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Joaquín Sorolla García: el hijo del pintor que vivió en la mejor casa de Madrid

Porque así podría considerarse el palacete que su madre dejó al Estado, el Museo Sorolla. El guapo hijo del pintor sufrió mucho por sus amoríos con Raquel Meller a quien su padre consideraba "la diabla".

Joaquín Sorolla en la boda de su hermana Elena en 1922
Joaquín Sorolla en la boda de su hermana Elena en 1922E.M.
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"Todo es que me apena mi hijo Joaquín... las enfermedades del cuerpo son terribles, pero las de la cabeza son endiabladas esta vez: poner pasión y afecto a esa diabla es una tristísima cosa que no dudo pasará, pero habrá liquidado la alegría de su juventud y la poca de nuestra vejez". Este es el extracto de una carta que el pintor valenciano Joaquín Sorolla escribe a su esposa Clotilde García del Castillo desde Ayamonte, en Huelva, el 28 de mayo de 1919. La diabla a la que se refiere el artista no es otra que la cupletista y famosa actriz Raquel Meller, a la que él mismo había retratado unos meses antes por petición expresa de su hijo.

Joaquín Sorolla García, el mediano y único varón de los tres vástagos del matrimonio, se había enamorado perdidamente de la aragonesa, cuatro años mayor que él, y esto causó más de un quebradero de cabeza a toda la familia. La Meller, mujer de fuerte carácter y dedicada a una profesión que no era la propia de las mujeres decentes, no gustó nada al pintor a pesar de que esta, durante su enfermedad, le visitara y ofreciera su cariño y amistad en los momentos más complicados para el artista. Quizá Sorolla cambiara de opinión cuando Meller se casó en Biarritz con el escritor y diplomático guatemalteco Enrique Gómez Carrillo en septiembre de 1919.

Joaquín Sorolla García sufrió mucho el abandono de su amada Raquel y, pese a los disgustos que siempre supo que trajeron a la familia sus amoríos con la artista, le costó olvidar a una de las mujeres más hechiceras y deseadas de su tiempo. El matrimonio de la Meller apenas duró año y medio debido, especialmente, al fuerte carácter de ambos y al gusto por las mujeres del escritor, pero eso ya es otra historia. La que nos ocupa ahora es la de Joaquín Sorolla García, un joven apuesto, culto y elegante, nacido en Valencia un 8 de noviembre de 1892.

Modelo de su padre

Ya desde muy niño fue empleado por su padre como modelo en numerosas de sus composiciones, generalmente vistiendo trajes blancos de bordados, jugando o absorto en la lectura. Formado como sus dos hermanas en la Institución Libre de Enseñanza, tomó de esta el amor por la naturaleza y el valor de educar en la sensibilidad, el gusto estético, la tolerancia y la corrección en los hábitos. Pronto se interesó por las ramas científicas de las disciplinas que estudiaba, especialmente por la Física y la Química, así que, con apenas 18 años, le propuso a su familia marchar a Londres para iniciar la carrera de ingeniería. De este modo, el matrimonio Sorolla envió a su hijo a la capital británica, donde Joaquín estuvo formándose desde el verano de 1910 hasta el curso de 1914. Sin embargo, no llegó nunca a terminar sus estudios. Quizá la vida londinense, siempre sorprendente, viva, y llena de tentaciones, hizo que terminara por perderse en otros intereses ya que tenemos noticias de que solía frecuentar el Centro de Exhibiciones de Earls Court, uno de los espacios populares más empleados para conciertos.

A Joaquín también le gustaba mucho desplazarse en moto por la ciudad y esto le acarreó algún que otro susto que terminó por cristalizar en un importante accidente que casi le cuesta la vida. De hecho, su madre Clotilde y su hermana pequeña Elena se trasladaron a Londres durante el tiempo que permaneció hospitalizado mientras Sorolla y su primogénita María (aquejada ya de tuberculosis) permanecieron en Madrid muy atentos a las noticias que les llegaban sobre su evolución. Pero al aparatoso accidente se le sumó otro importante contratiempo. Los médicos diagnosticaron a Joaquín sífilis, una enfermedad de transmisión sexual que se extendía como la pólvora por buena parte de Europa. El mazazo fue inmenso para toda la familia y, cuando el joven se recuperó, regresaron todos de vuelta a España.

Joaquín Sorolla y Raquel Meller, el gran amor del hijo del pintor.
Joaquín Sorolla y Raquel Meller, el gran amor del hijo del pintor.E.M.

Joaquín Sorolla García era un gran admirador de la belleza e incluso llegó a interesarse por la pintura como hiciera su hermana María. Algunas de sus obras se conservan en el museo madrileño que lleva el nombre de su padre, sin embargo, se encuentran muy alejadas del excelso arte que mostrara Sorolla en sus pinceles. También fue un gran aficionado a la fotografía, como su abuelo materno, Antonio García Peris, y son muchas las imágenes que se custodian en el museo realizadas por él durante sus frecuentes viajes.

Además, siempre fue un hombre presumido, cuidadoso en su aspecto y muy a la moda, como también lo atestiguan las numerosas fotografías que se conservan de él en el archivo documental del Museo Sorolla. Su educación inglesa le llevó a convertirse en un auténtico dandy, refinado y de aspecto siempre impecable. De hecho, la institución madrileña conserva un retrato suyo firmado por su padre en 1917 (quizá el último que Sorolla le hiciera) donde posa mirando directamente al espectador, sentado sobre un sillón blanco roto y vistiendo una gabardina y finos guantes que le cubren las manos.

El retrato de Raquel Meller. Arriba, Joaquín Sorolla García.
El retrato de Raquel Meller. Arriba, Joaquín Sorolla García.E.M.

Joaquín tenía entonces 25 años y ya había comenzando su historia de amor con la Meller. De hecho, en un anterior discurso expositivo del Museo Sorolla este retrato se exponía en la última de las salas del piso superior, casi en diagonal al de la cupletista, pintado por el valenciano meses después, en un juego sensual de miradas que anunciaban un dramático final. Raquel Meller se muestra en esta obra tocada con una gran pamela de lazada negra y envuelta en un vaporoso vestido blanco. En actitud sugerente y manos cruzadas sobre el regazo, sus mejillas sonrosadas y sus ojos entornados nos regalan la imagen de una mujer bella y sensual que siempre arrastró una fama de femme fatal quizá inmerecida. En un principio, este retrato iba a ser expuesto en la Hispanic Society de Nueva York, aunque finalmente, y por capricho del hijo del artista, permaneció en la colección familiar.

Sin embargo, Joaquín Sorolla García nunca llegó a casarse. De este modo, y cuando su padre sufrió, en la primavera de 1920, el derrame cerebral que le dejaría para siempre incapaz para el arte, se convirtió en el principal apoyo de su madre. Su hermana mayor ya había contraído matrimonio y su hermana pequeña, Elena, lo haría en 1922, ya muy enfermo el pintor.

en el museo

Pero sin duda, uno de los momentos más duros que tuvo que vivir Joaquín fue el de solucionar los problemas del cobro de los 14 paneles encargados a su padre por el hispanófilo Archer Milton Huntington para decorar la biblioteca de la institución que este había fundado: la Hispanic Society de Nueva York. Con el pintor con las facultades muy mermadas y sin haber sido trasladadas aún las obras a la ciudad norteamericana (algo que no se logró hasta 1926), Joaquín marchó a América, tras una breve estancia en Londres, para tratar de llegar a un acuerdo en el pago y en el envío de los paneles. Desde Liverpool se embarcó en el buque Caronia el 16 de diciembre, llegando a Nueva York el día 30 y disfrutando de unas tristes Navidades a bordo. Allí permaneció hasta el mes de abril de 1923. Casi cuatro meses después de su regreso, Sorolla fallecía en Cercedilla, el 10 de agosto de 1923.

Su hijo acompañó a su madre en el duelo y no la dejó ni un momento sola. Veló junto a ella el cadáver de su padre en su casa museo del actual paseo del general Martínez Campos y acompañó el traslado de sus restos mortales a Valencia, en un homenaje multitudinario. Tras el fallecimiento del pintor, madre e hijo vivieron juntos en su residencia madrileña y pusieron en marcha la creación de un museo que perpetuara la figura de Joaquín Sorolla Bastida. De este modo, Clotilde García del Castillo dejó escrito en su testamento, firmado en 1925, que entregaba al Estado español la casa familiar y sus colecciones, ejerciendo como director de la institución que se creara su hijo Joaquín. Su legado fue aceptado por Real Orden del 28 de marzo de 1931 (ella falleció la noche de reyes de 1929) y el museo Sorolla se inauguró, como "fundación benéfico-docente", el 11 de junio de 1932.