoko llegó a convivir con su madre y con Lennon pero su padre acabó secuestrándola en 1971. Yoko estuvo 23 años sin ver ni comunicarse con su hija. Esta y su padre se habían refugiado en una secta religiosa y viajaban por diferentes continentes. En esos duros momentos contó con el apoyo de Lennon, con quien se había casado en Gibraltar en 1969. La pareja gastó 1,5 millones de dólares en detectives con el fin de encontrar a la pequeña. "Perder a mi hija fue un dolor muy profundo", confesó Yoko a People; "siempre sentí un vacío en el corazón", añadió.
Su vida con Lennon tampoco fue fácil. Desde el principio Yoko fue objeto de comentarios racistas y sexistas y le acusaron de haber provocado la ruptura de los Beatles. Se convirtió en la bruja que separó al cuarteto de Liverpool.
El matrimonio Lennon dio la bienvenida a su único hijo, Sean, en 1975. Él ya tenía un hijo, Julian, fruto de su relación con Cynthia Powel. Tras la muerte de John, Yoko fue víctima de traiciones, robos, extorsiones y amenazas de muerte. En la actualidad, a sus 92 años, reside en su granja a las afueras de Nueva York.