Es del todo admirable la popularidad del ufólogo Iker Jiménez. Un hombre hecho a sí mismo desde el estudio aplicado y minucioso de las psicofonías, las caras de Bélmez, las apariciones marianas, las monterías para abatir fantasmas y otras parapsicologías que no aclaran nada pero dan un juego excelente cuando cae la noche. (Mis acúfenos, como fenómeno parafónico, no me dan ni la mitad de alegrías). Iker Jiménez estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid, donde lo hicimos otros, y por eso mismo no conviene bajar la guardia. Encontró el negocio generacional antes que ninguno de su promoción, bien dopado de lecturas marcianas de J. J. Benítez y reciclando la estela de Fernando Jiménez del Oso, su jefe en la revista Enigmas, este sí que profesional serio de los asuntos menos serios.
En el tiempo en que Iker Jiménez se dedicó a contar fábulas en programas radiofónicos de todo tipo alcanzó popularidad y hasta un prestigio de chico alucinado que comunicaba bien sus paranoias y con ellas no hacía daño a nadie. La Ser le concedió espacio para un programa, Milenio 3, y entonces comenzó la fiesta. Si la Iglesia nos pudo convencer del infierno, él escogió abanderar en España la sospecha de que los extraterrestres nos supervisaban trazando en el cielo anillos de buitre con sus naves. Eso entraba con gusto en las cabezas de los oyentes y como mucho promovía unas convivencias en el monte para echar la madrugada mirando al cielo por no estar en casa, pero nada más. Si acaso ayudaba a salir por un rato de los asuntos de tierra. Sus fantasías tenían incluso una condición analgésica. El éxito lo llevó a la televisión.
Iker Jiménez cumplió profesionalmente con sus competencias, pero el lánguido placer de perseguir fantasmas se agotó y este hombre fue probando nuevos cotos de caza. Para alimentar sus experiencias paranormales sustituyó a los espíritus por los bulos, mucho más rentables y pesadillescos. Alrededor acumuló una escudería de tarotistas de la manipulación porque era una pérdida de tiempo buscar extraterrestres cuando el mejor catálogo alienígena puede estar en la mesa de colaboradores e invitados. Apostó por tener una segunda oportunidad como vidente, pero en esta ocasión dando consignas tremendas sobre asuntos de lo real con un concentrado de confusión inquietante, y su ramita de camelos, y su perejil de miedo. Iker Jiménez es un engendro de este oficio, una malformación muy bien pensada. El agujero negro más abundante de Mediaset. No quería yo que se me fuese el tercer párrafo sin proponerlo.
Llegar hasta el lugar que ocupa es un mérito profesional grande. Trato de apartar de mi desafecto la tentación de creer que a los dueños del negocio les convienen los amaños de Iker Jiménez. Porque el negocio no está en extender la verdad o la mentira, sino en convencer de que todo puede ser verdad y mentira a la vez. Este caldo gordo permite que el programa de Iker Jiménez, Horizonte, se convierta en un centro de alto rendimiento de consignas extremas, negacionistas, menestra de chismes loquísimos. El mérito es convertir las mentiras en posibilidades. Qué más da que un colaborador se reboce en barro para extremar su cobertura de la DANA. Qué importará lo que el mindundi ese venga a contar. El catecismo violento que propone el ideario de Horizonte es el verdadero gremlin mojado. A ver quién le pone ahora dique a ese vacío. Jiménez se ha ido adaptando a la realidad cambiante de una forma pragmática, manipulando los frutos de su huerto: los extraterrestres de entonces son la metáfora del comunismo que amenaza al mundo; las psicofonías advierten de la conspiración mundial en las vacunas contra el Covid; los fantasmas de antaño son los magufos que explotan la tragedia de Valencia. Está en línea con el espíritu del tiempo. Basta con cambiar las cosas de sitio, como en la telequinesis.
Con lo bien que iba este hombre poniendo vídeos de estelas de colores en el cielo, pinchando audios con llantos trucados del más allá y dando crédito a los espectros de parafina en cualquier tapia. Pero el poder no está en diagnosticar el futuro de un Piscis o de un Tauro, sino en llenar el cráneo de tinieblas a los incautos o exaltados resoplando invectivas ultras para hervir la sangre. Ni siquiera es un fracaso del periodismo, sólo una parte del negocio que se está haciendo grande. En ciertos despachos de caoba gustan mucho sus ideas, aunque preferirían, sin preguntarse de dónde sale esa menestra, que fuese menos rudo. Iker es un gran cristalizador de conspiranoicos.
No tengo ninguna seguridad en que una vez puesta al sol la ropa sucia de este producto amortigüe su dinámica de fiesta. Tampoco tengo ninguna fe en lo que está por venir. Ahora me refiero al mundo. Estoy por ejercitar pasiones nuevas. Por ejemplo, la aeromancia: el arte adivinatorio basado en el aire que se respira. Para eso debo esperar con paciencia a esas horas en las que el tío de la moto grande que aparca en la acera de casa no le dé por arrancarla sólo para ver cómo suelta humo y escucharla rugir, porque entonces no veo para mí un futuro mejor que el de peón de refinería.
Por si alguien considera que es un asunto de estricta libertad de expresión, me temo que no. En España existe esa libertad. El problema es de perversión. Perverso es dispensar desinformaciones para intentar poner gorda la vena del cuello de la gente con un mensaje trucado, falso, inmoral. Aprovechando el barro. Y la mala muerte.