La pasada semana, un grupo de colonos israelíes entró con furia en una escuela primaria cerca de Jericó y atacó con piedras y bates de béisbol a maestros y estudiantes. Golpearon. Amenazaron. Sembraron el terror. Al día siguiente, la mayoría de los niños no acudió a clase por miedo. ¿Que cuántos colonos fueron detenidos? Ninguno.
Fue detenido el director de la escuela.
Si no fuera porque es una obra de ficción y lo que está ocurriendo en Palestina es demasiado real, la escena nos llevaría directamente a La naranja mecánica de Anthony Burgess, donde unos descerebrados llamados drugos disfrutan practicando la ultraviolencia, humillan al prójimo y se enseñorean con su fascismo distópico.
Qué quieren que escriba, eh: después de arrasar Gaza ante la pasividad más o menos complaciente de casi todo el mundo, después de matar a más de 41.000 personas, después de sepultar bajo los escombros a otras 10.000, después de 95.000 heridos; ahora toca seguir con el Líbano.
Ser niño.
Ser niño y ver morir a niños: desde el 7 de octubre, en la Franja -datos de la ONU- han fallecido más de 16.000 y 21.000 han sido dados por desaparecidos. Otros 20.000 han perdido a algún progenitor. Otros 17.000 se encuentran solos o separados de sus familias.
Ser niño y no soñar con el coco ni con Drácula ni con Freddy Krueger. Sino hacerlo con un monstruo llamado Netanyahu.
Por cosas como las que estamos viendo hacer allí, a Occidente se le ve el plumero: mientras Rusia recibe sanciones (económicas, culturales, deportivas), a Israel se le consiente hasta cantar en Eurovisión.
Uno celebra que -aquí- Sánchez haya reconocido el Estado de Palestina, pero estaría bien que la política fuera más allá del photocall y España dejara de venderle armas a Israel.
Hoy, resulta un tanto ingenuo pensar que un servicio de inteligencia como el Mossad, capaz de horadar miles de buscas y walkie talkies del enemigo, no tuviera ninguna pista sobre aquella horda invasora de terroristas asesinos con camiones, motocicletas y parapentes de hace ya casi un año. Y, desde entonces, un nuevo orden internacional, la sensación -cada vez mayor- de que, en Israel, hay un loco al volante que está llevando al mundo entero al abismo.
¿Qué habría hecho Netanyahu para acabar con ETA? ¿Habría bombardeado Usurbil? ¿Habría reducido a cenizas Rentería? ¿A cuántos niños de Pasaia habría matado? ¿Qué le pasaría a mi móvil si escribiera esto?
A todos esos que aseguran que al menos Israel es una democracia, yo les digo que una democracia no arroja cuerpos humanos desde lo alto de un edificio, ni mata a decenas de miles de niños, ni realiza ejecuciones sumarias.
Releo La naranja mecánica. Habla a su manera de Netanyahu. Burguess le dice en un diálogo: «El mero hecho de que la policía no te haya atrapado últimamente no significa, como tú lo sabes muy bien, que no hayas estado cometiendo algunas fechorías».