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Gistau, etcétera

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Se da en Gistau algo que trasciende la representación de un conjunto. Digamos que si la conversión en icono llega cuando se reproducen los seguidores, si su aceptación continúa cuando brotan sus imitadores, la consagración se alcanza en un estadio superior: nadie logra calcarlo

El periodista y escritor David Gistau.
El periodista y escritor David Gistau. ANTONIO HEREDIA

No sé si conocen el juego del Teto. Pero como soy un millennial semiformado en un colegio de monjas cuando ya no quedaban monjas, se lo explicaré mediante un rumor etimológico que camufla el rasgo sexual del Teto con un acto noble. Cuenta la mentira que el Thetos era algo así como el clímax bélico en la Grecia clásica, un juego al número más alto que consistía en que, tras la batalla, los guerreros tiraban los dados sobre un escudo y el ganador, pletórico por la doble victoria, desfogaba sus últimas gotas de adrenalina sobre el perdedor. Si a esto se le añade la bisexualidad extendida entre los antiguos, voilà, c'est le jeu.

Aguanten y no se me cabreen todavía, que de verdad puedo prometer y prometo que la chabacanada casi histórica viene a cuento. Hoy se destapa en la ex Biblioteca Municipal de Buenavista una placa y, desde ese mismo instante, la biblioteca madrileña pasa a llamarse Biblioteca David Gistau. Bien está. Y por varios motivos. El más importante: el recuerdo, la memoria. Gistau pervivirá en el espacio público más allá de su obra pero siempre ligado a ella, aunque sea por la máxima de la placa. Es injusto cómo pese a que los legados se construyen en vida, siempre cobran más protagonismo en la muerte. Pero aquí no estamos para acabar con los atropellos del mundo. Así que, tras haber muerto como nunca nadie debe morir, con los guantes puestos, Gistau tendrá una biblioteca con su nombre, un reconocimiento conmemorativo que honrará en el tiempo al icono de una generación de periodistas.

La frase escogida para la placa, decía, es campanuda porque recoge el leitmotiv de sus crónicas y columnas: «Yo sigo escribiendo lo que me da la gana». Últimamente las he estado leyendo y no es difícil ver a Camba o a Ruano. Está la influencia de Umbral, claro, no tanto en una cuestión de estilo, del que se emancipó para matar al padre, pero sí de conceptos. Por abreviar: había muchas ninfas en esa azotea con humilde fachada de camisa caqui. Pero, sobre todo, había voluntad de singularidad. Icono, ya saben, es una palabra gastada. Pero como aquí, reluce pocas veces. Porque se da en Gistau algo que trasciende la representación de un conjunto. Digamos que si la conversión en icono llega cuando se reproducen los seguidores, si su aceptación continúa cuando brotan sus imitadores, la consagración se alcanza en un estadio superior: nadie logra calcarlo. No está al alcance de cualquiera seguir con trabajo tras 20 años desenmascarando las vanidades del poder. Más si, con independencia de quien lo ejerza, le dedicas con literalidad las palabras mágicas del Teto:«Tú te agachas y yo te la meto». Algo bueno tendría.

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