Durante la crisis de 2017 se habló mucho del bloque constitucionalista. La suma de votos y escaños de Ciudadanos, PSC, PP y Comunes era uno de los puntos de referencia de las conversaciones sobre Cataluña. Siempre fue un contrasentido incluir a los de Iglesias y Colau en una presunta defensa de la Constitución de 1978; en realidad, el término se refería a quienes estaban en contra tanto de la independencia como de la vía unilateral para lograrla. El caso es que la idea se naturalizó: tras las autonómicas de diciembre de aquel año, se llegó a lamentar que la victoria en votos de ese presunto bloque no se hubiera traducido en una mayoría de escaños que pudiera cambiar el signo del Gobierno catalán.
Siete años después, las últimas encuestas publicadas indican que los no-nacionalistas podrían conseguir una mayoría absoluta en el Parlamento catalán. Se objetará que no deberíamos fijarnos en la parte alta de las horquillas de todos estos partidos, ya que el buen resultado de uno quizá sea a costa del mal resultado de otro. Pero la cuestión es que, por primera vez desde el inicio del procés, existe al menos una posibilidad de que los no-nacionalistas alcancen la ansiada mayoría de escaños. Y, sin embargo, la conversación pública está centrada en otras sumas: la de los separatistas, la de un tripartito de izquierdas o la del PSC con ERC. El problema de los no-nacionalistas ya no es tanto la suma como la voluntad de sumar. Sus líderes -empezando por el propio Illa- pujan por ver quién niega de forma más rotunda la posibilidad de una investidura apoyada solo en partidos contrarios a la independencia.
Esto se puede explicar de dos maneras. La primera es que nunca hubo ninguna posibilidad de que los no-nacionalistas formasen un bloque de Gobierno; solo formaron uno de rechazo. La segunda es que, desde que Sánchez llegó al poder, no se ha hecho nada para transformar ese bloque de rechazo en la base de una futura Generalitat no-nacionalista. El PSOE ha estado más volcado en conseguir que los separatistas lo apoyen -en Madrid- que en lograr que los no-separatistas aparquen sus diferencias para gobernar juntos -en Cataluña-. Y así llegamos al extraño momento actual: ese en el que puede producirse el resultado que tantos anhelaron en 2017, y que no sirva para nada.