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El último escaño

El pijerío progre se mete en la caverna

Su huida de la red social X no se debe a que no pueden expresar libremente sus opiniones, sino a que no quieren que otros expresen las suyas

Elon Musk
Elon MuskFoto: ANGELA WEISSAFP
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Conmovido por la marcha de The Guardian y La Vanguardia de la red social X (antigua Twitter), propiedad de Musk, ese friki genial, contradictorio y algo peligroso, hijo de la contracultura del 68 y del manifiesto ciberpunk de 1997 -«internet es la casa de la anarquía. Quien lo controle, controlará la información. Internet controlará al hombrecito y nosotros controlaremos Internet. Porque si tu no controlas, serás controlado»-, decidí meterme en Bluesky. La nueva plataforma a la que se mudan tantos pijoprogres que, descompuestos y sollozantes por la victoria de Trump, acusan a Musk de poner a X al servicio de la «desinformación» y de la extrema derecha.

Convencido de que iba a descubrir en Bluesky un foro de debate plural, cívico y riguroso, me bastó con teclear los nombres de Ayuso y Feijóo para encontrarme con todo lo contrario: centenares de mensajes de odio en contra de los líderes del PP: «Siempre pensé que Feijóo era un pedazo de mierda, pero está llegando a niveles de hijoputez que no veía desde Aznar»; etc. Es decir, la misma sentina sectaria y vociferante de X. Pero, a diferencia de la red social de Musk, sin opiniones que puedan replicar, debatir y presentar una realidad alternativa al mundo woke.

Recuerdo que cuando ganó Obama con el voto joven, o cuando Podemos dominaba la esfera digital, no había quejas en la izquierda sobre el poder de las redes sociales y el ex ministro Manuel Castells, faro desviado del colauismo, las celebraba como una herramienta para «impulsar cambios sociales» desde los arrabales del poder. Ahora, en cambio, tenemos esta ridícula pataleta de la izquierda por el renacimiento trumpista, que, sumada a su incapacidad petulante para aceptar que fuera de su caverna hay personas que tienen una manera conservadora de entender la vida, explica la crisis de la democracia liberal mejor que cualquier apocalíptico editorial de El País.

Si la izquierda se va de X no es por la imposibilidad de expresar sus opiniones, sino para silenciar y negar al otro, al diferente, hasta su muerte civil. Es lo que el filósofo alemán Sloterdijk ha definido como la «peste del resentimiento interminable». Un fango moral en el que retoza orgullosa la nueva internacional progresista, pero del que casi nadie ha evitado quedar pringado. Yo mismo, ante el regocijo de ver lloriquear a las Àngels Barceló del planeta periodístico por los resultados de EEUU, celebré íntimamente a Trump, pasando brevemente por alto que su desprecio a la pluralidad, a las instituciones y a la ley lo hace tan dañino para la convivencia como nuestro Sánchez.