Toda identidad se define tanto por lo que proclama como por lo que rechaza. Y son, en muchas ocasiones, más importantes los enemigos de uno que sus amigos. Aquellos permiten al grupo mantener una cohesión que no siempre es fácil, sobre todo cuando el colectivo es heterogéneo. Pasa (no sólo en España) con las identidades sexuales articuladas en torno a unas siglas cada vez más complejas, abiertas y en constante expansión como son las LGTBIQ+. Bien está. Ocurre, sin embargo, que muchos de sus miembros van más allá de la exclusiva defensa de la diversidad sexual y tratan de imponer a todos sus prejuicios políticos. En 2010, los organizadores del Desfile del Orgullo Gay en Madrid impidieron la participación de ciudadanos israelíes hasta que no condenaran el ataque a una flotilla de activistas que intentaban romper el bloqueo a Gaza. Nueve años después, más de 60 colectivos de identidad sexual pidieron boicotear el concierto que Netta Barzilai, la ganadora de Eurovisión de 2018, iba a dar en Tel Aviv, y acusaron a Israel de pinkwashing (lavado rosa) por el supuesto uso interesado que estaría haciendo el Estado hebreo de la defensa de los derechos de los homosexuales para ocultar su política de asentamientos en Cisjordania. Frente a ellos, Dana Internacional (la primera persona transgénero que ganó el Festival) recuerda cada vez que puede que en las sociedades islámicas la homosexualidad está fuertemente reprimida. Y en diciembre, en su cuenta de Instagram, afirmó que quien no condene a Hamas "está en contra de las personas LGTBI, las mujeres y la paz". Si algún homosexual, dijo, "acaba accidentalmente en las calles de Gaza, no saldrá vivo de ellas".
"El viejo antisemitismo se manifiesta ahora como antisionismo, como resalta Donatella di Cesare en uno de sus últimos ensayos"
Aunque siempre latente, la judeofobia ha encontrado, desde que el 7 de octubre Hamas perpetrara una salvaje masacre en Israel, renovados motivos para su expansión. El viejo antisemitismo se manifiesta ahora como antisionismo, como resalta Donatella di Cesare en uno de sus últimos ensayos, Si Auschwitz no es nada. "Todo lo que ya no puede decirse abiertamente contra los judíos", escribe la catedrática de la Universidad La Sapienza de Roma, "se dice contra Israel, nombre que, en la ambigüedad de su significado, se utiliza para indicar tanto el Estado de Israel como el Israel bíblico, es decir, el pueblo judío (...). De ahí la sinonimia de 'judío' y 'sionista'. En este gesto totalizante, que culpa al individuo 'en cuanto que judío', hay que ver el mismo mecanismo que llevó al exterminio".
Ayuso, el martes pasado, en el marco de la conmemoración del Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto, recordó que "de nada sirve conmovernos por los judíos muertos, mientras se desprecia a los vivos". Por eso, hay que celebrar (no lo hará Inés Hernand) que la organización del Festival de Eurovisión haya rechazado la petición de varios artistas (en este caso, no todos LGTBI) para que Israel quedase fuera del certamen.