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"El mayordomo perfecto lo ve todo, lo escucha todo y no dice nada". Alan Fisher, mayordomo de Eduardo VIII y Wallis Simpson, fue fiel a su propio lema en vida, pero no pudo reprimir la tentación de escribir para la posteridad todo lo que callaba. Cientos de páginas no publicadas y heredadas por sus sobrinos, David Summers y Georgina Edwards, acaban de ver la luz tras ser subastadas por la firma de libros raros Hansons, adjudicadas al mejor postor por 6.650 euros.
Fisher, nacido en un barrio obrero de Manchester, se ganó a pulso la vitola del "mejor mayordomo del mundo" y llegó a servir a Carlos y a Diana, a Bing Crosby, al banquero Robert Lehamn y a Ralph Lauren entre otros. Aunque la mayoría de sus recuerdos están ligados los duques de Windsor, a quienes sirvió entre 1954 y 1960, cuando eran considerados como parte de café society en París y vivían en su palacete del Bois de Boulogne.
La mujer de Alan, Norma, era además doncella de la esposa americana de Eduardo VIII, lo que le permitió tener un doble acceso a las interioridades de la pareja. En sus primeros escritos, el mayordomo muestra de entrada cierta admiración y pleitesía a la controvertida figura de Wallis Simpson...
"La duquesa me enseñó todo lo que sé y por partida doble. Tenía un gusto impecable, e impecable era también el modo en que vestía y como vivía su vida. Yo era muy consciente de ser parte de la historia viva. Era muy emocionante... Vivían a una escala que superaba de lejos a la familia real. Cuando uno ha trabajado para el duque y la duquesa de Windsor no te dejas impresionar por gente como Rock Hudson o Carol Burnett".
Y ahí acaban los halagos. Alan Fisher sostiene sin rodeos que Wallis Simpson no amaba a Eduardo VIII, pese a todo el envoltorio romántico que rodeó a la histórica abdicación en diciembre de 1936. Según su mayordomo, Wallis "tiranizó" a su marido, sabía "lo débil que era" y pensaba que si hubiera demostrado ser "un hombre más dominante" posiblemente ella se habría convertido en reina.
Si Eduardo hubiera seguido en el trono, su esposa no habría sido una "reina consorte", sino más bien una "reina dictadora", según el mayordomo perfecto. Tal era su talante, "despiadada" por naturaleza y dando órdenes a todas horas en un tono intimidatorio... Como en cierta ocasión en que le recriminó por no cerrar bien una ventana y el propio Alan le contestó diciendo que le dejara hacer su trabajo, y amenazó incluso con su dimisión: "Sé que estaba quemando mis naves, pero estaba triste y muy enfadado. Me dije a mí mismo que no podía permitir que dominara mi vida".
Controladora
Como apreció una vez cierto huésped: "Cuando hay 40 voces en una habitación, solo hay una maldita voz que resuena por encima de todas las demás ¡La suya!". El afán controlador de la duquesa llegó a tal punto que una vez recibió órdenes indirectas de otro miembro del personal: "¡Su Alteza Real quiere que te cortes el pelo inmediatamente!". Alan reconoce que le llevó tiempo acostumbrarse a sus modales y que le hizo sentirse "muy inseguro y extremadamente nervioso" desde su primer contacto cara a cara...
"Pude escuchar el sonido de sus altos tacones sobre el frío mármol, descendiendo lentamente hacia mí. El corazón me salía por la boca. Finalmente, una luz iluminó la escena con un reflejo de diamantes, que abundaban por allí. Hubo una sonrisa cálida y una mano tendida. Y la sorpresa de unos ojos profundamente violetas. Y su voz agradeciendo mi decisión de unirme a su personal y prometiéndome que sería feliz con ellos. Esto era en 1954, y ella estaba en la cresta de ola, vestida siempre de la manera más atractiva, con Dior, Givenchy, Balenciaga y otras firmas de alta costura que hicieron de ella un pináculo de la moda".
Alan confiesa que su corazón se fue inclinando hacia el duque, pese a todas las críticas vertidas contra su carácter y por sus simpatías por los nazis: "Al fin y al cabo, él era el auténtico miembro de la familia real, y yo era británico. Recuerdo su pelo rubio y sus ojos de color turquesa. Me gané su confianza y al cabo de dos años me hizo su ayudante de cámara".
"Tiempo después descubrí que tenía cáncer de garganta, y debió pasarlo mal", concluye el mayordomo, que recuerda cómo Wallis castigó a Eduardo con su indiferencia hasta el final: "Ella siguió dando fiestas por todo lo alto. Incluso tres días antes de su muerte tuvo a doce invitados y estrenó vestido como si nada. ¿Qué podía pensar él? ¿Llegó acaso a enterarse? No lo sé".