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Ayuso, la presidenta que colecciona cabelleras

Ayuso, de fucsia
Ayuso, de fucsiaGETTY
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Era de costumbre en algunas tribus norteamericanas exhibir las cabelleras del enemigo como señal de victoria. Isabel Sioux Ayuso podría mostrar en el balcón de la Puerta del Sol sus propios trofeos. El cuero despoblado de Ignacio Aguado, la coleta de Pablo Iglesias, los cabellos esculpidos de Pablo Casado y Teodoro García Egea... Y en breve, los rizos de Álvaro García Ortiz. Todos acariciaron la idea de doblegar su aparente fragilidad y acabaron con un tacón de aguja incrustado en la nuez.

Díaz Ayuso desata pasiones encontradas. No lo ha tenido fácil. Desde que llegó a la presidencia de la Comunidad de Madrid, en agosto de 2019, ha estado sometida al fuego graneado de la izquierda. Pero también al fuego amigo. Será cosa del destino, de la baraka, sin duda también de su audacia, pero la presidenta madrileña ha salido bien librada hasta ahora en todos los lances.

Primero fueron las descalificaciones machistas que la izquierda sorora endilga a las rivales políticas: "loca", "ida", "incompetente"... o "manejada" por asesores varones. Cuando su gestión, particularmente en la pandemia, le brindó dos mayorías absolutas consecutivas (en 2021 y 2023), la oposición pisó el acelerador: aumentó el acoso a su familia y entorno y se multiplicaron las demandas judiciales: 32 causas, todas desestimadas, entre ellas 21 por la gestión de residencias de ancianos durante la pandemia y tres por un contrato de compra de mascarillas con una empresa vinculada al hermano de Díaz Ayuso, que tanto la Fiscalía Anticorrupción como la Fiscalía Europea consideraron perfectamente legal.

Ayuso se ha crecido ante la agresividad de la izquierda y las picaduras de Vox, y parece que hasta se divierte repartiendo mandobles a sus rivales en la Asamblea de Madrid. A Mónica García, lideresa de Sumar, la rescató, bastante magullada, su amiga Yolanda Díaz y se la llevó al Ministerio de Sanidad. Tal vez algunos en Génova pidan las sales, pero Ayuso es reactiva y responde con las mismas armas. No se pierde en disquisiciones teóricas, tiene ideas claras e instinto político. Pisa con garbo la calle y la moqueta, conecta con la gente y se ha llevado el voto de los barrios populares y de los jóvenes con un discurso con acento cheli que resulta más contestatario y fresco que las salmodias de la izquierda.

Pero volvamos con las cabelleras. La primera fue la de Ignacio Aguado, su vicepresidente en el Gobierno de coalición con Ciudadanos, hábil cortador de césped bajo los pies. Aguado calculó mal al apoyar el confinamiento forzado de Madrid durante la pandemia y criticar la estrategia aperturista del Gobierno regional, que tan buenos resultados dio. Cuando Ciudadanos urde con el PSOE una moción de censura para desbancar al PP del Gobierno de Murcia, Ayuso rompe la baraja y adelanta elecciones en Madrid para impedir una jugada similar. El resultado fue una mayoría absoluta que dejó a Aguado y a Cs fuera de la Asamblea regional.

El mismo tiro se llevó por delante nada menos que a Pablo Iglesias, que dejó la vicepresidencia del Gobierno de Pedro Sánchez para retar en las urnas a Ayuso y "la derecha criminal". "España me debe una, hemos sacado a Pablo Iglesias de la Moncloa", dijo entonces la presidenta madrileña. Podemos quedó laminado, con apenas siete escaños e Iglesias anunció su retirada de la política activa y se cortó la coleta. Y vino la apostilla: "Pues nada, que me debéis dos".

Los siguientes en sucumbir fueron los líderes de su propio partido, Pablo Casado y Teodoro García Egea. Fue un episodio especialmente doloroso. Casado y Ayuso habían sido amigos desde sus juventudes peperas y él fue quien la designó candidata a la Comunidad de Madrid. Pero pronto vio en la presidenta y su mayoría absoluta una amenaza a su liderazgo y desató contra ella una guerra sucia que incluyó un intento de espionaje. La militancia madrileña estalló y con ella el partido. Hubo manifestaciones ante la sede de Génova. Y el 1 de abril de 2022, Casado y García Egea abandonaron sus cargos del PP en un congreso nacional que aupó a Alberto Núñez Feijóo. Zas y zas. Otras dos cabelleras.

Y aquí entra en escena nuestro siguiente candidato, Álvaro García Ortiz, fiscal general del Estado, investigado por el Tribunal Supremo por un delito de revelación de secretos. Seguro que él no tenía nada personal contra Ayuso, simplemente cumplía órdenes. Cuentan que su jefe, Pedro Sánchez, vive obsesionado con la desafiante presidenta madrileña, convertida en su némesis. Todo apunta a que el fiscal general aprovechó que la pareja de Ayuso, Alberto González Amador, enfrenta una acusación de fraude fiscal para sacar a la luz información reservada y violar su derecho a la defensa, con el objetivo de involucrar a la propia Ayuso (aunque el caso es anterior a la relación entre ambos).

Inasequible al desaliento, Sánchez sigue quemando peones: Hacienda continúa filtrando datos confidenciales del expediente y tanto el presidente como su escudero Bolaños han difamado a González Amador, que ya se ha querellado contra ambos. Óscar López, ministro de algo, acuña frases solemnes para acusar de corrupción a Isabel Díaz Ayuso. Es entendible que Pedro Sánchez, acorralado por los escándalos de su propia familia, con la mujer y el hermano imputados, necesite distractores. Pero tal vez debería andarse con ojo. En la colección de trofeos de Díaz Ayuso aún queda espacio.a del grupo.