Nos moriremos y en el día del Juicio Final seremos condenados por nuestros pecados y entonces alguien nos llevará al infierno en un autobús escolar en el que estarán nuestros antiguos compañeros de colegio. Nos reconoceremos y lloraremos a gritos con la cara contra el cristal, como llorábamos al separarnos de nuestros padres por las mañanas en preescolar, y el autobús arrancará y encontrará buen tráfico, incluso al coger José Abascal. Al final, nos dejarán en la A2, en una recepción enorme, como las de los grandes hoteles de las repúblicas socialistas (una vez estuve en un hotel así en Sofía, se llamaba Rodina, qué lugar). Y allí nos atenderá alguien que será como Bianca Censori en los Grammy de 2025 y que, con esa misma cara sin expresión y ese cuerpo sin vellos, nos asignará caldera o cámara frigorífica o lo que sea que nos espere para la eternidad. Quizá sea el infierno una discoteca latina vacía en la que sólo esté Ye borracho, rapeando.
Bianca Censori desnuda me hace sentir muchisima tristeza, me hace intuir la inminencia de una soledad desesperada. Las conexiones neuronales son caprichosas de modo que Bianca Censori desnuda también me hace recordar el verano de 2003. Estuve una noche en las fiestas de Las Vistillas y, en algún momento, una chica que debía de ser de mi edad, que debía de estar más cerca de los 25 que de los 30 años, se subió a una barra instalada en la calle, se quitó la camiseta y se puso a bailar desnuda de cintura para arriba. Entonces sonó el aullido de la masa bebedora y yo, ya me apena decirlo ahora, me uní a aquel festejo. La chica con la que fui aquella noche se tomó regular mi reacción. Yo quise explicarle que no era la lujuria la que me hacía aplaudir, que era otra cosa, una manera de celebrar que la vida se abría ante nosotros llena de promesas de alegría y placer. Era ingenuo al pensar así, lo sé, o me engañaba a mí mismo o las dos cosas a la vez. Creo recordar que aquella novia efímera se fue de Las Vistillas en seguida y yo tardé media hora en seguirla, con la cabeza gacha.
Durante estos 22 años he pensado unas cuántas veces en la mujer que se puso a bailar a la vuelta de San Francisco el Grande. ¿Estaría borracha esa noche? ¿Habría tomado éxtasis? ¿Tendría un trastorno de la personalidad límite? ¿Le aguantaron las extravagancias sus amigas o acabaron por censurarla y abandonarla? ¿Y los amigos? ¿La cortejaron zafiamente después de verla bailar? A lo mejor soy un moralista pero a aquella mujer llena de alegría le atribuyo 22 años de desdicha. Para nosotros, para los idiotas que la aplaudimos, nuestro castigo es ver a Bianca Censori y no sentir nada.
Qué sé yo: también puede que a la chica de Las Vistillas le haya ido bien y que no haya infierno para nosotros o que, al menos, no haya que compartirlo con los del colegio.