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El día en que Maduro se erigió sin tapujos en dictador ante el silencio cómplice de nuestro Gobierno; el día en que supimos que Sánchez pretende blindarse judicialmente; y después de que su hermano declarara como imputado ante el juez [vean y escúchenle: tono, juego de manos, displicencia, indolencia y arrogancia de fábrica], supimos por el periodista Lamet que los barones del PP mantenían su desacuerdo sobre la quita trampa de deuda propuesta por Sánchez.
De momento, Feijóo parece tenerlo claro o no quiere líos. Pero los barones dispuestos a aceptar el soborno de Sánchez muestran que una parte del PP todavía no acierta con el diagnóstico: una familia de pillastres y trepadores sociales se ha instalado en La Moncloa y hará cualquier cosa para durar ahí. Sánchez & Gómez usan todos los recursos disponibles para su duración. Esos recursos incluyen la quita cebo de deuda. Si el PP la aceptase signaría subsidiariamente el acuerdo de investidura que Sánchez firmó con ERC.
Así pues, el PP se citó en Asturias para abordar la cuestión de la vivienda, que Podemos y sus movimientos satélites, los sindicatos, Reyes Maroto y Tezanos elevaron de repente a primer problema, agravado con la ley de 2023, que redujo la seguridad jurídica del propietario y desincentivó el alquiler. El PP adopta en Colunga tres iniciativas: liberalizar suelo, avalar la compra de vivienda para jóvenes y talluditos y eliminar trabas burocráticas. Probablemente ninguna de las tres tenga el impacto deseado.
El llamado problema de la vivienda -sempiterno- es hoy consecuencia también de cambios culturales y sociales. No hay un problema de oferta sino de demanda en determinados lugares. Y como escribió y argumentó hace poco aquí el periodista Ellakuría: «No es el alquiler, son los salarios». Culturalmente, la morfología de la sociedad y la familia ha cambiado. Muchas personas buscan hogar solas. Piensen que, quizás, la crisis de deuda, que elevó la edad de emancipación, creó otros hábitos sociales. Por un lado, la izquierda trató de inculcarnos que a los españoles les obsesionaba la propiedad cuando por ahí arriba se alquilaba -la propiedad conservaduriza-. Por otro, los chicos que no se iban de casa descubrieron que no vivían tan mal, que viajar es un placer y que el ahorro es un potro antihedonista. Nuestros jóvenes encarecen el precio en otras capitales y los jóvenes de otros países encarecen los de aquí. Los muchachos se olvidan de sus males con la mochila a cuestas: «Total...», piensan.
La izquierda llamó al principio economía colaborativa a los alquileres de corta duración. Luego inventó lo de zonas tensionadas. La izquierda es intervencionista. Las viviendas sociales -en la URSS eran los palacios proletarios- no rebajan lo precios; los avales, tampoco. La intervención siempre encarece. Si la cuestión de la vivienda tiene relación con los salarios, también lo tiene con la educación. Algunos de nuestros jóvenes mejor formados emigran -y también se enfrentan a la carestía en Londres, Ámsterdam o Fráncfort- pero ganan más. Algunos de los que se quedan sufren precariedad. Así que abordar el asunto requiere de identificar el modelo de sociedad actual y proponer, en su caso, pautas de cambio de valores que reviertan sobre el acceso a la vivienda, la concepción de la propiedad y las posibilidades de formación de un hogar. Y en eso, se tarda.