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Después de una semana negra, con pérdidas por encima de los 10 billones de dólares y el miedo creciente a un repunte de la inflación o una recesión, los mercados parecían listos estabilizarse este martes aferrándose a lo que interpretan como un cambio importante en la política arancelaria recientemente implementada. O al menos, o una suavización de las posturas de la administración Trump, cada vez más abierta a negociar individualmente con cada país o bloque unas condiciones aparentemente menos duras. "El mensaje del presidente ha sido claro. A los países de todo el mundo: traigan la mejor oferta y les escuchará", dijo este martes su portavoz. Sin embargo, esa idea que alimentó las compras fue sólo un espejismo y la alegría no llegó al final de la jornada.
En un final pésimo de la sesión, con un giro de 180 grados digno de la crisis de 2008, los principales índices estadounidenses, a diferencia de los europeos o asiáticos, aniquilaron todas las ganancias del día reforzando la sensación de que están muy lejos todavía de mínimos, de que la volatilidad, enorme, puede ir todavía a peor. Y de que el pulso de la Casa Blanca no va a terminar bien.
El Dow Jones, que había llegado a subir 1.461 puntos al inicio de la jornada, se dio la vuelta para perder un 0,8%. El S&P 500 cayó el doble, un 1,6 %, por debajo de los 5.000 puntos por primera vez en un año. Y el Nasdaq, el de las grandes tecnológicas, se hundió otro 2,1%, tras haber subido ambos más del 4 %. La Bolsa se deja más de un 12% desde el "día de la liberación", peor que todas las economías desarrolladas salvo Italia o Singapur. El índice de referencia ya roza de nuevo el territorio bajista, tras desplomarse un 18,9 % por debajo de su pico de mediados de febrero.
Rallies al alza y a la baja, sensibles al máximo a cualquier noticia. Disparándose ante cualquier comentario conciliador del secretario del Tesoro o del de Comercio, desplomándose ante las noticias de que China, desde esta medianoche, se enfrentará a aranceles del 104%. "Creo que la escalada china es un gran error" dijo ScottBessent durante una entrevista en el programa Squawk Box de la CNBC. "¿Qué perdemos si China nos sube los aranceles? Les exportamos una quinta parte de lo que ellos nos exportan, así que salen perdiendo", afirmó mientras los rendimientos del bono a 10 años subían un poquito más, a medida que Pekín se va deshaciendo de papel en su silenciosa respuesta.
El dinero quiere aferrarse a la posibilidad de que la pesadilla comercial termine con acuerdos, pero Trump no lo presenta como una negociación al uso, y ni siquiera como una transacción, en el espíritu del empresario que siempre presume de ser. Lo que la administración está esbozando cada vez de forma más clara es otra cosa muy distinta. Una especie de peaje -los más críticos lo llamarán extorsión- de la mayor potencia del planeta, no sólo económica, sino también militar y nuclear. Y esto es la clave. "China también quiere llegar a un acuerdo, pero no sabe cómo iniciarlo. Esperamos su llamada. ¡Se hará realidad! ¡Que Dios bendiga a EEUU!", puso en su red social el presidente.
Durante el fin de semana, inversores cercanos al trumpismo, como Bill Ackman se desmarcaron claramente de la idea de una guerra comercial total contra el planeta entero, con aranceles del 20, el 50, el 80 o hasta el 104%, como en el caso de China, después de que ayer la Casa Blanca confirmara la amenaza tuitera del día previo. Pero esa misma gente empieza a entender el plan, que es más complicado, retorcido y requiere más tiempo. "¿Qué les parece esto? Mantengamos aranceles generales del 10% por el privilegio especial de hacer negocios con los EEUU para compensarnos por las inversiones que hemos hecho en defensa global, salud y otros ámbitos, y para compensar a nuestro país por prácticas comerciales históricamente injustas que han contribuido a nuestros enormes déficits y deuda nacional. Mantenemos la presión sobre China para que resuelva prácticas comerciales materialmente desleales, robo de propiedad intelectual, manipulación monetaria y otras prácticas que han perjudicado a nuestra nación. Y pausamos la implementación de aranceles recíprocos durante 90 días para tener tiempo de entablar negociaciones privadas con otros países, centrándonos primero en aquellos cuyos aranceles y prácticas han interferido materialmente con la competitividad de los productos manufacturados estadounidenses en sus mercados", escribió el multimillonario en sus redes sociales.
Esa es la idea. Trump quiere, exige, ingresos. Que el resto del mundo le pague, con la argumentación, excusa o insulto a la inteligencia de convertir el déficit comercial, bilateral o agregado, en un "robo o violación", en sus palabras. Y para conseguirlo está dispuesto a una crisis bursátil de hasta el 25%, por ejemplo, como la que Ronald Reagan sufrió en su primer mandato, si el coste de la deuda no se dispara. O a reventar el sistema internacional, algo que los mercados no acaban de creerse del todo. Tres sesiones de pérdidas devastadoras fueron una señal claro de inquietud, pero si la jugada le saliera bien a Trump, con el resto del planeta no respondiendo y por tanto evitándose una guerra comercial, sería una cosa quizás asumible.
El peligro real para los inversores es que todo salte por los aires, lo que le costaría una recesión segura a Estados Unidos, pero inevitablemente a muchos otros. Esa recesión no está descontada, como mostraron los altibajos de este martes, con el mejor día para el Ibex en dos años. Pero si todo empeora, y lo hace rápido, el bajón sería mucho mayor de lo visto hasta ahora.
Mientras, el equipo económico de Trump empieza a celebrar los que considera triunfos en serie. El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, se plegó el lunes en la Casa Blanca diciendo que su país retirará todas las barreras comerciales a los productos norteamericanos, y que además "eliminará muy rápido el déficit comercial". Corea del Sur, mientas ve cómo evoluciona la situación, no ha anunciado tampoco aranceles recíprocos como represalia, descartando asociarse con Japón o China para una reacción común, como parecía que había insinuado hace unos días. Y muchos otros gobernantes están pegados al teléfono suplicando encuentros con el "líder del mundo libre". La semana que viene la italiana Giorgia Meloni o el salvadoreño Nayib Bukele estarán en Washington de visita.
Trump, como explico el lunes en importan discurso Stephen Miran, el presidente del Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca, ve el sistema internacional no como un lugar en el que los actores económicos cooperan, beneficiándose mutuamente, sino como una especie de club de élite en el que EEUU es el responsable. De las instalaciones, de la seguridad, de la divisa que permite a todos intercambiar bienes y servicios. Antes, según esa lógica, Washington mantenía ese papel de líder porque le salía a cuenta, manteniendo la hegemonía, con una arquitectura de seguridad nacional a la medida, con el dólar siendo la reserva internacional, lo que en la práctica le permitía también mantener déficits fiscales y deuda ilimitada.
Pero ya no. Trump quiere que cada país pague un precio, un peaje, un abono a cambio de todos esos servicios, por las buenas, las malas o las peores. Y los aranceles son la forma de cobrarlo. "Soy economista y no estratega militar, así que me centraré más en el comercio que en la defensa, pero ambos están profundamente conectados. Imaginemos dos países, por ejemplo, China y Brasil, comerciando entre sí. Ninguno de estos países tiene una moneda confiable, líquida y convertible, lo que dificulta el comercio entre sí. Sin embargo, al poder operar en dólares estadounidenses respaldados por bonos del Tesoro estadounidense, pueden comerciar libremente y prosperar. Este comercio solo es posible gracias al poderío militar estadounidense, que garantiza nuestra estabilidad financiera y la credibilidad de nuestros préstamos. Nuestro dominio militar y financiero no puede darse por sentado, y la Administración Trump está decidida a preservarlo", afirmó en el Hudson Institute. La 'pax americana' tiene un precio, y es irrenunciable.